Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Joaquín Lorenzo Luaces

Poeta cubano (La Habana, 1826-1867). Fue discípulo de Domingo Delmonte y partidario de la independencia de Cuba. Fundó, con José Fornaris, el grupo La piragua, germen de la escuela poética «siboneysta». Escribió Poesías (1857 y 1909), el drama El mendigo rojo (1859) y la tragedia Aristodemo (1867).

La fruta prohibida

Cuando la sierpe en el jardín ameno
hizo pecar a la mujer liviana
haciéndole probar la fruta insana
que deja al hombre de pureza ajeno,

de cólera el Señor y de ira lleno
como castigo a la omisión villana
dividiendo en dos partes la manzana
de la mujer la colocó en el seno.

«Cual padrón de tu culpa, Dios decía,
recordará a los hombres tu pecado
aun al través de la severa toca.»

¡Así fue la verdad! Desde aquel día
el tibio fruto de carmín bañado,
¡cómo a la culpa original provoca!

 

Resignación

En vano con tus bárbaros desdenes
piensas herir mi corazón de fuego:
el frenesí con que te adoro ciego
tus iras trueca en regalados bienes.

En vano por mi amor me reconvienes
y el rostro vuelves a mi estéril ruego;
y cuando acaso a tu presencia llego
coronas, cruel do mi rival las sienes.

Cuando Efigenia sin temor veía
el paternal cuchillo enarbolado,
como un favor la muerte recibía.

Y yo, sintiendo el golpe inesperado,
como viene de ti gacela mía,
beso el puñal y expiro resignado.

 

Recuerdos de la infancia

Estos los campos son donde corría
hollando flores de exquisita esencia;
este monte que forma una eminencia
me vio cuando al insecto perseguía.

Este mamey sus frutos ofrecía
a mi pueril y cándida impaciencia,
y en campestre y feliz independencia
miré en sus troncos reflejarse el día.

En aquel techo de sonante guano
me inspiró Rosa mi primer cariño
medio rústico y medio cortesano…

¡Oh campos, al mirar tan verde aliño
el joven corazón me late ufano!
¡Hombre os bendice el que os amaba niño!

 

La pesca

Corre por entre margen cenagosa
un arroyuelo sin bramar con saña:
puebla su cáuce la flecsible caña,
borda su orilla la fragante rosa.

Como ninguna, mi guajira hermosa,
sobre una peña que la linfa baña
contra los peces con furor se ensaña
la mano presta, la mirada ansiosa.

Salta alegre por fin y delirante
la cuerda tira con presteza suma,
saciar creyendo su traidor anhelo.

Y cuando fue a mira el pez brillante
que se agitaba en la ruidosa espuma…
¡halló mi corazón en el anzuelo

 

La concha de venus

Dijo la antigüedad en sus ficciones
que los mortales que rindió Cupido,
en la concha de Venus, la de Gnido,
arrastraban, gimiendo, sus prisiones.

Voló Dione del cielo a las regiones,
cuando su culto se entregó al olvido,
y la concha de nácar se ha perdido
partida en menudísimas porciones.

Ansiosas de agradar todas las bellas,
la buscan de la mar en las orillas,
y nada encuentra su avaricia loca.

Y ¿cómo la hallarán esas doncellas;
si una parte se ostenta en tus mejillas,
y Amor formó con las demás tu boca?

 

La muerte de la bacante

(Para servir de argumento a un cuadro)

Erígone en desorden la melena,
de Venus presa, con ardor salvaje,
oculta apenas en el griego traje
los globos de marfil y de azucena,

El seco labio que el pudor no frena
del lienzo muerde el tempestuoso oleaje,
y rasgando el incómodo ropaje
besa y comprime la tostada arena.

Ebria de amor, frenética de vino,
en torno extiende la febril mirada,
mal tendida en las piedras del camino.

Y al contemplarse sola, despechada
se oprime el pecho, con rumor suspira,
cierra los ojos, y gozando expira.

 

Tu falta

El verde mirto del amor emblema
jamás brilló sobre tu frente pura:
Cupido nunca en su febril locura
audaz rozó tu virginal diadema.

Te dio, no obstante, la bondad suprema
arrobadora y pálida blancura,
melena crespa cual la noche oscura
y rojo labio que besando quema.

Turgente seno de marfil y grana,
voz que remeda en lo melifluo al canto,
pie vaporoso, recogido y breve…

Pues ¿qué te falta para ser cubana?
¿Qué te falta? ¡Ay de mí! ¡Que un amor santo
haga latir tu corazón de nieve!