Poetas

Poesía de México

Poemas de Jomi García Ascot

Jomi (José Miguel) García Ascot fue un poeta, ensayista, cineasta, crítico de arte y publicista de origen tunecino, nacido en 1927 e inmigrado en México a los doce años, con su familia, en 1939. Hijo de un diplomático español republicano, que viajó con su familia por diversos países entre los cuales Portugal, Francia y Marruecos, antes de exiliarse en México como resultado de la guerra civil española. Recibió en México el Premio Xavier Villaurrutia en 1984. Murió en 1986 en la Ciudad de México.

Ya en México, el joven Jomi (como se le conoció), estudió filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México en donde también, más tarde, trabajó como docente. Fundó el Cine Club Universitario en la propia Facultad de Filosofía. También fundó el Cine Club de México en el Instituto Francés para la América Latina (IFAL), colaborando para el propósito con Jean Francois Ricard y José Luis González de León.

Trabajó y escribió en numerosas revistas y publicaciones cinematográficas como Cine Verdad, Telerevista y Cámara, Nuevo Cine, Plural, Siempre!, Vuelta, Dicine y la Revista de la UNAM. Colaboró también con la agencia publicitaria de Noble y Asociados para la que desarrolló la mayor parte de su actividad como publicista profesional.

Sostuvo amistad entrañable con Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, quien dedicó a Jomi y a su esposa María Luisa Elío, originaria de Navarra, España, su famosa novela Cien años de soledad.

ESTANTE

Qué difícil pensar que esto es la vida,
estos instantes precarios
como un delgado hilo de humo
borrado por el viento,
esta breve, tan breve felicidad
que nos pasa rozando,
esta tristeza de no saber estar
con los seres saber callar
y perder nuestro tiempo
que es lo único que nos transcurre
y que al transcurrir también nos mata
Qué difícil pensar que esto es todo
y que nada nos quedará
Y nada nos llevaremos
y que aquellos instantes del amor
tan sólo fueron eso: los instantes
en que creíamos que el tiempo se paraba.

Un poema

Un poema es distancia
años, días, un tiempo indefinido
en el que fuimos algo, o dejamos de serlo.
Un brevísimo espejo, de repente,
como el abrir de una ventana
en cuyo vidrio desfila todo el cielo.
Una tarde imprecisa
como convalecer de otras infancias.
El ruido de los trenes, una estación lejana,
el frescor del armario en el verano,
un sabor de café bajo unas palmas.

Un poema es tocar con la garganta
el peso de las cosas, su palabra,
decir su sombra
un silencio de parque por el agua
un galope de velas por el alma.

Un poema es estar
volver a estar,
leve de instante,
donde el tiempo duraba
y no sabíamos.

POEMA DEL EXILIO

Hemos venido aquí, desde muy niños,
a esperar, y a vivir.
Llevamos en las manos muchos años
y el otoño en lejanos comedores
vastos de sobremesa y de presagios.
Llevamos en las manos luces amarillentas,
deberes escolares,
gestos que conocimos
como iglesias de pueblo,
y en jardines que el invierno alargaba
los pequeños amigos desterrados.
Llevamos trenes, viajes, estaciones de noche,
el olor del hollín y vidrios empañados
y nuestros padres, que eran ya tan mayores
y murieron tan jóvenes aquí.
Hemos venido así, desde muy lejos,
desde las Navidades, las vísperas de todo,
y llevamos lo lejos en el sabor de lápiz
de la boca.
Hemos venido aquí y hemos visto en el cielo
cómo suben las cosas por la luz,
este mundo que crece, los océanos.
Hemos subido aquí, sobre esta costa
que se abre en el azul,
los vientos grandes, los caballos del tiempo
que cruzan la mañana.
El destierro es lo inmenso, la llanura
donde rebota el sol, esta distancia
entre el pecho y el aire.
Y hoy miramos de aquí nuestra casa perdida
nuestra Europa lejana. Miramos por encima
como el balcón, como la nube blanca.
Ya es ancha nuestra vida,
ya cabe en la mirada
con el parque lejano, las manzanas.

“Lejana España, España
donde yacen las olas de mis horas
donde termina el arco
de mi cielo
donde brota el pulsar que hoy cruza el aire
empañado de mentas
donde nació esta tarde que aquí muere,
pálida y alta, donde habita el dolor
y este mi pecho.”

UN MODO DE DECIR

Escribir poesía es hablar de huecos y presencias,
de cosas que suceden
y de cierto color que da la vida
al cuerpo de la mañana o la madera.

Escribir poesía es un modo de decir
como ha pasado el tiempo por nosotros
y cual su sedimento de rumores
en ese olvido oscuro que llevamos por dentro
y donde despertamos cada noche
y escuchamos los trenes que se alejan.

Escribir poesía es haber visto, desde la cima de la infancia,
la esperanza que nos amanecía
y haber sentido ese sordo dolor entre los huesos
de que el amor es cosa que se pierde.

Y es muchas cosas más, tejidas en el tiempo,
tardes de lluvia o sol a bofetadas,
salas de espera y dunas y amores y hospitales,
cuerpos del ser, memoria de los vientos.

Escribir poesía es silencio y palabras,
un modo de decir que estamos existiendo
y que esperamos a que empiece la vida,
y que se nos acaba.

Todo comienza

Todo comienza porque faltan palabras
porque hay demasiada vida
y no basta vivirla
porque hay demasiado mundo
y no basta estar en él como un árbol
que se estremece al más ligero soplo
ahogado de silencio y de memoria.

Todo comienza porque un niño
me canta por adentro una mañana
y miraba y miraba las luces que corrían
desde un tren.
Todo comienza desde un amor lejano
desde un amor sin nombre
por tantas tantas calles de este mundo
vieja canción de andar por ahí, andando,
y el futuro sonando en los bolsillos.
Todo comienza por algo que será recuerdo
y aún no sabemos
por algo que es recuerdo y lo olvidamos
por algo que es recuerdo
y se nos vuelve tiempo
y vida presurosa entre las manos.
Todo comienza donde empieza el humo
como el olor del campo
que perdimos.
Cielo de mi ciudad, devuélveme la vida
que no puede volver,
dame otra vez el aire de tus tardes
si no puedes en pan, en la palabra….”

DEL TIEMPO

A cierta edad, una cierta distancia de las cosas
se establece.
No volver a sufrir la misma entrega, la misma
separación
de la materia amada,
esa despoblación de la presencia,
esa decoloración de la mañana,
aquel largo dolor y su impaciencia.
Ya no. Es cierto que algo familiar se pierde
que nos acompaño desde la infancia:
el sueño antiguo de que todo dure
y de sentir su peso en nuestra herida.
Pero a cambio hemos ganado el aire,
su modificación cruzando el día,
sus distintos colores y su curva costaste:
un nuevo ser de tiempo que goza
como arena caliente entre las manos
-que vuelve a empezar, filtrando más despacio
cada gano,
hasta sentirlos todos en las yemas
y hasta sentir su ausencia, ya agotados.

A cierta edad empiezo a amar de nuevo
de distinta manera:
a amar lo que transcurre y lo que al fin se pierde,
a amarlo porque es otro
y porque dura, afuera, y porque acaba.
Su duración me da mi resistencia
que es cambio al fin, otoño de presencia;
su fin le da calor, y su distancia
me establece en el mundo
estando, estando más acá de la muerte
que no será ya nunca una sorpresa.