Poetas

Poesía de México

Poemas de Hermann Bellinghausen

Hermann Bellinghausen (Ciudad de México, 17 de mayo de 1953) es un médico, narrador, poeta y editor mexicano. Estudió medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En el campo del periodismo ha sido redactor para las revistas Solidaridad y Mundo Médico, editor para la revista Ojarasca así como colaborador para el periódico La Jornada como corresponsal en Chiapas. En 1995, ganó el Premio Nacional de Periodismo de México en la categoría al mejor reportaje, sin embargo declinó el galardón.

En colaboración con Alberto Cortés escribió el guion para la película Ciudad de ciegos. Participó como editor (junto con Hugo Hiriart en el testimonio colectivo Pensar el 68. Nuevamente a finales de 2008 presenta la película llamada «Corazón del tiempo» en la cual vuelve a colaborar con Alberto Cortés haciendo el guion, la cual figuró en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara número 24 a principios del 2009.

Qué diera por tener tu corazón
batiendo su ronco timbal en el mío.

Que tu cercanía amamantara
los cachorros inquietos de mi adoración.

Te he extrañado tanto y con tanto aliento
que ya no reconozco si éste soy yo
o los restos de un ser extraño
que se extingue en las dunas.

Qué diera por ser el mar a tus pies,
la voluntad de espumajee siempre vuelve.

Que tu bica se sumara a la mía
y bajo el agua te aflorara luz.

 

Verbos comunes

Condenado a la vía del aprendiz
no encuentro la manera de decir
ya terminé
No me atrevo a pretender
que sé qué cosa
Miro lo que encuentro
y hago lo que puedo
que nunca es mucho
y si lo que se puede
es la medida del poder
tengo menos que ninguno
Pronto renuncié a la escuela
En otras partes también
hubo maestros
Ando y anduve en jubón
de pupilo
y mis dos rocinantes
orejas de burro
Hube de aplicarme en serio
Levantarme temprano
Vivir despertando
Elegí no dormir
no estarme quieto
dejar atrás las trancas
de la paciencia
que no merecían respuestas
Me incliné a un lado
como trompo que aspira a caer
en cierto sitio
Y me llené de años
me puse duro
me volví indolente
renuncié al destino
Hoy que sé tan poco
no sé ni lo que digo

 

I.

Regreso al verdor ondulante
envuelto en el espanto,
el corazón fundido
sangrando en otra parte.

El suelo brinca motu proprio
y las sombras cortadas por el aire
tienen la precisa distancia
de mis recuerdos.

Hay un verdadero dolor
pájaro negro de ancha cola,
una indignación humana que arrebata
glándulas y pestañas.

El paisaje fue tomado por la metralla.
Toma sobresaltos ir por la calle o los caminos
sin pedir permiso
a policías hasta los dientes.

En algunas partes se distinguen burbujas
como iluminados invernaderos,
la vida allí ha de ser bonita, lástima,
las burbujas, con rozarlas, ¿sabes?

Tanta gente arrodillada, tanta herida permanente,
un predominio repulsivo de los necios
sobre las armonías tejidas y protegidas.
¿En qué momento empezamos a pudrirnos?

Las piernas andan golpeadas,
los costados llevan una lanza atravesada,
un balazo entra en las nalgas
o de a tiro a la cabeza.

No basta la Luna llena
para que la noche sea clara.
No alcanza el silencio para callar al ruido,
ni el clima de los muertos de miedo.

¿Dónde nos espera la canción
de las voces para seguir naciendo?
Mañana, ¿dónde estaremos?

Hay un velo verde, cansado, ciego.
Hay un velo.
Velo.

II.

Dichos en el centro de los corazones
de los troncos de encino,
irradiados en las órbitas expansivas
de los años

tirarán a las calles empedradas,
las irán rompiendo para hacerse
de parque
y surtirle al espejo en su dominio.

Pedacería de copas, ventanas, pantallas astilladas.
Cascos, escudos, máscaras, garrotes
caerán en cascada
hasta el final del tiradero.

Pasará sin obstáculos la luz
su transparente calor en vilo.

A lapidar el olvido, dijeron,
a soltar los aparejos.

Y tendrán rostros como incendios.