Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Héctor Pedro Blomberg

Héctor Pedro Blomberg fue un poeta, guionista, comediógrafo y periodista argentino, nacido en Buenos Aires el 18 de marzo de 1889 y fallecido en la misma ciudad el 3 de abril de 1955.

Héctor Pedro Blomberg era hijo de un marino noruego y de una escritora paraguaya, sobrina del mariscal Francisco Solano López. Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y luego se dedicó al periodismo. Colaboró en diversos medios, como La Nación, La Prensa, El Mundo y Caras y Caretas.

En 1912 publicó su primer libro de poemas, La canción lejana, al que siguieron otros como A la deriva (1920), Gaviotas perdidas (1921), Bajo la Cruz del Sur (1922) y El pastor de estrellas (1928). Su poesía se inspiraba en la vida de los marineros, los barrios portuarios y las culturas exóticas.

También escribió relatos y novelas cortas, como Las puertas de Babel (1920), Los habitantes del horizonte (1923), Los soñadores del bajo fondo (1924), Los peregrinos de la espuma (1924) y La otra pasión (1925). En estas obras mezclaba realidad y ficción, ambientándolas en las luchas políticas del siglo XIX entre unitarios y federales.

Su obra teatral fue muy exitosa y abarcó el sainete, el drama histórico y el radioteatro. Entre sus piezas más conocidas se encuentran Barcos amarrados, La Mulata del Restaurador, La sangre de las guitarras, Los jazmines del ochenta y Bajo la santa Federación. Esta última fue llevada al cine por Daniel Tinayre en 1935.

Su faceta más popular fue la de letrista de canciones junto al guitarrista Enrique Maciel. Compuso valses, tangos y milongas que fueron interpretados por cantores como Ignacio Corsini, Carlos Gardel y Agustín Magaldi. Su obra más famosa es el vals La pulpera de Santa Lucía, que narra la historia de una mujer que regentaba una pulpería en el barrio porteño de Retiro.

Héctor Pedro Blomberg murió a los 66 años por un paro cardiorrespiratorio. Fue sepultado en el cementerio Jardines de la Paz de Cuernavaca. Su obra ha sido revalorizada por su aporte a la cultura popular argentina.

CANCIÓN DE AMOR JAPONESA

Nagako – Kuní – San, niña de plata,
La muñeca más frágil del Japón,
Me consumo de amor por tus pupilas:
Dame tu corazón.

Ven a bailar la danza de la lluvia,
Muñeca de abanico de marfil;
Labios como el coral de un amuleto,
¿Me besarán a mí?

Por ti le rezó a Buda entre los lotos
Mientras llora la lluvia entre el bambú,
Y a Kwannón le encendí catorce lámparas
Porque me amaras tú.

Nagako – Kuní – San, dicen los dioses
Nunca tus besos para mí serán,
Y jamás reinarás en mi pagoda,
Nagako – Kuní – San…

LAS DOS IRLANDESAS

Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica Marú;
Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesas
y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.

Nancy, la menor de ellas, parece una gitana,
pero nació en el barrio más pobre de Dublín;
arde en sus ojos negros una pasión lejana
y en su pálida frente hay una cicatriz.

De dónde las trajeron los chinos taciturnos
Maggie me habló al oído: “los conocí en Shangai…”
(En el bar se morían los murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se apagaba un cantar…)

El Marú había partido con rumbo a Yokohama.
Maggie me amó en las noches siniestras del Dock Sur;
me hablaba de su vida errante, y una llama
de pasión palpitaba en su mirada azul.

Nancy, junto a nosotros, cantaba dulcemente
canciones misteriosas de la China y del mar.
(Quién las llevó de Irlanda al infierno de Oriente,
y por qué las trajeron los chinos de Shangai).

Pero yo amaba a Nancy, la irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban a las dos;
las casuchas dormían bajo la luna llena
y en los negros navíos temblaba un resplandor.

¡Nancy! ¡Nancy! Una noche su canción quedó trunca;
los chinos dormitaban borrachos de chandú…
¡Pobre Maggie! Esa noche bebió más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras del Dock Sur.

Tommy´s Bar

Tommy´s Bar, familiar y melancólico.
El humo azul de los cigarros griegos
dibujaba extrañas pesadillas. Duerme
bajo los rostros fatigados del puerto.
Es la alta noche, y el antiguo piano,
bajo los dedos del pianista ciego
entona la canción de Tipperary.

Madrugadas de alcohol, noches sin sueño,
nostalgia de las noches taciturnas
bajo los rostros de extranjeros cielos;
melancolía gris de los errantes,
amaneceres trágicos de tedio,
y el suspiro profundo
de los buques inmóviles e inquietos,
trágicos ojos de mujeres trágicas,
miran sobre las copas de veneno,
y despiertan visiones de lujuria
en las turbias pupilas de los ebrios.

El alba estaba cerca,
y clareaba en el barrio marinero.
Calló el piano el cantor de Tipperary.
Guardó la noche sus idilios negros,
aletearon las brisas de la aurora,
se oyó el confuso sollozar de un ebrio,
suspiraron las naves su nostalgia,
y al morir las estrellas del cielo,
de Tommy´s Bar las amarillas luces
en el amanecer palidecieron

La visión del navegante

Aquella clara noche de luna el navegante
Tuvo un extraño sueño bajo la Cruz del Sur;
La goleta corría, fatigada y errante,
Por aguas del Oriente con rumbo a Singapur.
Vio en las profundidades obscuras y dormidas
Claridades extrañas. . . Contempló en su visión
Los ahogados de siglos y las naves hundidas
Que arrullaba el océano con su enorme canción.
…Y vio que aquellos muertos salían de los mares,
Y oyó en la clara noche misteriosos cantares
Que cantaban los buques bajo la Cruz del Sur.
Acercábase el alba, luminosa y distante,
Y al volver de su sueño extraño, el navegante
Vio las luces lejanas del viejo Singapur.

Las casas donde hemos vivido

Las casa donde vivimos
Los días que se fueron para siempre
Hoy hay rostros extraños,
Se oyen vibrar desconocidas voces
Y se escuchan los pasos de otras gentes
En las habitaciones donde un día
Enloquecidos de dolor, cerramos
Las pupilas sin luz de nuestros muertos…
Ajenos corazones
Laten bajo los techos familiares,
Viven, lloran, esperan, sufren y aman,
Lo mismo que nosotros
Bajo la estrella roja de la vida.
Otras sombras divagan
Por los patios de antaño;
Otras lágrimas corren
Detrás de los cristales.

Versos en la arena

A nuestros pies el océano
Iba volcando sus espumas,
Y yo soñaba con las brumas
De otro país vago y lejano. . .

Todo era azul en sus pupilas;
Todo era sol en el balneario;
Y yo soñaba solitario
Con mis ciudades intranquilas.

Un viejo buque abandonado
Agonizaba, allá a lo lejos;
Y una canción de amores viejos
Vino a buscarme del pasado.

Junto a las ondas espumosas,
Mi compañera no sabía
Que el océano me traía
Voces y sombras misteriosas.

Nostalgia gris de otras mañanas,
Vagos recuerdos de otros días.
Figuras pálidas y frías
De amadas muertas y lejanas.

Memorias viejas y borrosas
Vagos adioses y pañuelos
De otras riberas y otros cielos,
Allá en las dársenas brumosas…

Voces de mares y navíos,
Noches extrañas de otros puertos,
Semblantes pálidos de muertos,
Rostros que amé y hoy están fríos…

Turbó una voz en la ribera
Mi ensoñación vaga y remota:
Era el graznar de una gaviota
Que se alejaba mar afuera.

“¿Qué contemplabas en la espuma?”
Después oí que ella me decía:
Y yo soñaba todavía
Con mi país vago de bruma.

«Nada», exclamé con voz serena,
Y ambos, tomados de la mano.
Dando la espalda al océano
Nos alejamos por la arena.

Treinta años

Hace treinta años que te espero, vida,
Treinta veces pasó la Primavera,
Y mi alma se ha quedado adormecida
Sin que el Amor, el único, viniera.

Hace treinta años, alma, que te espero.
En las ansias febriles del hastío
Como mis horas misteriosas, muero
Golpeando en vano al corazón vacío.

Hace treinta años que te espero. El sueño
De que vendrías, ya se desvanece,
Y nieva ya en el corazón sin dueño.

Pero si nadie ve la angustia mía.
Una alondra invisible aquí se mece
Y canta en mi silencio todavía.