Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Jacques Ancet

Jacques Ancet es un poeta y traductor francés nacido el 14 de julio de 1942 en Lyon. Después de realizar estudios superiores en esta misma ciudad, fue lector de francés en la Universidad de Sevilla; más tarde consiguió ganar la oposición para ejercer como profesor de español, labor que ha desempeñado durante más treinta años en las Grandes Escuelas, antes de dedicarse a su trabajo de escritor y de traductor cerca de Annecy, donde reside.

Escrituras

Vuelvo a empezar y está tu rostro siempre
lo busco en medio de todos tus rostros
tienes tantos que a veces ya no sé
quién eres las tardes tienen colores
cambiantes tu cambias con ellos brillas
te apagas si estás en un claroscuro
de cristales o en el esplendor de
la luz no eres la misma sin embargo
te reconozco tras tus perfiles tus
fulgores y sombras algo se mueve
que llamo tú porque eres mi memoria
quizá y porque a lo lejos sin cesar
andas te veo llegar a la misma
estatua entre palomas de la misma
plaza sigues andando pero no
vienes de lo profundo del pasado
eres la venida que convierte mi
vida en alegre espera aunque el viento
de lo efímero sopla y su humeante
nieve oscura nos borra entonces ya
no tengo nombre y no soy sino polvo
de sílabas boca vacía que no
articula más que azar pero tú
eres el azar es bello es cálido
como tú y es nuestra historia sé que la
voz que habla ha de callar crujen vacilan
las palabras las atizo por ver
de nuevo el espacio su promesa
el blanco de los montes y el azul
un cielo con ramas y apenas esta
claridad aunque esté tan cerca dices
quizá es la primavera u otra cosa
quién sabe es algo como una inminencia
viene sin pausa sin venir está
pero no está es manantial de formas
de él brotan palabras que nada dicen
sólo un flujo de luz no saber qué
decir más decirlo del mismo modo
que a veces me acerco a ti y nuestros ojos
están gastados por los días tomo
tus manos frías las soplo me quemas
siempre es como la última vez
te abrazo quiero ser el mismo instante
cierro los ojos y todo es presente
el mundo es un solo resplandor arde
él también habría que conservar
siempre este ardor consumirse en él luego
renacer como el fénix alumbrados
por el fuego pero aún me pregunto
qué es el amor la locura de hacer
rodar el mundo en torno a un centro rosa
y mortal sé que no hay respuesta sé
que es rendirse a la pérdida y las lágrimas
pero abro los brazos y digo sí.

La quemadura. Canto 7

Cada día una sílaba tras otra
palabras que sirven para saber
que escribes y acudir a la llamada
al eco llegado no sé de dónde
como cabo de hilo apenas visible
del que tiras y se mueve resiste
y que hay que atraer suavemente pero
no romperlo y no comprendes por qué
aquí donde menos te lo esperabas
por qué así hoy y por qué a este ritmo
que no controlas bien ya que te arrastra
o te atraviesa hacia lo que ignoras
como un camino que sin seguir trazas
porque no existe y que haces con pasos
palabras e imágenes que son tuyas
con el paisaje que viene a tu encuentro
no sabes nada y sabes que te espera
algo que es como una mañana llena
de luz un silencio o un rostro que se
inclina es el sol no puedes verlo
o esta blancura vas hacia su encuentro
tu cuerpo es tan ligero que es el mundo
está la montaña como una mano
el aire es como un monte de frescura
cada palabra es una quemadura
dices eres aire eres colina eres
la vida contra la muerte me quemas
no escribo para mañana ni para
el futuro sino para el ahora
para que el sí atraviese el no y éste
sea la fuerza del sí y resistir
a las voces que en mi voz hablan y oigo
poniendo sus palabras en mi boca
babeo bullen bobadas nonadas
escribo para escupir y arrancarme
la lengua y que haya otra vez quemadura
de lo que ignoro de lo que sin tregua
comienza alguien al abrirse el siglo
dijo que en la palabra no hay étimo
sino un puro milagro y era un sabio
este hombre-verbo maestro en espejos
de mil reflejos donde brilló el mundo
un instante y quién añadió que escribir
es la vida al tomar de sí conciencia
hormigas nebulosas electrones
piedras pirámide silla olvidada
una tarde en una calle desierta
el gesto desdoblado de una mano
trazando en el papel su propia imagen
juntos en el mismo fulgor tu cuerpo
mi cuerpo ni tú ni yo tú me quemas
para que obre la quemadura escribo
para saber que te veo y te toco
y que somos el mismo devenir

Lo imperceptible

Aunque no lo sepamos.
Con gestos para nada.
Aunque dormidos,
o en la lentitud del amor,
antes del sueño. Decimos
lo oíste, escuchá.
Las manos se detienen, las palabras.
Vemos la sombra de una taza,
su asa sobre la pared.
Es el borde. No vemos.

O algo más
que la mesa, las lágrimas,
la montaña o la esperanza.
Más que el espacio.
El que viene es precedente,
una especie de sombra ausente,
lo contrario de una imagen.
O, en el cielo, a mediodía,
como una luz inversa.
Nadie puede saberlo.

Crees que se escapa
pero algo se acerca.
Al final de la calle ves
lo que no podés decir.
Es como si un rostro
se inclinara sobre la ciudad,
o como si una mano sostuviera
las cosas sin tocarlas.
Te dices que se va
pero ahí está, y te mira.

Canto IV

Tú has cerrado los ojos te has detenido para estar
un instante en la imagen, con el amarillo de las peras,
el silencio, justo lo que hace falta para decir,
es la vida, no te muevas, si no como el gato
ella ha desaparecido, dejándote ese poco de aire solo
que uno llama el pasado, entonces sí, ni un gesto,
ni una palabra, tú no eres sino la espera y la venida,
la hormiga, la montaña, el espacio entre los dos,
el gesto que sientes que te atraviesa, que se apodera de ti,
no eres más tú ni tus ojos, ni tus manos, tu cuerpo se torna
tan transparente que el día se refleja en él y se enciende
con un fulgor que es tuyo pero que no te pertenece,
no te preguntas más a dónde vas, quién eres,
porque eres lo que no es y lo que es,
no tú, no yo, no nosotros, la luz sobre el muro,
encima las moscas y, en tu voz, todas las voces,
las escuchas cuando mueves los labios, ríes
pero eso no es tu risa, sabes que viene de lejos,
como en tus ojos todas las imágenes, las frases
en tu boca, lo desconocido no tiene nombre ni rostro,
ese solo impulso, ese empuje, quizás ese llamado
al cual debes responder ya que no lo puedes evitar
y que cada día, por cierto, hay que recomenzar,
buscar a tientas en la misma penumbra, abrir la puerta
con el mismo viento en el umbral que esperaba
como un perro o, simplemente, la misma calle, el mismo
árbol con o sin hojas, el mismo silencio donde
no escuchas sino el ruido endeble de tus pasos,
ese hálito leve que no sabes si es tuyo o
del otro jamás encontrado, jamás, a pesar que él
esté ahí, estás seguro, en alguna parte, cerca
como en las hojas del roble el cuajarón negro
entrevisto un instante sobre el azul, cuervo sin duda
o cotorra, no está muy lejos, podrías escucharla,
sí, se hacen necesarias las comparaciones, ciertas cosas
son incomprensibles, el día perdido, vuelto a encontrar,
esta espera, incluso si sabes que no hay nada
que esperar, esta espera que el grito de repente
llega a rasgar, vuelto el cuervo, o el hálito
siempre ese poco de aire entre las palabras, lo oyes,
puesto que se trata de oír, de oír no ver
mejor ser buen oyente que hacerse el vidente
incluso si con las palabras las visiones aparecen
entonces, sí, la mezquita en vez de la fábrica
las calesas en la ruta del cielo, el salón en el fondo
del lago, pero nada en los ojos, todo en las palabras,
por eso tú escuchas las imágenes, no cesas
de escuchar en tu boca su venida, de ver
nacer las frases, cubrir los ojos, y lo real
lo real es un tapiz, un teatro vivo
donde todo es inaccesible, la insignificante piedra
sobre el muro, la insignificante hormiga, el humo insignificante,
sería necesario escuchar el enorme silencio
de su venida, ese silencio por debajo del silencio,
eso es lo que llamas voz, eso es, quizás,
la espera, el movimiento de las cosas que comienzan,
el aflorar de formas cuando aún no son
fulgor donde el mundo entero brilla, se entreabre,
y es la luz y la noche, este aire invisible,
su torbellino de átomos, el álamo, el banco
sobre el cual vendrá a sentarse un cuerpo, todos los rostros
en un solo rostro, cada objeto en la inminencia
de su presencia, todo en la palabra muda
que de tan rápida sólo puedes reconocer,
que tú no has podido entender y, cuando te callas,
ya es demasiado tarde, las imágenes cubren el día,
tú no sabes si no decir supermercado, avenida,
cochera o espino blanco, bosque, gasolinera
no importa, los nombres te inundan, tú no sientes
en tu mirada sino el hormigueo de las voces,
con, en derredor, los rugidos, los rebuznos,
los balidos, los bufidos, el croar, asimismo
gritos, frases estereotipadas, palabras falseadas
paz, justicia, libertad, canta el corifeo,
precio, márgenes, plusvalía, comisiones, responde el coro,
amedrentadas las vírgenes defienden su virtud,
dignidad, serenidad, para mí yo tengo mi conciencia
lo ridículo no mata, decía el otro, si no las calles
estarían desiertas, como en esos días de la canícula
pero te das cuenta, el tiempo ya no es lo que era,
ahora cada quien sigue con su cantinela,
seguridad, solidaridad para los cadáveres
hacinados en el sol bajo las moscas, se llora, se grita,
se elevan voces, se dispersan, y mientras tanto
belicistas y locos de Dios, el pobre no sabe
a qué santo encomendarse, media luna, cruz, croar
las bocas escupen dientes y odio, las torres se derrumban
los derricks en llamaradas, los hospicios, los hospitales
cada quien con su diablo, satanjano remonta
la pendiente, no se entiende nada, no se comprende nada,
uno se pregunta cómo el mundo puede girar,
pero gira, gira hasta darnos vértigo, reímos
qué más podemos hacer, sobre el cristal techos y cielo
nubes inmóviles, como si no hubiese pasado nada