Poetas

Poesía de España

Poemas de Javier Pérez Walias

Javier Pérez Walias, nacido en Plasencia, Cáceres, en 1960, se erige como un destacado poeta español cuya obra ha dejado una huella significativa en la poesía contemporánea. A lo largo de su vida, Pérez Walias ha demostrado una dedicación apasionada tanto a la enseñanza de la Lengua Castellana como a la creación poética.

Su formación académica en Filología Hispánica, con una especialización en Literatura, en la Universidad de Extremadura, sentó las bases de su profundo entendimiento de la lengua y la literatura españolas. Su compromiso con la poesía lo llevó a formar parte de un grupo generacional que, en la década de 1980, bajo la influencia de figuras notables como Ricardo Senabre y Juan Manuel Rozas, contribuyó a la renovación de la poesía en Extremadura.

Javier Pérez Walias ha sido un vínculo valioso entre Plasencia, su ciudad natal, y Málaga, donde entabló una amistad significativa con el destacado escritor Javier La Beira. Su poesía ha sido publicada en diversas antologías y revistas especializadas, lo que atestigua su impacto en el ámbito literario español.

Durante su carrera, Pérez Walias también desempeñó un papel crucial como director de la colección de poesía «Cuadernos del Boreal» en colaboración con José Manuel Fuentes. Bajo su dirección, la colección contó con la participación de prominentes poetas como Luis Alberto de Cuenca, Antonio Carvajal y Jesús Hilario Tundidor.

El poeta extremeño fue galardonado con el prestigioso Premio de la XVII Bienal de Poesía «Provincia de León» en 2008, un reconocimiento merecido por su obra «Largueza del instante». Además, su contribución a la poesía ha sido reconocida por instituciones académicas, como la Universidad de Extremadura, que le otorgó una beca en 2009 para su incorporación temporal como escritor.

Javier Pérez Walias trasciende las páginas de sus libros al colaborar en proyectos creativos con destacados artistas plásticos y visuales, como Joaquín Paredes, Rafael Carralero, Javier Alcaíns, Nacho Lobato, Javier Roz y Juan Carlos Mestre, un ejemplo de su versatilidad artística.

Su inclusión en la antología «Literatura en Extremadura 1984-2009» y su mención en el estudio de Eduardo Moga, «Algunos Nombres Impropios,» subrayan su importancia en la poesía española contemporánea. La obra de Javier Pérez Walias perdura como una voz distintiva que enriquece la rica tradición poética de España.

Poética

Nada importa sino el signo,
el símbolo de lo inconcreto,
el nombre que te di a oscuras
contemplando el retorno de la miel.

Nada importa,
ciertamente, sino el limo
y el aceite del vocablo bien trazado
como un labio de aurora
hecho poro o línea.

Nada importa
porque es preciso el abandono
y la tibia desnudez de lo mutuo.

Díptico en claroscuro

Con los frutos del enebro
y las hojas
prenderé, amada luz mía,
este crepúsculo
tus labios
en mis lóbregos labios de incienso.
E impuestas en tus ojos
mis manos serán fértiles
y será
la oscuridad un verso
de piedra
por la sangre acariciada.

Feliz maridaje.

Ultimos días de invierno

Son los últimos días del invierno,
desapacibles.
La luz ilumina dolorosamente,
sin fuerza
las ventanas, el corazón,
las alfombras.
Y apenas ha caído lluvia en tus ojos
y en tu pelo
durante las últimas noches.
Y con tan poca cantidad de agua
recogida en el último otoño
y con tanta ausencia de luna
en los labios
quizás no sea fácil –¿Tú que crees?–
que lleguen a tiempo las próximas caricias.

La sonrisa hueca

La sonrisa hueca
y el llanto que nunca se detienen
ante los hilos
y ausencias
de nuestro pasado paisaje.

Bajo las aguas

He aquí, bajo las aguas, el beso prometido
en las arenas del bosque;
en aquel oleaje del bosque
que no era tuyo ni mío sino del cielo,
solamente del cielo.
He aquí mis dos manos acariciando las luces
que caían sedientas
desde cien mil estalactitas verdes.
He aquí aquel cielo.
Aquel cielo
que no era tuyo ni mío sino de tu licor
en ascuas,
de mi latir alado,
de nuestras lágrimas unidas bajo el tiritar
de las vértebras.
He aquí, bajo las aguas, el beso prometido
como una burbuja de aire;
como aquella burbuja de aire
que no era tuya ni mía sino del fuego,
solamente del fuego.
He aquí tus dos ojos acariciando las sombras
que caían sedientas
desde cien mil estalactitas verdes.
He aquí aquel fuego.
Aquel fuego
que no era tuyo ni mío sino de mi latir
en ascuas,
de tu licor alado,
de nuestras vértebras unidas bajo el tiritar
de las lágrimas.
He aquí, bajo las aguas, el beso prometido
como una burbuja de aire en las arenas del bosque.

Es la ternura de la propia carne

Es la ternura de la propia carne
o metonimia abierta,
celeste,
hacia el universo de la memoria
aún y todavía hoy por describir.
(Ella me abraza. Y basta.)

Aguardó este hombre de mirar antiguo

Aguardó este hombre de mirar antiguo
bajo la melancolía de sus párpados
a que los palos borrachos de la ciudad
o paraíso reinventaran
el color rojo sobre tus mejillas,
a que el fuego y los verbos se elevaran
por encima de la luz,
acoso de las cerraduras coronando nubes,
podando acaso
los hilos del corazón donde picotean
los pájaros
durante la lánguida y oscura noche.

Al descender por los ríos y hacer volar las cometas

Al descender por los ríos y hacer volar las cometas
cuando jamás a la cita oportuna acude nadie
con un gesto o beso, para avisarnos
si cruzamos de madrugada
por la calle del verdugo.