Poetas

Poesía de España

Poemas de Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer, nacido en Sevilla el 17 de febrero de 1836, fue un destacado poeta y escritor español del siglo XIX. Es considerado el máximo exponente de la poesía posromántica y el iniciador de la poesía española contemporánea. Bécquer es conocido por su obra Rimas y Leyendas, la cual recopila sus poemas líricos y sus relatos fantásticos más destacados.

Bécquer creció en una familia de origen flamenco y alemán. Su padre, José Domínguez Bécquer, era pintor y falleció cuando Gustavo tenía solo cinco años, quedando bajo el cuidado de su tío Joaquín Domínguez Bécquer y su madrina Manuela Monahay, quien lo inició en el estudio de la pintura. Desde joven, Bécquer mostró su inclinación por la literatura y la música, estudiando humanidades y pintura en Sevilla. Fue allí donde conoció a los hermanos Valeriano y Narciso Álvarez Quintero, quienes se convertirían en sus amigos y colaboradores.

En 1854, Bécquer se trasladó a Madrid con la intención de hacer carrera literaria, pero encontró muchas dificultades económicas y profesionales. Para sobrevivir, se dedicó al periodismo y a la adaptación de obras teatrales extranjeras. En 1858, regresó a Sevilla debido a una enfermedad que lo mantuvo en cama durante nueve meses. Durante su convalecencia, publicó su primera leyenda, El caudillo de las manos rojas, y conoció a Julia Espín, quien inspiró algunas de sus rimas amorosas.

En 1861, contrajo matrimonio con Casta Esteban Navarro, hija de un médico, y tuvo tres hijos. Sin embargo, el matrimonio no fue feliz y Bécquer encontró refugio en su trabajo y la compañía de su hermano Valeriano, quien lo acompañaba en sus viajes por España.

Entre 1861 y 1865, fue la etapa más fructífera de su carrera literaria. Compuso la mayoría de sus Leyendas, escribió crónicas periodísticas y redactó las Cartas literarias a una mujer y las Cartas desde mi celda, en las que expone sus teorías sobre la poesía y el amor. Además, publicó algunos poemas en revistas como El Contemporáneo o La Ilustración de Madrid.

En 1866, obtuvo el empleo de censor oficial de novelas, lo que le permitió concentrarse en sus Rimas y Leyendas. Sin embargo, ese mismo año sufrió la muerte de su hermano Valeriano y perdió su trabajo por la revolución de 1868 que derrocó a Isabel II.

Los últimos años de su vida fueron muy difíciles para Bécquer, quien se separó de su esposa, perdió a varios amigos y sufrió una grave crisis económica y emocional. Su salud se deterioró debido a la tuberculosis, y falleció en Madrid el 22 de diciembre de 1870, a los 34 años.

Bécquer ejerció una gran influencia en generaciones posteriores de poetas españoles y fue reconocido como uno de los maestros del modernismo hispanoamericano. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha sido objeto de numerosos estudios y homenajes. Bécquer es considerado uno de los grandes poetas de la literatura española y su legado literario sigue siendo muy valorado en la actualidad.

Amor eterno

Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

Rima I

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

Rima V

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.

Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.

Rima X

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman,
el cielo se deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborozada.

Oigo flotando en olas de armonías,
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¿Dime?
¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!

Rima XV

Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz:
eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces
¡como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul!

En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
¡eso soy yo!

Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro y demente
¡tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!

Rima LXXVII

Dices que tienes corazón, y sólo
lo dices porque sientes sus latidos.
Eso no es corazón…; es una máquina,
que, al compás que se mueve, hace ruido.

Rima XL

Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro,
Dios sabe cuántas veces
con paso perezoso
hemos vagado juntos
bajo los altos olmos
que de su casa prestan
misterio y sombra al pórtico.

Y ayer… un año apenas,
pasado como un soplo,
con qué exquisita gracia,
con qué admirable aplomo,
me dijo al presentarnos
un amigo oficioso:
?¡Creo que en alguna parte
he visto a usted! ¡Ah, bobos,
que sois de los salones
comadres de buen tono,
y andabais allí a caza
de galantes embrollos:
qué historia habéis perdido,
qué manjar tan sabroso
para ser devorado
sotto voce en un coro
detrás del abanico
de plumas y de oro…!

Discreta y casta luna,
copudos y altos olmos,
paredes de su casa,
umbrales de su pórtico,
callad, y que el secreto
no salga de vosotros.
Callad, que por mi parte
yo lo he olvidado todo;
y ella… ella, no hay máscara
semejante a su rostro.

Rima LIV

Cuando volvemos las fugaces horas
del pasado a evocar,
temblando brilla en sus pestañas negras
una lágrima pronta a resbalar.

Y, al fin, resbala y cae como gota
de rocío al pensar
que cual hoy por ayer, por hoy mañana,
volveremos los dos a suspirar.

Rima LXVI

¿De dónde vengo?… El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

Rima LXVII

¡Qué hermoso es ver el día
coronado de fuego levantarse,
y, a su beso de lumbre,
brillar las olas y encenderse el aire!

¡Qué hermoso es tras la lluvia
del triste otoño en la azulada tarde,
de las húmedas flores
el perfume aspirar hasta saciarse!

¡Qué hermoso es cuando en copos
la blanca nieve silenciosa cae,
de las inquietas llamas
ver las rojizas lenguas agitarse!

Qué hermoso es cuando hay sueño,
dormir bien… y roncar como un sochantre
y comer… y engordar… ¡y qué desgracia
que esto sólo no baste!.