Poetas

Poesía de México

Poemas de Gregorio de Gante

Gregorio de Gante (Tecali de Herrera, Puebla, 7 de julio de 1890 – 30 de septiembre de 1975) fue un poeta, maestro y revolucionario mexicano, quien en 1967 recibió por parte del H. Ayuntamiento del Municipio de Puebla la medalla Motolonía, en sesión pública por servicios eminentes prestados a Puebla, como la dirección y resguardo de la Biblioteca Palafoxiana. En su trabajo como poeta es ampliamente reconocido por su poema Piropos al rebozo, con el cual gozó de amplia fama,​ pero es gracias a su trabajo como promotor de la cultura y educación que en 2011 se instaura la presea Gregorio de Gante al Mérito Educativo, la cual representa el máximo galardón para los maestros del estado de Puebla.

Vida

Con perdón del Beato Padre Prior, del Convento
De nuestra Madre la Poesía, cuyo acento
Inspirado cantara a los giros del viento:

“Vida, nada me debes. Vida estamos en paz”
yo humilde y pobre lego, levanto a ti la faz
y te impreco, iracundo, estas palabras breves:
¡en paz no estamos, vida, porque todo me debes!

A las débiles puertas de mi celda sombría,
robándome el sosiego, la humana tontería
montó guardia de honor con zafia grosería.

Los perros del escándalo ladraron por mi ruta
y rasgaron mis carnes en rabiosa disputa.

Las pasiones cruzaron, fugaces, por mi alcor,
sin darme, persistente, su más acre sabor.
¡No probé ni siquiera un hondo y gran dolor!

Para qué quiero el áureo fausto de la riqueza
si está a caer por siempre ya mi altiva pobreza?

Me nombrará la gloria con su voz argentina
cuando yo ya no escuche su palabra divina

Amor traerá sus tirsos por una senda ignota
cuando mis horas sean un tropel en derrota
y el corazón, cronómetro con la cuerda ya rota.

Sus luces de bengala prenderá la alegría,
cuando a ser larga noche esté pronto mi día.

Todo me debes, Vida: fortuna, amor, victoria,
la pasión, la justicia, el sosiego y al gloria.

Y por deberme todo, como en la edad pagana,
me debes hasta el lauro de una muerte temprana.

5 DE MAYO

I

Canto la bizarría de mis mayores;
el empuje de aquellos justadores
que llenos de esperanza y fortaleza,
en medio de la suerte a los agravios,
cruzaron de la lucha la maleza
con la dulce sonrisa entre los labios.

Canto el valor indómito y potente
que fue alud y torrente.
Canto la heroicidad de las mesnadas
que fulminó, en sus horas intranquilas,
el rayo de la muerte en sus espadas
y el rayo de la gloria en sus pupilas.

¡Oh bravos compatriotas, hijos bravos
de la Patria, que el galo en sus anhelos
no pudo hacer esclavos!
¡Oh de Cuauhtemotzín los descendientes
grandes siempre y valientes;
prole gloriosa en la extranjera guerra
del águila, verdugo de serpientes
que empolló en los picachos de la sierra!
Si el que enjuga a la Patria el llanto amargo
y le ofrece su sangre y su consuelo
y su cariño inmenso como el cielo;
si el que ofrenda la vida en la conquista
de un derecho perdido,
a la luz de los cielos infinitos
puede ser bendecido,
vosotros, los valientes, sed benditos
en nombre de las razas que cruzaron
el suelo de la Patria en otros días,
en nombre de los pueblos del mañana
que cruzarán la tierra americana
arrastrando tristezas y alegrías,
en nombre de la Musa que me inspira
y en nombre del Amor de los Amores,
que en el iris prendió siete colores
y puso siete cuerdas a mi lira!

II

Fue aquí, sobre la cumbre siempre en vela
que vigila cual mudo centinela
el sueño de mi Puebla, la Sultana
del Atoyac, donde a nuestros sentidos
es más blanco el brial de la neblina,
el cielo más azul y más sereno,
más luminoso que el rayo que fulmina
y más sonoro el retumbar del trueno.

Fue aquí, sobre las cúspides enhiestas
como dos rudas testas,
donde el pueblo abnegado
improvisó a sus hijos en guerreros,
improvisó en baluarte el muro débil,
improvisó en trincheras los senderos,
al cachorro en león…

Y ante el ultraje
injusto de la suerte,
puso en sus armas cóleras y enojos
la visión termopílica en sus ojos
y este grito en sus labios: ¡Patria o muerte!

Fue aquí, por las rotundas altiveces
de las colinas, cuyas desnudeces
cubrieron el amor de los patriotas,
donde el francés, valiente y aguerrido,
miró caer sus fieros batallones
y, queriendo mellar nuestra hidalguía,
ciñó un laurel al águila bravía
en lo blanco de nuestros pabellones

Fue aquí, sobre el escueto
dorso de Guadalupe y de Loreto,
donde clavaron ávidos los ojos
las sombras de los heroes, impacientes,
y al ver la decisión de esos valientes
no sintieron sonrojos,
sino orgullo por tales descendientes.

Y fue aquí sobre el campo en que aun se escucha
el eco de la lucha,
donde sobre las vidas inmoladas
en aras de la Patria, parecía
extenderse el arcoíris de la gloria,
y el suelo era una alfombra que sangraba,
y el rubio sol era un ”chimalli” de oro,
y un índice e! cañón que señalaba
el sendero que cruza la victoria!

III

Padres de nuestros padres, que en el día
de prueba y de dolor, con bizarría
opusisteis el pecho a la metralla
y por legarnos una Patria libre
recibisteis horrendas cicatrices,
o moristeis felices,
sobre el sangriento campo de batalla:
desde el teatro de vuestro sacrificio,
que ayer os fue propicio,
vuestros hijos os juran que en la hora
tremenda de las nuevas invasiones,
seguirán vuestro ejemplo que atesora
blasón del solar, y harán ante ellas
una muralla fiel de corazones;
y antes que nuestro suelo mancillado,
pisarán nuestro cuerpo inanimado,
antes que nuestras aguas, bebéranse
nuestra sangre vertida,
y antes que nuestros bosques seculares
talarán el rosal de nuestra vida!

CANTO FILIAL

A la Escuela Normal de Puebla, en el primer cincuentenario de su fundación.

Faro sobre el oscuro
oleaje del tiempo y de la vida,
que horadas con tus luces la tiniebla
del pasado, el presente y el futuro;
y en la dorada historia
de la Patria querida,
alumbras medio siglo con tu gloria.

Arbol de recio tronco
y sonoro ramaje,
entre cuyo frondaje
de juventud perenne,
hay un abril florido,
al que va nuestro espíritu cansado,
como el pájaro errante y fatigado
en pos del viejo nido.

Venero inagotable
que frescores prodigas;
fuente de aguas lustrales que mitigas
las sedes de las almas;
río en cuyo caudal de dulces sones
van hacia el porvenir lauros y palmas
bajo una tempestad de bendiciones.

Matrona imponderable
de altas y esclarecidas
virtudes, que las vidas
de los Maestros nutres y amamantas;
heroína en cuyo pecho late
elocuente el afán y el dolor mudo,
cuando a tus hijos mandas al combate
a triunfar, o a volver sobre su escudo.

Hada en cuyo palacio
de oro y de topacio,
como en los dulces cuentos infantiles
príncipes encantados,
a soñar, de tu amor enamorados,
quedaron nuestros años juveniles.
Madre: en tu magna fiesta
hacemos de nuestra alma una floresta,
le pedimos sus dones,
y alzamos en tu altar un ramillete
de rosas rojas: nuestros corazones!