Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Joaquín Cifuentes Sepúlveda

Joaquín Cifuentes Sepúlveda (San Clemente, Chile, 15 de marzo de 1899​ – Buenos Aires, Argentina, febrero de 1929) fue un poeta chileno, se le asocia a la Generación del 20 en donde es uno de los tantos poetas y prosistas chilenos que quedaron olvidados en el tiempo.

Triste regreso

Sombra, pero sombra que te ama más.
No me mires. No me preguntes.
¡Siempre estuve a tu lado!

Sí, de paso otra vez, de paso siempre.
Hacia el norte, hacia el sur…
¿Hacia la muerte…?

Confiada me esperabas. Me lo dicen tus ojos.
No, no me sigas; el viaje es largo y duro.
Volveré cuando pueda.

MI JARDÍN ENCANTADO

La mire dolorosa y sentí dolorosa
y la viví en un sueño blando de eternidad.
Para mí fue la espina y para ella la rosa.
¡Rosa tan espinuda nunca vi en mi heredad!

Todo fue una mirada y otra y otra mirada…
mis labios no pudieron rebelar lo indecible.
En mis ojos ingenuos el imposible hablaba
y ella miro a mis ojos y no oyó al imposible.

Del jardín encantado que hice en mi soledad
y que ella perfumaba con la dulzura inquieta
de su andar silencioso lleno de gravedad,
ella cogió la rosa y yo por ser poeta
recogí sólo espinas y más espinas, más…
¡Rosas tan espinudas nunca vi en mi heredad!

La casa de la plenitud

Hembra dorada y jubilosa,
pulpa de treinta soles rubios,
madura estás como las pomas
y hueles a pan de centeno,
a fruta y a vino y a cántaro
y a heno.

Yo, varón de altanero rostro,
músculo y corazón resuelto,
aquí te aguardo, en el umbral
de esta casa que mis brazos recios
construyeron con ladrillo y cal.
Casa tan mía como tuya.

Hembra del claro sonreír,
donde se afirma la raigambre,
sólida, de nuestro porvenir.
Nada nos falta, nada, nada.
Ni el vaso, ni el vino, ni el deseo.

UN PUÑADO DE TIERRA

Que me den esas manos agua bendita y fresca,
que me den, Madre mía, agua fresca y bendita;
que un albor de azucena en mi carne florezca
y que sea dulzura en el alma proscrita.

Me alentará la fuerza de la tierra olorosa
y el lagrimear ingenuo será flor de ilusión;
buenos brazos serpientes serán nudo de rosa
en el lanzamiento de la transformación…

Que me den un puñado de la tierra, que al cuerpo
transformara en simiente y lo hará germinar,
y cubrirá el recuerdo de nuestro ensueño muerto
tierra de sepultura que se hará eternidad.

El momento rojo de Chile

Me dices: “Ya no me escribes, ¿estás enfermo?”.
No estoy enfermo, amada, pero sí estoy muy triste,
una angustia tremenda me está mordiendo el alma
y la palabra mía ya no se oye en la noche.

Aquí, junto a esta piedra donde inclino la frente
miro mi vida inútil, tal un molino en ruinas.
Ya en sus aspas el viento no enreda sus caprichos.
Horizonte rasgado por la oscura cuchilla
de una garra rampante, ya mi vida no vuela:
esclava de la suerte se golpea en la roca,
cae rendida, rueda, no se levanta, muere.
¿No ves que ya no puede la pobre con sus gritos?

Cómo escribirte, amada, si hay vergüenza en mi rostro,
si mis manos se crispan y el dolor me enrojece:
nuestra casa, la casa donde jugamos libres,
donde cantamos libres, donde libre te amaba
ya no está, como entonces, alegre ni está sola.
La han invadido extraños que me muestran los dientes.

Con cadenas de fuego me sujetan los brazos.
Estoy solo, en la noche, ciego, estoy como herido.
Pero la voz me salta como un chorro de espumas,
canta en mis sangraderas una canción de espanto.

Tú, como una esperanza blanca en mi tarde lenta,
así, pequeña y dulce, débil como un recuerdo:
tu mano como un bálsamo en mi frente, tus ojos
como un lago austral donde estoy yo y el cielo.

Tiendo sobre la huella de los soldados
mi cuerpo, como un himno a la tierra nueva.

Tú de rodillas, símbolo, cúbreme con tus alas,
que no vean la angustia de mi boca apretada,
la fiebre de mis sienes, la herida de mi rostro,
la nieve de mis sueños hollada por la infamia,
la llaga de mi espíritu derrotado y confuso…

Cuando muera, tú debes gritarle al extranjero:
¡he aquí al poeta en el momento rojo de Chile!

PRESENTIMIENTO

(y madura en mis labios una sonrisa amarga
el recuerdo angustioso de este presentimiento)

Esa mirada que persigo
huye de mí y no sé por qué…
tal vez los hombres la dijeron
que entre mis labios palpitaba
como una flor la maldición.

Seré un esclavo del perjuicio.
Nadie – mujer, hombre ni niño –
comprenderá mi pensamiento.

Celestinescos parlanchines
me harán el blanco de sus risas,
y esas dos manos que persigo
se alargaran con indolencia
para mostrar al hombre malo.

Nadie – mujer, hombre ni niño –
verá en mis ojos una lágrima
que trata en vano de entregarse.

Arrancaré del mundo ingrato
llevando en mi la maldición
de esa mirada que persigo;
tal vez allá en la lejanía
un andrajoso limosnero
de sus harapos me haga cama…

Abismo

Hermano: somos dos fantasmas solamente.
De pie, frente a la vida, gritamos fuertemente:
tú: ¿Dónde está el pasado?, yo: ¿Dónde está el presente?

Frente a la vida, con ademán de protesta,
ya ni la conocemos, ¿Dónde está, que no es ésta?
¡Aullidos de dolor, blasfemias de la fiesta!

Si no es ésta la vida, ¿dónde será el morir?
¿Acaso en mi presente? ¿Quizá en tu porvenir?
¡Si fuésemos siquiera capaces de morir!

Morir, tenderse, cerrar los ojos, dejarse ir…
Cuando yo me despeñe, ¿de dónde me iré a asir?
Hermano: ¡tengo miedo, líbrame de morir!

Corre un viento de duda, corre un viento de duda,
las preguntas se estrellan contra la celda muda.
La noche se desliza totalmente desnuda…

Entornemos los ojos

Entornemos los ojos y juntemos las manos
y dejémonos ir quietos por la corriente,
si nos zumba al oído el colmenar humano
entornemos los ojos, apretemos los dientes.

Y sigamos así, ciegos a las ajenas
ansias de atropellarse por mirar y mirar,
recojamos el polvo de las pisadas buenas
y hagámonos camino por entre el colmenar.

Y por fin llegaremos a una meta desierta
y allí nos dormiremos en una larga siesta
hasta que la caricia de otro sol nos despierte.

Una pregunta ingenua vagara en tu mirar:
-¿A dónde me trajiste? … y querrás arrancar.
Yo te diré al oído.- Estamos en la muerte.

Madre, vuelvo a tí…

Madre mía, tengo
el corazón hecho pedazos,
humildemente vengo
a calentarme en tu regazo.

Tengo mucha pena
y no me podrás tú consolar,
pero como eres buena
me dejarás llorar.

Soy un solitario
tras la venda de todos los engaños…
un estrafalario, un estrafalario
un proscrito a los 18 años.

Una mujer me ha herido,
madre
dame tu cariño
que estoy vencido.
Soy un viejo y soy un niño.

Aduérmeme en tus brazos
y dame bendición.
Me hicieron pedazos
todo el corazón

MIS ROSALES

Están floridos mis rosales.
Ven amada, para prenderte los senos
una rosa granada de mis rosales en flor.

Soy el jardinero de las rosas blancas,
mira el suave fulgor de mis rosas y dime
si el rocío del otoño las vistió de blanco
o si fue una lágrima.

Están floridos mis rosales: una noche
me los dio en botón y un día me los abrió blancos.

Ven amada, a mi huerto para que juguemos
con las mariposas y las rosas: tengo
una rosa granada para tus senos.

Las manos benignas de la abuela fueron
las que hicieron huerto; las mías se ungieron
en la amarillez huesuda de las suyas
y plantaron rosas.

Ven amada, para prenderte
una rosa granada en los senos.