Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Jacques Delille

Jacques Delille, poeta francés de la ilustre pluma, nació en Clermont-Ferrand en 1738, aunque la ubicación exacta de su cuna sigue envuelta en el misterio de la controversia. Hijo natural, su destino se forjó entre los verdes campos de Aigueperse y los laberintos de París, donde floreció su genio poético.

Creció entre los versos de Virgilio y el asombro de la naturaleza, recibiendo las lecciones de la vida bajo el cielo estrellado de su juventud. Con el talento como su estandarte, Delille conquistó el mundo de las letras, desde el esplendor de la Academia francesa hasta los salones de la alta sociedad parisina.

Su traducción magistral de las «Géorgicas» de Virgilio en 1770 fue el punto de partida hacia la cima del reconocimiento literario. Aclamado por su destreza versificadora, Delille fue elogiado incluso por la pluma sagaz de Voltaire, quien reconoció su habilidad para rendir tributo a los clásicos con maestría.

Miembro de la Academia francesa, Delille fue testigo del florecimiento de su carrera, protegido por las alas de la admiración y el mecenazgo. Sus versos resonaron en el Colegio de Francia y en los jardines de la realeza, alimentando el alma de una nación con su poesía exquisita y sus descripciones vívidas.

Sin embargo, la Revolución francesa trajo consigo la sombra de la adversidad, y Delille sufrió el despojo de sus beneficios y la incertidumbre de la tormenta política. Exiliado y errante, su pluma continuó su danza, tejiendo versos de amor y piedad en tierras extranjeras.

De vuelta en su patria, Delille retomó su lugar entre los grandes de la literatura, enfrentando la oscuridad de la ceguera con la misma valentía con la que enfrentó los desafíos de la vida. Su legado perdura en las páginas de la historia, una oda eterna al poder de las palabras y la belleza del alma humana.

Los tres reinos de la Naturaleza

Fragmento

La ciudad por el campo dejé un día
y recorriendo vagoroso el bello
distrito que a la vista se me ofrece
el prado cruzo y la montaña trepo;
llevé por la espesura de la selva
de mi libre vagar el rumbo incierto;
del arroyuelo el tortüoso giro
seguí; pasé el torrente; oí el estruendo
de la cascada; contemplé la tierra,
y osé curioso interrogar al cielo.
El sol se puso y envolvió la noche
la creación, mas por su triple imperio
discurre aún la mente vagorosa.
Descendió de los astros el silencio
derramando en mi ser sabrosa calma;
y de mil formas peregrinas veo
el mágico prodigio todavía
y aún no da tregua a la memoria el sueño.
Pareciome mirar al Genio augusto
de la naturaleza, entre severo
y apacible el semblante, en luminosa
ropa velados los divinos miembros.
De sus siete matices Iris bella
bordole el manto; Urania el rubio pelo
le coronó de estrellas; doce signos
el cinto, le divisan; arma el fuego
de Júpiter su diestra, y su mirada
meteoros de luz esparce al viento.
Bajo sus huellas brota el campo rosas;
ábrense a su mandado mil veneros
de cristalinas ondas; las fragantes
alas Favonio agita; o silba el Euro
acaudillando procelosas nubes,
se inflama el aire, y ronco estalla el trueno.
Puéblase el ancho suelo de vivientes
y el hondo mar; en derredor el Tiempo
con mano infatigable alza, derriba,
cría, destruye; sus despojos yertos
la tumba reanima; y da la Parca
eterna juventud al universo.
Cuanto le miro más, mayor parece:
«¡Mortal!, me dice al fin, si hasta aquí fueron
las formas exteriores que este globo
muestra a la vista, a tu pincel sujeto
a empresa superior la fantasía
levanta ya; sus íntimos cimientos
cala, y de su escondida arquitectura
revela a los humanos los misterios;
los primitivos elementos canta,
su mutua lid, sus treguas y conciertos,
Mide con huella audaz la escala inmensa
que sube desde el polvo hasta el Eterno.
Haz que en sus vetas el metal se cuaje;
desarrolla la flor; somete al cetro
del hombre el bruto; eleva a Dios el hombre.
Yo a tu pintura infundiré mi aliento,
y durará cuanto yo dure». Dijo;
y a obedecerle voy; mas lejos, lejos
de mí, sistemas vanos, parto espurio
de la razón que demasiado tiempo
tuvisteis en cadenas afrentosas,
de sí mismo olvidado, el pensamiento.

Sobre apoyos aéreos erigido,
obra de presuntuosa fantasía
que desprecia el examen, un sistema
hasta los cielos la cabeza empina,
y de los hombres usurpando el culto
reina siglos tal vez; mas no bien brilla
la clara luz de un hecho inesperado,
la hueca mole en humo se disipa.
Los vórtices pasaron de Cartesio;
pasaron las esferas cristalinas
de Ptolomeo; y con flamantes alas
en torno al sol la grave tierra gira.
De sus frágiles basas derrocados
así también vendrán abajo un día
tantos sueños famosos; como aquella
estatua del monarca de la Asiria,
que de oro, plata y bronce fabricada
se sustentaba en flacos pies de arcilla;
y desprendida de una cumbre apenas
el tosco barro hirió menuda guija,
se estremece el coloso, y desplomado
cubre en torno la tierra de rüinas.
Sigamos pues de la experiencia sola
el seguro fanal; ella me dicta,
yo escribo; a sus oráculos atento,
celebro ya la luz; a la luz rinda
su homenaje primero el canto mío,
a la sutil esencia peregrina
que los cuerpos fomenta, alumbra, cala;
que el verde tallo de la planta anima,
su pureza vital conserva al aire,
llena el espacio inmenso en que caminan
los mundos, y en su rápida carrera
a la mirada del Eterno imita;
fuente de la beldad, pincel del mundo,
de la naturaleza espejo y vida.
A la celeste bóveda mi vuelo
dirige tú, Delambre, que combinas
gusto y saber, y la elegancia amable
con el severo cálculo maridas.
Y pues Newton de su potente mano
a la tuya pasó no menos digna
las riendas de los Orbes luminosos;
tiende a tu admirador la diestra amiga;
subir me da sobre tu carro alado,
y la hueste de esferas infinita,
que en raudo curso surcan golfos de oro,
o equilibradas penden de sí mismas,
veré contigo, y su dïurna vuelta,
y su anuo giro, y de qué ley regidas,
ora se buscan con amantes ansias,
ora el consorcio apetecido esquivan.
No te conduce allá la gloria sólo
de interpretar ocultas maravillas,
ni en la región te engolfas de la duda,
en que sistemas con sistemas lidian;
mas del Gran Ser la soberana idea,
y el pacto eterno exploras que armoniza
ese de luz imperio portentoso
donde al orden común todo conspira;
donde el cometa mismo, que la roja
melena desgreñando, pone grima,
guarda en su vasta fuga el señalado
rumbo, y el patrio hogar jamás olvida.
Pura es allí de la beldad la fuente,
cuyo ideal modelo te cautiva;
mas ¡ah! que en esos rutilantes orbes
do el ángel de la luz con ojos mira
de piedad este cieno que habitamos,
do te ofrece un abismo cada línea,
cada astro un punto, y cada punto un mundo,
no es posible, Delambre, que te siga.
En pos de objetos, que a Virgilio mismo
dieron pavor, no vuelo ya. Campiñas
y prados y boscajes me enamoran;
ellas, como al mantuano, me convidan;
a gozar voy su asilo venturoso;
y mientras tú con alas atrevidas
corres tu reino etéreo, y pides cuenta
de su prestado resplandor a Cintia,
o del soberbio carro del Tonante
contemplas la lumbrosa comitiva,
te veré yo desde mi fuente amada
en los astros dejar tu fama escrita,
y menos animoso, a cantar sólo
la bella luz acordaré mi lira.

A cada ser su colorida ropa
viste la luz; si toda le penetra,
oscuro luto; si refleja toda,
pura le cubre y cándida librea.
Rompe también a veces y divide
su trama de oro en separadas hebras,
y reflejada en parte, en parte al seno
osando descender de la materia,
visos le da y matices diferentes.
Mas otras veces rápida atraviesa
el interior tejido; y lo más duro,
variamente doblada, trasparenta.
Ora a la superficie en que resurte,
con ángulos iguales busca y deja;
ora a diverso medio trasmitida,
según es denso, así los rayos quiebra.

Antes que de Newton el alto ingenio
de la luz los prodigios descubriera,
mostrose siempre en haces concentrada.
Él descogió la espléndida madeja
y de la magia de su prisma armado
del iris desplegó la cinta etérea.
Mas a las maravillas de tu prisma
precedió, inglés profundo, la ampolluela
de jabón, con que el niño sin saberlo
desenvolviendo los colores, juega.
Lo que inocente pasatiempo al niño,
fue a ti lección; así naturaleza
fía al atento estudio sus arcanos,
o un acaso felice los revela,

De los siete colores la familia,
si toda se reúne, el brillo engendra
de la radiante luz; y si con varia
asociación sus varios tintes mezcla,
ya del metal el esplendor produce,
ya el oro de la mies que el viento ondea,
ya los matices que a la flor adornan,
ya los celajes que la nube ostenta,
y de los campos el verdor alegre,
y el velo azul de la celeste esfera;
su púrpura el racimo, y su vistosa
cuna de nácar le debió la perla.
¿Y quién los dones de la luz no sabe?
Triste la planta y lánguida sin ella
niega a la flor colores, niega al fruto
dulce sabor, y adonde alcanza a verla,
allá los ojos y los tiernos ramos
descolorida tiende y macilenta.
¿Ves de enfermiza palidez cubrirse
la endibia en honda estancia prisionera?
¿Ves en la zona do a torrentes de oro
derrama el sol su luz, cuál hermosea
florida pompa el oloroso bosque?
Empapadas allí de blanda esencia
bate las alas céfiro lascivo,
dorada pluma el avecilla peina,
abril florece sin cultura eterno,
y toda es vida y júbilo la selva;
mientras del norte la región sombría
de funeral horror yace cubierta.
¿Pero qué digo? allá en el norte helado
es do mejor sus maravillas muestra
la bella luz; brillantes meteoros
el largo imperio de la noche alegran,
y la atezada oscuridad en llamas
rompe de celestial magnificencia,
con quien el alba misma no compite
en el clima feliz que la despierta.
Ora la lumbre boreal el aire
cautiva tiene en tenebrosa niebla,
ora le da salida y la derrama
en fúlgidas vislumbres; ora vuela
en rayos dividida, ora se tiende
en ancha zona; aquí relampaguea
bruñida plata; allá con el zafiro
el amatiste y el topacio alternan
y del rubí la ensangrentada llama;
ya un alterado piélago semeja
que de furiosa ráfaga al embate
montes lanza de fuego a las estrellas;
ya estandartes tremola luminosos;
bóvedas alza; en carros de oro rueda;
columnas finge; o risco sobre risco,
fábrica de gigantes, aglomera;
y hace el horror de la estación sombría
de maravillas variada escena.

Creyolas la ignorancia largo tiempo
ígneas exhalaciones que en la densa
nieve del septentrión reverberadas,
a las naciones presagiaban guerra,
iras, tumulto, y vacilar hacían
del tirano en la frente la diadema.
Otros el polo helado imaginaron
ver envuelto en el limbo de la inmensa
atmósfera solar, cuyos reflejos
denso el aire o sutil rechaza, alberga,
difunde en modos varios o acumula,
y su luz tiñe, y formas mil le presta.

Refieren los poetas (de natura
elegantes intérpretes) que Jove
a dos bellas hermanas hizo reinas,
una del rico oriente, otra del norte.
La Boreal Aurora cierto día
(añaden) viendo que su hermana el goce
de la divinidad obtiene sola
y el incienso le usurpa de los hombres,
al Sol su padre va a quejarse, y mientras
que de sus ojos tierno llanto corre:
«¡Oh eterno rey del día! ¡oh padre!, exclama,
¿hasta cuándo será que me deshonren
los que hija de la tierra me apellidan
y parto vil de frígidos vapores?
¿Hasta cuándo querrás que oprobio tanto
infame tu linaje? El manto rompe
de púrpura que visto, y de mis galas
la inútil pompa en luto se trasforme,
arranca de mis sienes la corona,
si por hija ¡ay de mí! me desconoces.
¡Oh cuánto es más feliz la hermana mía!
La hospeda el cielo, y la bendice el orbe,
conságranle sus cánticos tus musas,
y en blando coro la saluda el bosque.
¿Y a qué beldad honores tales debe?
¿Por qué la adora el mundo, y de mi nombre
se acuerda apenas? ¿Vale tanto acaso
el falso lustre de caducas flores
que a un leve soplo el ábrego deshoja?
Siempre descoloridos arreboles
la ven nacer, y de abalorios vanos
las trenzas orna que a tu luz descoge.
Mas yo de oro y de púrpura y diamantes
recamo el cielo; yo a la parda noche
hago dejar sus lúgubres capuces
y alas de luz vestir; por mí depone
su sobrecejo la arrugada bruma;
por mí Naturaleza, en medio el torpe
letargo del invierno, abre los ojos
y tu brillante imperio reconoce.
Mi hermana, dicen, a servirte atenta
madruga cada día, y tus veloces
caballos unce, y a la tierra el velo
de la tiniebla fúnebre descorre.
Sí, sábelo el Olimpo, que dejando
la cama de Titón, va con el joven
Céfalo a solazarse, y no se cura
de que a la tarda luz el mundo invoque.
¿Por qué, pues, ha de ser la hermana mía
única en tu cariño y tus favores?
¿Por qué, si hija soy tuya, no me es dado
beber contigo el néctar de los dioses?»
«Cese tu duelo, cese, ¡oh sangre mía!
tus lágrimas enjuga (el Sol responde);
yo vengaré tu largo vituperio.
Un mortal he elegido que pregone
la alteza de tu cuna, y a su cargo
con noble empeño tu defensa tome.
El diga tu linaje; y las estrellas,
cual hija de su rey, de hoy más te adoren».
Dice; ella parte; el rey del cielo un rayo
de su frente inmortal desprende entonces
(de aquellos con que a espíritus felices
de estro divino inflama, y lleva a donde
los haces de tus obras confidentes,
naturaleza, y tus arcanos oyen);
el nombre en él grabó de su hija amada
y la estirpe y las gracias; y lanzóle
al ilustre Mairán; el dardo vuela,
hiérele; y ya inspirado los blasones
de la hiperbórea diosa canta el sabio.
La Aurora de los climas de Bootes,
como la del oriente, es ensalzada,
y adoradores tiene, imperio y corte.

Así cantaron las divinas musas.
Otros la vasta atmósfera suponen
de eléctricos principios agitada,
que en intestina lid hierven discordes,
y el cielo hinchiendo de tumulto y guerra
alzan sobre el atónito horizonte
lúcidos meteoros; mas, en medio
de encontradas hipótesis, esconde
su lumbre la verdad, y el juicio ignora
donde la planta mal segura apoye.

Oda a la Taxidermia

Organice sin embargo esos tesoros con gusto;
que en todas sus cajas un feliz orden resida;
que en sus compartimentos la gracia presida
la limpieza, la amable y sencilla limpieza,
que da un aire de resplandor incluso a la pobreza.
Sobretodo, de los animales consulte sus costumbres,
conserve de cada uno su aire, su actitud,
su postura, su mirada, que el ave parezca aún
encaramada en su rama, meditar sobre su impulso,
con su aire pícaro muestrenos la comadreja
de cara alargada, de cuerpo delgado,
de aire disimulado, astuto en sus ojos,
que un proyecto de emboscada ocupe al zorro;
que la naturaleza sea finalmente más embellecida,
e incluso después de la muerte se parezca a la vida.