Poetas

Poesía de México

Poemas de Jeanne Karen

Jeanne Karen, una destacada poeta mexicana nacida en San Luis Potosí el 14 de mayo de 1975, ha dejado una huella significativa en el ámbito literario. Tras cursar sus estudios en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, ha cautivado a los lectores con seis libros de poesía de gran calado: «Canto de una mujer en tierra», «Cuaderno de Ariadna», «La luna en un tatuaje», «El club de la tortura», «Hollywood» y «Cementerio de elefantes». Su talento también ha sido reconocido en varias antologías y premios literarios, entre ellos el Premio Estatal de Poesía Manuel José Othón en 2002 y 2006, el Premio Nacional de Literatura Salvador Gallardo Dávalos en la categoría de Poesía en 1999, y el Premio Estatal de Periodismo Francisco de la Maza en la categoría de Publicación o Programa de Difusión Cultural en 2009.

La poesía de Jeanne Karen se caracteriza por su profunda exploración de temas como la muerte, la introspección, la comunicación, el autismo, las matemáticas y la física, siempre desde una perspectiva crítica y reflexiva. Su lenguaje, preciso e intenso, es capaz de transmitir emociones desgarradoras y encontrar belleza en los detalles más insignificantes. Su obra ha sido ampliamente difundida en medios impresos y electrónicos tanto en México como en otros países. Incluso una escuela de educación básica lleva su nombre: Jardín de Niños «Jeanne Karen».

Su última obra publicada, «Menta», mereció el prestigioso Premio Manuel José Othón en 2018. En este poemario, Jeanne Karen explora la cotidianidad, la naturaleza, los sueños y las emociones con una mirada aguda y sensible. Sus versos frescos y elegantes, repletos de imágenes evocadoras, invitan a una lectura detallada y a disfrutar de su estética única.

Jeanne Karen, una poeta mexicana que ha logrado consolidar una voz propia y original en el panorama literario actual, invita a los lectores a adentrarse en su mundo interior y reflexionar sobre los temas que la apasionan y le inquietan. Su obra perdura como un testimonio de la belleza y la profundidad de la poesía.

Uno es el lugar donde habita

una calle que contiene el mar
la basura que escapa entre las escaleras
o esa mujer que corre hacia la rompiente de los días

Uno es toda la ciudad
con sus ataques de polio o sífilis
y el abrigo color grasa y carbón del invierno
que protege la piel de pavimentos y drenajes

Nada sirve fuera del laberinto
El sentido es esa soga ceñida
que nos lleva a través del tiempo: espacio
entre espejos que se besan

Los pensamientos se evaporan como el canto
de las chimeneas que se alzan
destrozando el silencio ganado a lo largo del día

Al Norte las vías del tren nos parten la cabeza

Una terrible lucidez como la noche

como la carne oscura y pesada de una ballena
que trata de conservar las costuras de su piel
los músculos en su lugar
la idea fija de quien debe ser

Una sombría lucidez que intenta
apoderarse de su corazón de océano agitado
y fundirse con amoroso ímpetu a sus palabras
porque se siente contenida en ellas como un cántaro

Lucidez de cauce que mantiene el agua
los peces y las piedras
bajo el largo
el sordo río de su propia voz

Una terrible lucidez como en la medianoche
un estruendo de hierros que arrastra
la mutilación de pensamientos y emociones
encontrados en una misma vía

La sangre es la descomposición del caos

en otras sombras
-te decía, Emily-
pero este otoño tiene plumas color plata
y la felicidad da una vuelta en su caballito de la alameda

Entonces, Emily
todo ha estado muerto desde siempre
y perseguimos nuestros propios fantasmas
cuidamos los vicios
como a una plañidera sedentaria en el sillón
y los ojos se nos vuelven mundos aparte

Si tu jardín de flores santas y agrias
tu jardín de abejas monosilábicas
y su reina encordada
estuviera aquí
me mudaría a él
al verde que enloquece
haciendo arder la higuera
y trayendo la lluvia negra algunas tardes

Ahí, en la habitación del pájaro
donde una pluma es aire
y el espacio un ala desprendida
descanso junto al gorupo
-diamante entre una bruma azulosa
Pero enciende una lámpara, Emily
para salir a dar una vuelta
o el jardín
el pájaro
tu boca
se quedarán en el otoño poseso

Aquí están las palabras que me dan cuerpo
Aquí está el dolor interminable
y la sombra de ese dolor
que me sacude
Aquí el corazón que estalla
y dicta el prodigio de la muerte
El corazón cómplice de los sepultureros
el músculo que arremete contra la sangre a la hora del placer
y la degusta y la hace suave como un pañuelo de seda
El corazón que se agita y llama
y reconoce el aullido del otro
El corazón de la bondad que se abre para que todo entre
La manzana que brilla entre los huesos
El corazón de la nada
El corazón que resplandece como un pez en el río
El corazón que escapa
y se disuelve como una cucharada de polvo rojo
El corazón que no ama
y el que no es amado
y se funde dócilmente con otros blandos minerales

De pronto es marzo y la calle se hincha
y la mente gira confusa como si fuera enero
como si de golpe toda la realidad hubiera caído
sobre la ciudad y los días que avanzan

No hicimos nada del uno de enero
al veintiocho de febrero de este año
No amamos del treinta y uno de diciembre
a mediados de junio del año pasado
ni en los primeros días de cualquier otro mes
No amamos hoy
ni amaremos el uno de marzo del año siguiente

Qué importa si los días nos ven pasar
mientras permanecemos sentados en una banca
y el agua rocía los cuerpos de las madres
que contemplan toda la mañana las palomas
y las escuchan zurear y presienten su vuelo

Qué importa si camino entre surtidores
y el agua huye entre los setos de rosas enanas
y collares amarillos y el calor
-todavía lejos- canta una tonada del trópico
que habla de palmeras ebrias

Parece que todo se aleja de mi entendimiento
el claxon de un auto rompe mi oído
y trato de estallar en silencio
para no gritar que deseo algo que pueda odiar hoy
algo que pueda odiar desesperadamente

Algo como el bostezo largo de esas madres
que compran comida chatarra
y celebran la vida que les golpea el rostro
mientras esperan siempre a que algo suceda
mientras esperan el día uno de marzo
y dicen adiós al día último de febrero

Mecanógrafa frente al Sena

I

El amor aguarda en las riberas en las playas
Cada ola sabe de los besos prometidos
y su abrazo en el corazón de la eternidad
El Sena
testigo transparente
se queda quieto

II

El río es un sueño que despierta bajo la hoja
hace del temblor un deseo de lluvia
La máquina de escribir dicta la tarde y el movimiento susurrante de los árboles
dicta a la memoria de la mujer
una traducción para trazarla sobre su piel
Aparecen tabulaciones impresionistas bajo sus dedos de luz cosechada
La noche no se acerca todavía
a destruir las aguas

III

Me pediste que arrojara al fondo del Sena todo cuando poseo
Mi cuerpo se hunde igual que la barcaza de la tragedia de Vigo
De la máquina de escribir nace un ave que se desploma
y rompe en un vuelo desesperanzado