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Poesía de Estados Unidos

Poemas de Hart Crane

Harold Hart Crane fue un poeta estadounidense, nacido en Garretsville (Ohio) el 21 de julio de 1899, y muerto el 27 de abril de 1932.

Las travesías

I

Sobre los frescos rugidos de la rompiente
los erizos de bandas brillantes se despellejan con la arena.
Han tramado una conquista de cáscaras de concha,
y sus dedos desmenuzan fragmentos de alga horneada
cavando y esparciendo alegremente.

Y en respuesta a sus agudas interjecciones
el sol da un toque de rayos sobre las olas,
las olas inclinan el trueno sobre la arena;
y si pudieran oírme yo les diría:

Oh, lúcidos niños, jueguen con su perro,
acaricien sus conchas y palos, desteñidos
por el tiempo y los elementos; pero hay una línea
que no debes cruzar ni jamás confiarte más allá de ella,
de los ágiles cordajes de sus cuerpos a caricias
demasiado fieles a los líquenes de un pecho demasiado amplio.
El fondo del mar es cruel.

II

― Y todavía este gran parpadeo de la eternidad,
de inundaciones sin borde, sotaventos desatados,
samita laminada y peregrinada donde
su vasta barriga ondinal se inclina hacia la luna,
riéndose de las envueltas inflexiones de nuestro amor;

toma este mar, cuyo diapasón se doblega
en volutas de frases de un plateado níveo
el terror imperial de cuyas reuniones se desgarra
según se comporte bien o mal,
todo menos las devociones de las manos de los amantes.

Y hacia delante, mientras las campanas frente a San Salvador
saludan los azafranados brillos de estrellas,
en estas praderas de poinsetias[i] de sus mareas, ―
adagios de islas, oh, mi Pródiga,
completan las confesiones oscuras que sus venas pronuncian.

Nota cómo sus hombros que giran envuelven las horas,
y se apuran mientras sus míseras palmas ricas
pasan sobrescrito de espuma y ola inclinada, ―
se apuran, mientras son verdaderas, ― sueño, muerte, deseo,
se cierran un instante en una flor flotante.

Únenos a tiempo, oh, Estaciones claras, y teme.
Oh, galeones trovadores del fuego del Caribe,
no nos legues a una orilla terrenal hasta que
halle respuesta en la vorágine de nuestra tumba
la amplia mirada de espuma de la foca hacia el paraíso.

III

Arrastra una infinita consanguineidad ―
este tierno tema tuyo que la luz
recupera de las llanuras del mar donde el cielo
abandona un pecho que cada ola entroniza;
mientras los encintados pasillos de agua por los que serpenteo
son bañados y salpicados sin ningún golpe
lejos de ti, donde a esta hora
el mar levanta, también, manos relicarias.

Y así, admitidos a través de turgentes portones negros
que de otro modo deben detener toda distancia, ―
pasando pilares arremolinados y frontones ágiles,
luchando la luz allá incesantemente con la luz,
¡estrella besando estrella de ola en ola
sobre tu cuerpo oscilante!
Y donde la muerte, si se derrama,
no presume matanza, sino este único cambio, ―
sobre el empinado piso lanzado de alba a alba
la transmembrada sedosa habilidad de la canción;

permíteme travesía, amar, en tus manos …

IV

Cuya sonrisa contada de horas y días, supongo
que la conozco como el espectro del mar y prometo
vastamente ahora despidiendo golfo sobre golfo de alas
cuyo puente de círculos, lo sé, (desde las palmas a la severa
y helada inmutabilidad blanca de los albatros)
no hay corriente de mayor amor avanzando ahora,
cantando, que esta mortalidad única
fluyendo en la arcilla inmortalmente hacia ti.

Toda la fragancia irrefragablemente, y claman
locamente encontrarse lógicamente en esta hora
y la región que es nuestra para entrelazar de nuevo,
ojos y labios que presagian y haciendo contar
el puerto del presbiterio y la porción de nuestro junio ―

¿No se detendrán y cocerán en nuestros propios pasos
brillantes estrofas de flores y plumas hoy día como yo
debo primero perderme en mareas fatales para contarlo?

En firma de la palabra encarnada
los hombros de la bahía resignándose a mezclar
la sangre mutua, transpirando como ha previsto
y ampliando el medio día dentro de tu pecho para juntar
todas las insinuaciones brillantes que mis años han cogido
por islas donde debe llevar inviolablemente
latitudes y niveles azules de tus ojos, ―

en esto expectante, todavía exclamo recibir
el remo secreto y pétalos de todo amor.

V

Meticuloso, pasada la medianoche en rima clara,
inquebrantable y solitario, suave como
fundido en una despiadada hoja blanca ―
los estuarios de la bahía salpican los duros límites del cielo.

― ¡Como si fuera demasiado frágil o claro para tocarlo!
Los cables de nuestro sueño tan rápidamente alineados,
ya cuelgan, extremos despedazados de recordadas estrellas.
Una sonrisa helada sin huella … ¿Qué palabras
pueden estrangular esta sorda luz de luna? Porque nosotros

estamos sobrepasados. Ahora no hay grito, ni espada
que puedan apretar o soltar esta cuña de marea,
lenta tiranía de la luz de la luna, luz de luna amada
y cambiada … «Nada hay

como esto en el mundo», dices tú,
sabiendo que no puedo tocar tu mano y mirar
también, en esa impía hendidura del cielo
donde nada torna sino brillantes arenas muertas.

«― ¡Y nunca para comprender cabalmente!» No,
no soñé en toda la nave de tu brillante pelo
nada tan sin bandera como esta piratería.

Pero ahora

retira tu cabeza, solo y demasiado alto aquí.
Tus ojos ya en el sesgo de la flotante espuma;
tu hálito sellado por los fantasmas que no conozco:
retira tu cabeza y duerme el largo camino a casa.

VI

Donde se alzan helados y brillantes calabozos
de nadadores sus perdidos ojos matutinos
y los ríos oceánicos, agitados, desvían
los bordes verdes bajo cielos extraños,

constante como una concha secreta
sus azotadas leguas de monotonía,
o tantas aguas abaten la roja contraquilla
del sol pasada la piedra húmeda del cabo;

oh, ríos mezclándose hacia el cielo
y bahía del pecho de Fénix ―
mis ojos ennegrecidos contra la proa,
― tu negligente y enceguecido huésped

esperando, ardiendo, qué nombre, tácito,
no puedo reclamar: deja que tus olas se encabriten
más salvaje que la muerte de los reyes
alguna despedazada guirnalda para el vidente.

Más allá de la cosecha del siroco
los truenos del solsticio, arrastrándose
como un acantilado balanceándose o una vela
lanzada en el día más recóndito de abril ―

la palabra alegre, apetalada, de la creación
a la diosa holgazana cuando se levantó
concediendo diálogo con ojos
que sonríen al reposo que no puede buscarse ―

todavía un pacto ferviente, Bella Isla,
― desdobló los tablados flotantes ante
los cuales los arco iris ondulan un cabello continuo ―
Bella Isla, ¡blanco eco del remo!

La Palabra imaginada es la que sostiene
los callados sauces anclados en su brillo.
Es la respuesta que no puede traicionarse
cuyo acento ningún adiós puede conocer.

En la tumba de Melville

Lejos de este arrecife, a veces, bajo la ola
Los dados de los huesos de los muertos
Vio llegar un mensaje, al contemplarlos
Batir la orilla, en polvo oscurecidos.
Sin campanas cruzaban barcos náufragos.
El cáliz de la muerte generosa
Devolvía un disperso, lívido jeroglífico,
Envuelto en espiral de caracolas.
Luego en la calma de una vasta espira,
amarras hechizadas, y en paz ya la malicia,
Había escarchados ojos que elevaron altares;
Por los astros reptaban las calladas respuestas.
Ni cuadrante ni brújula imaginan
Más distantes mareas… Y por la azul altura
El canto no despierta al marinero.
Que su mítica sombra sólo el mar la conserva.

Interior

Esta lámpara dejó caer una tímida
Solemnidad en nuestro pobre cuarto.
¡Oh dorada y gris amenidad
Tristeza intensa y gentil!

A lo largo y ancho del mundo
Reclamamos las horas robadas ya que ninguno puede saber
Cuanto le agrada al amor florecer como una flor tardía
En los días posteriores a la incandescencia.

Y aunque el mundo deba despedazarse
Con celos y engaños
Al menos podrá reverenciar y conquistar
Nuestra piedad con una sonrisa.

Al Norte del Labrador

Una tierra de hielo inclinada
Abrazada por el yeso de los grises arcos del cielo
Se arroja silenciosamente hacia la eternidad.

“¿Ninguno vino hasta aquí a conquistarte
O a dejarte tímidamente sonrojada
Sobre tus resplandecientes pechos?
Oh brillante oscuridad ¿ no tenés memoria ?”

El frío silencio es solo el momento cambiante
En ése viaje hacia la no Primavera –
Ni nacimiento, ni muerte, ni tiempo ni sol
En la respuesta.

Viajes II

–Y aún en éste parpadeo de eternidad
De inundación sin bordes, sotavento sin trabas
Las mismas sabanas y cortejos donde
Su vasta y silenciosa combadura hacia la luna
Sonríe con la envolvente inflexión de nuestro amor;

Toma este mar en cuyo diapasón tañen
En pergaminos de plata níveas sentencias
El cetro del terror de cuyas sesiones arranca
Señalando en su sano o enfermo semblante
Todo excepto la piedad de las manos de los amantes.

Y hacia adelante las distantes campanas de San Salvador
Saludan al azafranado lustre de las estrellas
En ésa florecientes praderas de sus mareas,–
Adagios de islas, oh mi prodiga
Completan las oscuras confesiones que sus venas derraman

Y señalan cómo gira sus hombros en el viento de las horas
Mientras precipita sus ricas palmas sin dinero al
Transcurrir títulos de espumas encorvadas y olas que se
Apresuran mientras sean verdad sueño, muerte, deseo
Al acercarse un instante alrededor de una flotación de flores.

Guárdanos en éste instante, Oh clara Estación y temor reverente.
Oh galeones cantores del abrasador Caribe
Déjennos en la costa no terrenal antes
De que vuestra respuesta en el vórtice de nuestra tumba
Derrame el amplio sello del rocío del mar al contemplar el paraíso