Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Hermógenes Irisarri

Hermógenes Irisarri es recordado como un destacado poeta, periodista, diplomático y político chileno que vivió entre 1819 y 1886. Nacido en Santiago, Chile, Hermógenes fue hijo de Antonio José de Irisarri y Mercedes Trucíos, y tío del conocido pintor paisajista Antonio Smith Irisarri.

Desde joven, Hermógenes se destacó por su talento literario y su compromiso con la escritura pública. A los 21 años, en 1840, comenzó su carrera como escritor público en El Seminario de Santiago, y a lo largo de su vida contribuyó con prosa y versos para varios artículos y revistas literarias de su país. También fue el director de la obra biográfica Galería de hombres célebres de Chile.

Entre sus obras más destacadas se encuentran Al sol de septiembre, A San Martín y La mujer adúltera, que lo llevaron a ser reconocido como uno de los poetas más importantes de su generación.

Hermógenes también incursionó en la política y la diplomacia. En 1857 fue elegido como diputado para el Congreso Nacional, y en 1860 recibió el reconocimiento de las cinco repúblicas centroamericanas por su representación en Chile. En 1863 se trasladó al Perú, donde trabajó como editor del periódico político El Heraldo de Lima.

A su regreso a Chile en 1886, Hermógenes fue elegido diputado y vicepresidente del Congreso. A pesar de haber sido invitado en varias ocasiones a formar parte del gabinete presidencial, Hermógenes siempre rechazó la propuesta. En 1873 fue elegido para el Senado, aunque no participó activamente en la política en ese momento.

Bajo el gobierno del presidente Federico Errázuriz Zañartu, Hermógenes fue canciller del Estado, aunque en 1877 decidió renunciar para retirarse a vivir en Quilpué, donde pasó el resto de sus días.

En resumen, Hermógenes Irisarri fue un talentoso escritor y poeta, así como un destacado diplomático y político chileno de su época. Su obra literaria y su legado en la política y la diplomacia siguen siendo recordados y valorados en la actualidad.

CANTO SÁFICO

I

¡Bálsamo grato de las crudas penas,
dulce consuelo en mis amargas horas,
blando regalo de la mente mía,
ven, yo te imploro!

¡Grata Poesía, celestial encanto,
ven, y a mi ruego presurosa acorre,
ven a dictarme sonorosos versos,
Musa querida!

Si el alma tiene que llorar sus cuitas,
si tiene el alma que cantar sus goces,
lágrimas tristes o sonrisa grata,
¡tú me las debes!

¡Ven, y ya sea que anegada en llanto
o que festiva te presentes hora,
siempre en buenahora, bien venida seas.
quiero que vengas!

¡Ay que tu risa no se acuerda,
oh Musa, con el martirio que padece el alma,
ásperos, rudos, mis acentos fueran,
tibio mi canto!

Pero si mustia, taciturna influyes,
el estro mío se dilata y dócil
corre la pluma, y trazará sonoros
fáciles versos.

Si el alma inquieta, si doliente el cuerpo
lánguido tiendo sobre el triste lecho,
si sufro y lloro y padecer continuo
sólo es mi vida:

¿cómo pudiera deleitarme el canto,
los blandos sones de acordada lira,
si son los ecos de felices horas
que ya pasaron?

¡Ven, pero tráeme tus dolientes ayes
y tus suspiros y tus quejas hondas;
y tus amargas y abundantes dame
lágrimas tiernas!

Y yo contento con tu don sagrado
mil y m1l veces bendecirte pueda;
que es don del cielo el de llorar las cuitas
que se padecen.

II

¡Cuánto apetezco en la acallada noche
bajo las ramas del añoso sauce,
cuando la virgen de los aires, blanca,
pura se ostenta;

cuánto apetezco en el espacio inmenso
verla esparcir sus celestiales rayos,
y que su imagen pudorosa quiebren
aguas del río!

Pláceme ver el azulado cielo,
manto bordado de brillantes luces,
bóveda inmensa que jamás midieron
ojos humanos;

pláceme, sí, con penetrante vista
sondar su oscuro, su profundo arcano,
y adivinarle en mi febril deseo
límite fijo.

Lánzome así por la región del éter,
vago por medio de un millón de mundos,
mudo, y absorto los contemplo y nada
sé que decirme.

Ellos son grandes, son inmensos mundos,
quizá habitados por las mismas almas
que aquí dejaron la pesada y dura
cárcel del cuerpo.

O en esos globos rutilantes miro
de ángeles bellos la mansión gloriosa,
bella, flotante, transparente y pura,
propia del ángel.

¡Cuántas ideas que expresar quisiera
vuelan y asaltan a la mente mía,
cuando contemplo maravillas tantas,
obras tan grandes!

Venga conmigo el obcecado ateo,
venga conmigo el obcecado y crea
que no es posible resistir cuando habla
Naturaleza;

venga y ya observe con la luz dudosa
de la plateada y vacilante estrella
o con el rojo y vigoroso rayo
del sol hermoso,

siempre a sus ojos brillará el potente
brazo que ordena creación tan vasta;
siempre a sus ojos brillará, en la viva
luz y en tinieblas.

Y el hombre, el hombre, el infeliz gusano,
te desconoce, criador supremo;
goza tu luz y tus tinieblas … , ¡nunca
date las gracias!

Yo, miserable, aunque doliente sufro,
a ti mis preces y mi canto envío:
llegue a tu trono mi loor y suba,
suba mi incienso.

Suba, que en tanto resignarme es justo
a lo que ordene tu querer divino
¡Si tú que muera decretaste, venga,
llegue la muerte!

III

Limpia, tranquila, plateada luna,
dame tu suave, tu fulgor divino
y un rayo tuyo, penetrando el sauce,
hiera mi frente.

Húmedas nieblas que vagáis prendidas
de la insalubre líquida laguna,
en espirales como el humo al cielo,
pronto, alejaos.

Céfiro, dame tu suspiro errante,
dame tu aliento embalsamado y puro,
y que tus alas al pasar, mi rostro
diáfanas toquen.

y si vosotras, misteriosas hadas,
voláis errantes por el aire vano,
no de mi ensueño me saquéis con voces
desconocidas.

Amo en la luz y la quietud callada
de la serena y apacible noche,
dar a mi cuerpo y mis sentidos, libre
paz y descanso.

Amo el murmullo del arroyo limpio
que el césped riega en desigual corriente,
cuando con manso susurrar halaga,
frescas las flores.

y amo el momento en que las flores bellas
tiernas cerrando tembloroso el cáliz,
vuela la tarde y al llegar la noche
sopla la brisa.

y amo en la brisa respirar el suave
puro perfume que exhalaron ellas,
cuando les daba el primoroso y blando
último beso.

Es el momento en que reposa todo,
todo en silencio se sepulta y sombras;
horas de paz en que cansados duermen
cielos y tierra.

Que si a deshora en lontananza se oyen
vagos ladridos del mastín celoso,
que en el aprisco velador se hospeda,
eco les falta.

¡Nada!, el silencio, la oración, el sueño,
la paz, la calma sepulcral, las sombras,
formas sin cuerpo, sin color, sin voces…
¡Muerto está el mundo!

IV

¡Esta es la hora que a pensar me invita,
éste el momento en que morir debiera;
porque en el alma recogida bullen
santas ideas!

Llore angustiado y con zozobra espere
del duro trance aproximarse el tiempo
quien nada tenga que desear, quien nada
juzgue que falta.

Quien goce y viva de mundanos bienes,
quien cifre en ellos sus delicias todas,
quien tantas horas de ventura cuenta
cuantas son ellas.

Pero hay momentos en que abate al hombre
tanto el destino con sus rudos golpes,
que busca alivio en la futura calma
de la otra vida.

¡Cuando el momento de morir me llegue,
buenos amigos, un favor os pido:
templad acordes la sonora lira
juntos, y en torno

de aquel estrecho cabezal que ocupe,
unidos todos, con fervor sagrado
cantad al Dios de las bondades, bellos
sáficos himnos!

SOBERBIA, HUMILDAD

Vedle: es el hombre, en su ambición demente,
que el arduo arcano de la ciencia humana
toda una vida en apurar se afana,
con fatiga del cuerpo y de la mente.

¡Ya está el saber en él!, y lo que siente,
al contemplar su aspiración insana,
es que toda su ciencia es ciencia vana,
y a tierra torna la abatida frente.

Así la espiga, en su vital anhelo,
cuajarse siente el grano, y ya se empina
y recta sube en dirección al cielo,

sin pensar que a humillarla la avecina
su misma savia que fecunda el suelo…
¡y al propio peso la cabeza inclina!

ANACREÓNTICA

Mucho hay, niña, de falso,
mucho la vista engaña:
jamás en apariencias
te duermas confiada.
Si ves sobre mis sienes
mi cabellera cana,
no pienses que se ha helado
como mi frente el alma.
Tal en los altos Andes
se extiende un mar de plata,
que el hielo de la cima
prolonga hasta la falda;
pero arde allá en el centro
un mar de fuego y lava:
retiembla el monte, se abre
paso la ardiente entraña,
y luz esplendorosa
hasta lo cielos lanza.
¡Yo así para cantarte
tengo de fuego el alma!

LÁGRIMAS

Nace a la vida el inocente niño,
y al mundo viene en lágrimas deshecho:
el lácteo jugo del turgente pecho
con llanto pide al maternal cariño.

Más blanca y pura su alma que el armiño,
crece al abrigo del paterno techo;
y a la burla del mundo, y al despecho
su llanto brota en turbio desaliño.

¡Llorar para existir, ésa es la cuna! …
¡Y llorando vivir, ésa es la suerte!
¡Y a los seres llorar que amamos tanto!

Si no es dado aspirar a otra fortuna,
esa tumba que me abra a mí la muerte,
vengan los míos a regarla en llanto.