Poetas

Poesía de España

Poemas de Isla Correyero

Isla Correyero (Miajadas, Cáceres, 1957), es el seudónimo de Esperanza Correyero Rodríguez​, una escritora, guionista y poeta española, enfermera, que fue galardonada en 1995 con el premio de poesía «Ricardo Molina» y antologada en Las diosas blancas (1985) de Ramón Buenaventura​ y en Ellas tienen la palabra (2008) de Noni Benegas. Correyero es considerada por la crítica como parte del nuevo movimiento de poesía española junto con Ana Rossetti, Blanca Andreu y Amalia Iglesias.

Coño azul

Mi coño es negro como carbón
evaporado. Pero se vuelve azul a la luz
de la tele y de la luna.
La característica más peculiar que
explica su color y su forma
es
que tiene circulación lenta y
estremecida que va navegando hacia la
tinta de las venas y se abre al desamparo
de mi dormitorio como si
comprendiese que un dedo impenetrable,
masculino,
no pasara por él ni por las sábanas.

Sería una esperanza considerar
que sobre mi coño solitario aún pueden
caber volúmenes remotos
o
un pañuelo azul que penetrase las dos
mitades húmedas y abiertas y así pasar
esta tela azul, ensangrentada,
quedándose,
rompiéndome
porque mi coño ya es invencible,
mi enemigo.

Aislado del amor
cualquier coño es violento.

El perturbado…

El perturbado camina por el pasillo con una vela en
la mano. Entre la velocidad y la luz de su paso se
ven sus lágrimas azules.

Desviado del mal su voz es indefensa.

Rodeado de moscas blancas, encerrado en su círculo,
camina toda la noche por el hospital,
mientras la cristalina luz de la inocencia le protege.

Terciopelo azul

Mi coño eleva el conocimiento que tú le has enseñado. La velocidad y el violento latido de una
horca.

Mi coño alimentado por una boca física tiene el
oficio azul de ser frágil y exacto.

Flexible y religioso, mi coño es la pirámide de un resplandor de oxígeno que se pone mis bragas.

Tiene quinientos años de elegancia y de músculos
batidero de sangre volada de partículas.

Fluye con tabaco, la cicuta y el whisky, tiene chispas de plata, monedas de cerveza.

Con tu estremecimiento causas en mí palabras que
dicen deserciones y dulces animales.

En tu lengua me dices cosas extraordinarias, se me llena la oreja del ardor de los fósforos.

Pasa todo a mi coño, se forman las arrugas, aprende, coronado cómo abrirse las venas.

Tan despierto y profundo como un túnel en llamas, llega al centro, al tugurio de un burdel que se mueve.

Es un párpado oliendo tu medida en centímetros, el aceite de un arma, con una bala de oro.

Extremaución del vértigo que crece en los amantes,
mi coño es un estado mental de luz y sombra.

Suda como una sábana. Palpita como un trago. Es
móvil terciopelo azul. Báilalo lento.

Por la muerte.

Jode la tristeza.

No fluye sangre

No he venido a traerte la violencia que habita en mi
corazón.

No he venido a mostrarte mis ojos despintados y mi último
vestido.

No he venido a distraerte ni a olvidar.

Ni vengo a matarte ni a vivir de tu sombra.

He venido a verte envejecer y a que en tu decadencia me
veas como nunca me viste:

Fría, paciente y azul como un cadáver.

Prostituta de ocho años

Qué triste está la niña con su lunar postizo
y el carmín de los labios espeso y devastado.

A la luz mortecinade la bombilla roja
tiene la niña un rictus de mujerzuela bella.

Sobre la cama, inmóvil, nos mira agonizante
mediando entre las piernas la sábana arrugada.

De doncel ha quedado su piel, el cuello airoso,
el pecho tan minúsculo de rosadas tetillas.

Y bajo la apariencia de dulces bucles rubios
tiene la niña un nido, deshecho, ensangrentado.

Y un indefenso encaje entre los dedos vela,
el sexo aún sin vello, con el que ríen los niños.

Trucha

Así
de resbaladiza
es la sensación
de entrar en mí
por ti
como cuando coges una trucha
en las manos
y se va más adentro de su
cueva
entre las piedras y las raíces
del río
que circula con su bomba de
agua
hacia la arena
hacia el mar que se va
instante tras instante
y nunca vuelve su flujo
igual
es otro
como el sexo que nunca es
lo mismo de suave
ni ácido ni dulce
ni violento.

También cambian las truchas
de tamaño
y según de hinchadas o pequeñas
así
tienen la piel
sus secreciones
van variando de una humedad
a otra
de color incluso
cambian
de color se ponen
negras o amarillas
o verdes o naranjas
o con chispas rojas
manchas de arañazos.

Y a veces
cuando yo más te quiero
cuando te amo
con la avaricia
de coger una trucha
que se escapa
todo se vuelve azul
el moco
y no respiro
y te aprieto
apretando los dientes y las manos
para que no te escapes
nunca nunca cariño
de mis movimientos
de los tuyos
de las aguas.

El deseo

Ésta es la enfermedad cruel del deseo.
La ruta de los pájaros sonámbulos
en vuelo breve bajo las tormentas.
Conozco sus libreas y sus máculas
Y las motrices ansias eternales,
demasiado bien lo conozco.

Desciende azotándome hasta el cauce
y arranca blancas prendas con su apremio.
Cruza paisajes de escarcha subterránea,
desiertos, lunaciones, parajes en crepúsculo.
Es un huésped simbionte en las dunas más altas.
Es un paraje negro oculto entre la nieve.

Cuando llegan las horas del silencio
se asienta en mí y persiste
balancea mis ancas, las abulta.
Es un impulso espeso y enturbiado
que bordea mis labios
y que en fugaz ración muestra su presencia.

Nada sabe del alma ni sus incubaciones,
nada necesita:
sólo el grueso espejo de otro cuerpo caliente.
Y sólo permanece la sombrilla violeta de mis ojos breñales
cuando en la nublada languidez del vaho
el cristal no devuelve más que su superficie.

Ésta es la enfermedad cruel del deseo
que por ti siento siempre,
hondísimo
quemando,
y no devuelto.

Las medias blancas

Tengo unas medias blancas de encaje que me pongo
cuando me visto el traje negro de los recuerdos.
Son unas medias finas, hambrientas de fantasmas
que hacen juego con pájaros interiores, oscuros.

Las piernas, penetradas por estas bocas blancas,
levemente se abren con signos vegetales.
Los hilos amanecen mi piel,
brotan, perdiéndose,
entre los elevados pensamientos más íntimos.

En derredor: imágenes de ocupación pelviana,
soberbias latitudes desde el puente atestiguan
la entraña y las enaguas levantadas al vuelo.

¡Qué holgada está la tela de la falda de flores,
la rodilla suavísima con olor a naranjas!

Por los muslos se agrandan los dibujos henchidos,
son copos invisibles calcinando altas cumbres.
Me infunden sobresaltos, me clavan dulces flechas,
tan finas son las mallas que saltan los engarces
y hasta el ocre desierto los poros me rezuman
feroces destinos, presagios entreabiertos.

Siento flores y manos crecer entre las piernas
y más arriba el musgo
tapando el azulón vellón de la albufera.

No podía ponerme estas medias sabiendo
la gracia que se esconde, generosa en tu boca.
Espomosas persisten, sin causa me rodean,
temibles de tu roce, sin fatiga,
explorando.