Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Javier Bello

Javier Bello (Concepción, 25 de octubre de 1972) es un poeta y profesor de literatura chileno, considerado parte de la generación de los noventa o «Los náufragos».

Quiénes son estas personas,
alimento de quién, ojos en trance,
carne acostumbrada a vestiduras negras.
Suya es la falsedad, ropajes y caballos
se desfondan en la encarnación del jardín,
roen los dedos de la noche y le hablan, le hablan,
luz donde acuñar monedas.

Poco es lo que hay, apenas un murmullo
entre los que visitan al Oro en la casa de los vientos
y rezan con un vaso en la mano,
un vaso con un ojo que se ríe del fin.

Cae la red sobre el ojo en tinieblas
y los rostros que resisten la luz, no la revelan.
Atrapados los que están atrapados
en las ruinas abren la boca para pedir silencio.

***

El poema navegable sobre la luz del oro
lianas de ardiente catedral, glande que irradia en los mosaicos
juventud que se echa a morir en el follaje de un naranjo cortado

redes entre las piernas de la tripulación y algas
entre los dedos de los pies, la luz cuando pernocta
junto a la comisura no hace preguntas
a medio quemar la cáscara se esfuma

temblor en el fruto de lluvia, en el cuerpo que gruñe
al oído de un fusil enterrado, orina
ante sí mismo un espejo, mira la conmoción
un lenguaje de vidrio

semillas resplandecientes alrededor del cuello, cerrojos que hablan
fuerte antes del amanecer, en voz alta se trizan
a la hora en que la luz pasea por la cuerda
con los labios atados

oh gruñe, sol, gorgojo
poema sin luz sobre la luz del oro

***

Sol de palabras menores y mayores
ruido de fondo ante la mortalidad de los álamos
la niebla nos devora con su hospital tardío
con su boca pintada donde perros y trenes vagan sin sentido
las hogueras no mienten, el lenguaraz murmullo
del día que se estira para seguir hablando
la enfermedad pasea con patas afiladas
saliva por los parques, animal influyente
con los brazos abiertos, como un herido a bala
reconoce la espesa cerradura, bajo la cruz el filo
que mide la altitud del día con su muerte
el espécimen blanco en la torre de escombros
ejercicio vacío, roedor del espejo

***

Dejo la piedra en el cielo,
temperatura que tuvo final,
un plumaje que ardió de la bodega, cerca de los descubrimientos.
Lejos se va, tras su mano que se despide, tras su agujero el día.
Vamos a darle tregua a la noche, arena descalza, partida en dos.
Seré tu fuego y tu sombra a la vez, seré tu calavera,
una flor que se pudre en la mano, la lluvia, el filamento,
mi cuerpo que se dedica al oro, a la raíz del pájaro.
Sígueme, si quieres. No encontraremos nada.
Dejo la piedra tibia, su peso de cadáver.

Jaula del padre

De todos los que comen de esta mesa
el único que vive de su fuego es el padre.
Yo no sé de donde vienen estas piedras
ni tampoco conozco a quien las trajo,
pero aquí las comemos, pero aquí las mascamos.
Salvaje padre sorprendido en tu error,
enemigo caliente de mirada amarilla,
me refiero a tu casa quemada por los bárbaros,
me refiero a tu lecho marcado por un nudo,
me refiero a tu alma que sale a predicar a la calle
el domingo volcánico de los evangelios,
palabra medio rota que envenena el suburbio
coronado por la lengua de un ángel,
coronado por la lengua que has de obedecer,
el decimal que te dará la muerte.
Padre en silencio, eliges el peso de tu voz,
el exacto calibre que arma tu vergüenza,
el bastón de la rabia, el cristal de la sed
cuando el cáncer congela tu garganta
y te deja alucinar en su hueco.
Padre furioso contra un sol de neón
padre furioso contra un grito de fuego,
encerrado con la luz que no entiendes,
encerrado en la jaula del mal,
perseguido por tus bestias de piedra
ofendes la raíz de los árboles.
Las hormigas se comen un perro,
el perro se come la cara de un hombre,
el hombre el excremento de un buey.
Bajo las mantas están tus hermanos
agazapados en la lágrima de su propio calor.
Este fuego es su fuego, y es mi fuego también,
este fuego es su hambre con las alas de mosca.
Un hombre se come la cara de un hombre.
Yo, mi padre, el padre de mi padre.

LA JAULA DE LOS ESPEJOS

Lo cierto es que los dioses no debieron dejarse ver,
su sombra muerde en el umbral de los ojos mortales,
una mano delgada apenas se posa sobre la madreselva,
medio rostro asoma quemado por el aliento de la vegetación,
un ojo encinta de luz, una luz decaída y musgosa
lame el cuerpo con suave piel de yedra
que apenas roza la lengua en el dintel, su saliva
de oscura anunciación teje en los dedos una red de silencio,
un resoplido tuerce el maicillo sin medir la ebriedad de la víctima,
es dorada la harija cuando cruza la luz con su manto
y su efecto es el mal,
un paso
abre la túnica cerca del hilván, el paso
de la cierva preñada que va a saltar al aire, un pie
desnudo en el boscaje del relámpago, el tobillo
donde toda la leche fosforece
y destila sin término por la garganta del encubridor.
Lo cierto
es que los dioses no debieron dejarse ver, menos de noche
acercarse por un camino invisible
que alguien más dibujó para que ellos vinieran
bellos, desposados con una soledad sin hospicio, con toda
su falta de educación, cuando estamos dormidos
nos palpan el borde de la piel
o el arco dulce de la cara, y entonces, sin ruido
una niña abre toda la luz al correr la cortina
de la estancia repleta de sombras, y en ese largo embudo
un alambre mojado tirita en la red interior
y la niña se escapa, y la cierva nos huye
y aquello que deseamos es hambre
cuando reina el verano y en un tiempo redondo el estío
igual que un viejo encorvado se presenta, saciado en él, triunfante
con su pata de abeja, su pezuña
que quema el pasto seco
y lo devuelve sucio sobre sus mismas huellas,
infinito en la rueda de la transformación.
Sin dejarnos dormir se acercan con cuidado
por las piedras del río que divide aún la Eternidad
de este lado del mundo más sutil en las sombras.
Allí la claridad, sus reflejos que hechizan, aquí
las hermanas pequeñas se ríen del domingo final.
«Este niño no debe morir», piden las nanas
agazapadas en su solemnidad,
«En esta habitación viven los males».

«Ese Espejo es mi Espejo»,
me dice aparecida la Figura: «Ese cuerpo es tu cuerpo,
pero su peso es mío ¿si me llevo mi parte
qué te quedará?»
Lo cierto
es que los dioses no se dejan ver
ni de día ni a la hora de la oscuridad
cuando el mundo se acaba y los ojos
rojos de los conejos expuestos en el desolladero
brillan bajo la luz del error. Los invitados entran
y heridos de tanta perfección, nosotros, nos callamos
mirando de reojo la belleza
que se golpea contra las bombillas de la realidad.
La verdad
no hace amistad con las potencias, ellas
no tienen corazón, pues en su estado
no hay más que liquidez de luz, finos hilos de baba
que descienden de un gran caracol
y esparcen un olor que no es de este mundo.
Llueve
sobre las tablas de la oscuridad la cabeza cortada de los dioses, llueve
sobre mi propia frente.
Abro los ojos
y en esta habitación miro mis males.

***

El viento mueve las hojas de la muerte
y yo escribo, escribo en servicio siniestro
sobre la pared donde los labios piden ayuda a quien sea
y quien sea borra la palabra amor de las cartas
la cama negra y en el dedal del miedo las almohadas
el duelo entre el viento y el pliego del alma que se desmorona
mientras tú escribes por mí me trizo sobre el hielo
y celebro el teatro de las muecas, el color de las botas
casacas de hombres de cuero
el piso falso donde nunca podré contravenir las normas del espejo
en mí la celda anda sin miedo
estoy pensando que todos se van a morir en la costa
con un gatillo de carne entre los dientes
el viento arrastra una paloma enferma
y ya no puedo comunicar más que noche
el tabú de las piedras que sonríen diezmadas
mientras escribes por mí levanta mi genital punta de miedo
yo pulsaré una cuerda que me haga morir
un poema que no debe revelarse sino al ganglio de fieltro
voy a dejar que el anciano ponga huevos en el esternón de las moscas
y un río absurdo y rojo empiece a nacer en los campos