Poetas

Poesía de México

Poemas de Hugo Gutiérrez Vega

Hugo Gutiérrez Vega (Guadalajara, México, 20 de febrero de 1934-25 de septiembre de 2015)​ fue un abogado, poeta, escritor, actor, catedrático, diplomático y académico mexicano. Fue miembro del Servicio Exterior Mexicano durante más de treinta y cinco años, fue agregado cultural o cónsul en Estados Unidos, España, Italia, Brasil, Rumania, Líbano, Chipre, Moldova y Puerto Rico. Fue también en la década de 1970 presidente del Comité de Apoyo a la Unidad Popular,​ y entre 1987 y 1994, embajador de México en Grecia. Escribió más de treinta y seis libros de poesía y trece de prosa, algunos de los cuales han sido traducidos a diez idiomas. Impartió clases en la Universidad Autónoma de Querétaro llegando a ser Rector de esta última de 1966 a 1967.​ Fue director de Casa del Lago entre 1974 y 1976, además de director de la Revista de la Universidad, así como director general de Difusión Cultural de la UNAM. Fue miembro del Seminario de Cultura Mexicana.​ Fue elegido miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua el 10 de noviembre de 2011 para ocupar la silla XXXIV. Falleció el 25 de septiembre de 2015 a los 81 años.

Mujer dormida

Nuestras vidas son los ríos…
Jorge Manrique

Desde aquí veo tu casa
rodeada por el aire
de esta mañana lívida.
Veo tu puerta cerrada
y el balcón entreabierto,
siempre entreabierto
para librarte de los sueños malos.
Me asomo y veo tu cuerpo
entre las sábanas,
siento tu respiración lenta.
Todo está vivo.
La sangre cumple su trabajo
y transcurre sin prisa
por tus sienes
para que tú te duermas.
Miles de vidas siguen
en un solo, prodigioso segundo
de ese tiempo tan diferente al tiempo
que nos manda a la calle
y nos dicta sus leyes,
nos obliga a correr y va pasando
como pasan los ríos.
Siento tu desnudo
creciendo en la cama.
Un cuerpo dormido
nos entrega la paz del mundo.
Me voy sin hacer ruido.
Te dejo en el país
construido por el sueño.
Al irme siento que sonríes.
Los ángeles del otoño,
con un dedo en los labios,
le ordenan a la vida
que no te despierte.

Cantos del despotado de Morea

XVI

Digo adiós a Mistrás, la carretera
se adentra en el Taigeto y a lo lejos
se adivina la luz de Kalamata.
Quedó atrás la ciudad que me ha dejado
el sabor de la muerte
y la precaria certidumbre de vida.
La montaña atormenta sus caminos
y una tenue neblina desfigura
el rostro de las rocas.
Pienso en los vivos de la ciudad difunta,
en sus canciones de honda madrugada,
sus hombres, sus mujeres,
el hogar y los niños.
Pienso en el pan y el vino
que iluminó sus tardes;
limito la memoria a los pequeños,
a los desconocidos,
a los que concibieron esperanzas
que liquidó la vida y, sin embargo,
seguían agradeciendo los destellos
que rescató el amor.
Pienso en todas las cosas que formaron sus vidas:
las penas, los dolores, la enfermedad, la muerte,
la primavera con sus nuevas lilas,
los amores, los libros, las palabras,
los altos entusiasmos,
el mar y las distancias recorridas.
Pienso en ellos y sé que al evocarlos
renace su memoria:
éste es un juego inútil, lo comprendo,
pero pensar en los demás,
en los arrebatados por la muerte,
es pensar en nosotros.
Somos el mismo río que va pasando,
dicen los poetas,
el río es inmenso y en su seno obscuro
habitan las tinieblas,
sin embargo, debe haber una luz imperceptible
al fondo del fracaso,
una luz que encendieron los añores,
una luz que vacila y permanece.

Para la abuela, que hablaba con pájaros creyéndolos ángeles

La abuela abría las puertas de la mañana;
entraba el sol por el balcón cerrado
y un rayo se pegaba a sus gafas solares.
El día andaba ya por los corredores
abrillantando las plumas del pájaro ciego,
jugando un rato con los peces anhelantes
en un marecito engañoso,
y con el caracol de filos negros
en su playa de cristal.
La claridad giraba por los cuartos vacíos
y se escondía entre las cortinas.
De las gafas de la Abuela brotaba el día
y bajo mi cama se enroscaban los vientos.
Cerraba los ojos y regresaba al sueño.
Las sábanas me daban una noche que sólo existía ahí
y que se prolongaba por unas horas,
mientras la mañana maduraba
y se caía a pedazos en las calles de color naranja
y en el cielo azul y tonto de los trabajos para vivir.

II

Un polvo limpísimo, casi más fino que el aire de esta mañana
se levantó cuando abrimos la tumba de la Abuela.
La caja se deshizo, y el cráneo que tenía aún su blanca trenza
cayó con tanta gracia, que la tierra se negó a entrar en él.
¡Quién dijera!; tú que tanto temías morirte sola
has pasado diez años en la tumba hablando con tus ángeles,
percibiendo las voces de tantas insolentes primaveras.
La muerte es grande? dices, y la vida se concentra en tu trenza.
No hemos perdido nada. La mañana sigue entrando a la casa;
Entrando sin cesar.
Si nada cesa tú nunca cesarás.
La muerte grande te besó en las mejillas
y nosotros lloramos y reímos.
Estamos contigo.
Tu memoria no se detuvo nunca.

RECITALES

A la poeta Ladislalia de Montemar

Los poetas dijeron versos
y agitaron sus plumas en el gran salón.

Al día siguiente varias sirvientas
lucieron plumas de pavo real
en sus sombreros viejos.
Ellas opinan que los recitales son útiles
a la república.

ARS POETICA

Entre oficio y oficio
(a mi trabajo acudo,
con mi dinero pago…),
el poema debe pasearse
como si nada pasara.