Poetas

Poesía de México

Poemas de Jaime García Terrés

Jaime García Terrés. Escritor mejicano, nacido en Ciudad de México, en 1924, y falleció en la misma ciudad en 1996. Cursó sus estudios de Derecho en la Universidad de México, y los de Estética y Filosofía Medieval en Francia. Trabajó como traductor y embajador en Grecia, y se convirtió en un importante intelectual preocupado por impulsar el interés en la cultura, ya que desempeñó importantes cargos relacionados con la labor cultural: trabajó como director de varias revistas literarias, como México en el Arte, Revista de la Universidad de México, La Gaceta del Fondo de Cultura y Biblioteca de México, hasta 1996, año en el que murió; fue director asimismo de la editorial Fondo de Cultura Económica, y perteneció al Colegio de México. De su labor como poeta han quedado los siguientes trabajos líricos: Las provincias del aire (1956), Los reinos combatientes (1962), Todo lo más por decir (1971), Corre la voz (1980), Las manchas de sol. Poesía 1956-1987 (1987), donde recoge la totalidad de su producción poética; y finalmente, Parte de vida (1988). Realizó algunos trabajos de traducción literaria, que quedaron reflejados en Tres poemas escondidos de Yeoryos Seferis, y Baile de máscaras (1989), obra que reúne la totalidad de sus traducciones. Destacan entre sus ensayos: Sobre la responsabilidad del escritor (1949), La feria de los días (1953), Reloj de Atenas (1977), Poesía y alquimia: los tres reinos de Gilberto Owen (1980) y El teatro de los acontecimientos (1988).

Conjuro

De tu mirada llena las bienaventuranzas
aguardamos, rotundo sol de mayo:
Aquellos cuerpos en la calle
solos están. Huye la pena misma
de su lado. Catástrofes y fiebres
asédianlos ajenas a distancia.
Y les niega raíces la tierra que su sombra hiere.

No permitas que rueden abolidos
como fardos mostrencos a los pies de la vida.

Roce tu llama todo resto feraz,
y suenen sus injurias y su gozo reviente;
una brava pasión en la morada
los acompañe y abra las ventanas mustias
a la contigua tempestad, diluvio de linajes.

Tu corazón invade limbos, sol numeroso y único;
ara piedras inánimes con furibunda primavera:
Déjalo desgranarse
sobre la carne de los débiles.

Toque del alba

Otro mundo. (No retazos armados, remendados
de lo mismo de siempre.)
Donde la vida con la vida comulgue; donde el vértigo
nazca de la salvaje plenitud; orbe amoroso,
todo raíz, primicia, fecunda marejada.
Otro mundo. Sin legajos inertes, sin cáscaras vacías.

Adiós a la desidia del viejo sacristán
en pequeños apuros para medimos una
mortaja cada día.
Desgarrad ias memorias del color cenizo.
Rompamos ataduras, y quedemos
desnudos bajo el alba.

Adiós encierros, lápidas, relojes
que desuellan el tiempo con ácidos cobardes.
Libre llama será
la nuestra por los siglos de los siglos.
Tierra libre, el sostén de nuestros pasos.

A cieno huelen ya los manes en los muros;
desvalidos,
la fatiga contagian de sus añoranzas.
Arrasadlos, oh huestes, arrasadlos
con sedientos linajes de frescura,
y verdecidas
brechas al aire pleno descubran los altares.

Usted, invierno

Imitación de Charles d’Orleans

Usted, Invierno, poca cosa es:
un viejo gris, mal encarado.
¡Cuánto mejor transita por el prado
la Primavera,
que vendrá después
trayendo con amor, a su gentil costado,
abril y mayo,
mes tras mes!

Esa fuente de luz nos adereza
campos, bosques y flores,
y les añade sin cesar colores,
dócil al fiat de la Naturaleza.

Usted, en cambio, nieva, llueve,
sopla vientos helados y granizo.
Invierno, seré breve:
Pues el tiempo deshizo
con sus vientos, sus lluvias y su nieve,
el diablo que lo quiso se lo lleve.

Arquitecturas íntimas

Hay poemas edificados
en una sola tarde
sin mayor problema
porque rotundos brotan a la luz vespertina
como microcosmos totales,
hechos
y derechos,
don ágil de la musa.

Otros en cambio piden años
enteros de labor dispersa:
borradores innúmeros
tras investigaciones
minuciosas en muy diversos climas.

Pero nada sabemos,
cualesquiera que sean
los casos,
del temblor oculto;
nada nuevo
logramos aprender de los caminos,
más breves o más largos;
que conducen el sueño a su cabal destino
abriéndonos los ojos ante su pericia.

Jarcia

Acomodo mis penas como puedo, porque voy de prisa.
Las pongo en mis bolsillos o las escondo tontamente
debajo de la piel y adentro de los huesos;
algunas, unas cuantas
quedan desparramadas en la sangre,
súbitas furias al garete, coloradas.
Todo por no tener un sitio para cada cosa;
todo por azuzar los vagos íjares del tiempo
con espuelas que no saben de calmas ni respiros.

Balada

Esta manera de soñar que tengo.
tan a lo vivo, tan sin ley,
a mis labios imparte contradicciones y desvíos.
El grito se confunde con la más honda tristeza;
la tormenta fecunda calmas decisivas.
En un mismo papel quedan grabados
hijos diversos de diversa llama.
por este sueño mío. vagabundo.

Los lunes me levanto belicoso,
el miércoles me sabe amarga ya la boca,
taciturno fallece todo el viernes,
y el sábado me río descaradamente.
Jornadas van, jornadas vienen,
jamás iguales entre sí,
por este sueño mío, vagabundo.

Las palabras que dije, las coplas que medí,
verdades fueron un instante,
después nada.
Testimonio caduco, mantienen su postura,
perpetuas en su gesto momentáneo,
cual momias de convento.
A la vez concebidas, muertas, embalsamadas,
por este sueño mío, vagabundo.

Señores y señoras, desnudo tiempo soy
con alas imperiosas.

Desconozco la tregua; fluyendo me transformo
al ritmo de un tic-tac voluble,
siervo leal que mira
por este sueño mío, vagabundo.

Cantar de Valparaíso

¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico?
Con fervor aducías los admirables ritos del paisaje,
paladeabas
nombres de volcanes, ríos, bosques, llanuras,
y acumulabas verbos y adjetivos
a sismos o quietudes (aun a las catástrofes
extremas del planeta) vinculados.

Hoy prefieres viajar a medianoche, y en seguida
describes episodios efímeros.
Tus cuadernos registran el asombro
de los rostros dormidos en hoteles de paso.
Encoges los hombros cuando el alba precipita
desde lo alto de la cordillera blondos aluviones.

¿Qué pretendes ahora? ¿Qué deidad escudriñas?
Acaso te propones glorificar el orbe claroscuro
del corazón. O merodeas al margen de los cánticos,
y escribes empujado ya tan sólo
por insondables apetencias,
como fiera que busca su alimento donde la sangre humea,
y allí filos de amor
dispone ciegamente.