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Poesía de España

Poemas de Jordi Doce

Jordi Doce es un poeta y traductor español nacido en Gijón en 1967. Además de su carrera literaria, ha dado clases de escritura creativa y gestión cultural y editorial. Actualmente es el coordinador de la colección de poesía de la editorial Galaxia Gutenberg y crítico de poesía del suplemento La Lectura del diario El Mundo.

Doce ha publicado varios libros de poesía, que han evolucionado desde el post-simbolismo hacia una narrativa y fragmentación más expresionista. Sus dos últimos libros, «No estábamos allí» y «Maestro de distancias», han sido elegidos como el mejor libro de poesía del año por el suplemento El Cultural.

Además de su trabajo como poeta, Doce es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Oviedo, y ha trabajado como lector de español en las universidades de Sheffield y Oxford. También ha sido editor en la revista Letras Libres, responsable del Área de Edición del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y director de la oficina española de la editorial Vaso Roto.

Doce ha participado en la creación de varias colecciones de poesía y ha sido miembro de la redacción de la revista Solaria. Desde 2010, codirige con el poeta Álvaro Valverde la colección de poesía Voces sin Tiempo de la Fundación Ortega Muñoz.

Contacto

Escuché tu canción
en el silencio de la noche.
De dónde venía o por qué
pareció atravesarme el corazón
como brusco zarpazo impredecible
son razones que supe sin saber.
Y tú no estabas, tú no debías estar
para que tu canción llegara
con la fuerza de un salto, de una flecha,
con el simple deseo de otro cuerpo
que ha hecho de la espera su deseo.

Celebración

Quisiera otro lenguaje para hablar de estos días, otra voz
cuyo acento imitara el embate del mar contra tu cuerpo,
el reguero de gotas como una pupila multiplicada
sobre la sal inscrita de tu piel, sobre la piel escrita por la sal,
sobre la simple página que no espera a mis dedos
para mostrarse. Ven. La mañana es un largo balbuceo
de sí misma, un derroche de azul y de fulgores, un asombro
que no duda o remite en su afán de admirarse,
mientras la luz devora el aire y atraviesa las gaviotas
sobre el aplauso de las olas. Quisiera otro lenguaje
para hablar de la vida que esconde cada instante,
para hablar de tu voz sin que parezca mía, para hablar
de tu cuerpo que viene tuyo, maduro, con el ritmo
secreto de las aguas, del viento en los pinares, de la noche
que esconde toda luz, mientras cancelo la conciencia,
desnudo el pensamiento (te desnudo), mientras fijo el instante
al olvidarme de él, me abandono a la única certeza
que es no tener ninguna, mas desear tenerla,
junto a este mar antiguo que escribe y borra páginas
de un libro aun más antiguo, que es olas y es arena y es azul,
que entreveo únicamente cuando tú estás conmigo,
cuando tú, dura espuma, clara luz, permanece.

Díptico

No hay luz sino estupor de luz
en este jardín abrasado
de frío y lenta escarcha donde
alguien cuya sombra te evoca
remueve sin prisa la tierra
y deja en los surcos un hilo
de luz fría donde mis ojos
desde esta página te anuncian
y dicen verte, aunque no estés.

*

Hago inventario de tu ausencia:
ojos no usados, aire intacto,
las horas como lumbre escasa
que el aire no aventa ni excita.
En todo espío transparencias,
temblor que es tu cuerpo inasible.
Hago inventario de tu ausencia
para que sepas de tu vida
a mi lado, cuando no estás.

El sueño

En aquel sueño eras
un fanal vacilante
en el mar de la noche.

Vine a ti desde el fondo:
rostro abierto en la espuma,
yo también alumbraba.

Luz con luz engendramos.
Blancas fosforescencias
sobre el torso del agua.

En aquel sueño éramos
otro mar entreabierto
en el mar de la noche.

La calma

Vienes a mí de tarde, con las primeras sombras,
tras la espesura líquida del sauce,
cuando el aire se aquieta como el ansia,
cuando el cuerpo se entrega a su latir cansado.

Apenas si conozco tu origen, la manera
que tienes de llegarte. En el temblor,
en la sorda exasperación de agosto,
plantas bajo la piel un brote de alegría.

En la tarde que muere, el cuaderno entreabierto.
Son los fantasmas del calor, me digo.
El aire ardido contra la mirada.
El aleteo súbito del mirlo, en el alféizar.

Pongo el cuaderno a un lado, y entrecierro los ojos.
Es simple esta alegría, caprichosa,
y está en mí: simple aceptación del tiempo,
dejar que el día pase, que nos pase

a otro día, que envuelva al cuerpo en su latido
mientras tú, siempre bienvenida calma,
regresas al amparo de una luz
que confunde mi piel con la piel de la tarde.

Lluvia

sobre un poema de Nishiwaki Junzaburo

Con el viento del sur
descendió una diosa benigna.
Mojó el bronce y mojó la fuente,
mojó el vientre de la gaviota
y sus plumas tendidas.
Abrazó la marea,
lamió la arena,
se bebió de un trago los peces.
Impalpable, mojó la iglesia, el balneario,
el teatro y su lira de platino.
En el final sin fin del día
la lengua de la diosa,
impalpable,
mojó mi lengua.

Marea baja

La lentitud del mar es un deseo
de ser mar sin más, agua reposada
que naufraga en sus limos y se empapa
de perfumes adivinados, algas
para anunciar el fin del día, sal
para curar la herida de la luz,
espuma donde el cuerpo del bañista
gira y se desvanece en la distancia,
mientras los tamarindos juntan sombra
y el paseo envejece al paso
de un viento que es más viento
en lo que nunca es mar
-calles y toldos, roca y cielo,
rostros que cobran vida al olvidarse
de sí mismos, pasos sin rumbo
al caer de la tarde, lentos ojos anónimos
que escuchan el rumor de las aguas
y su oscuro reposo.
Decir mar
junto a este mar ajeno de septiembre
es decir la respiración del tiempo,
deseo igual a vida, quieto aliento
de lo que nada busca y nada inquiere
mientras el día se dispersa
y las sombras regresan a sus cuerpos.

Ser este mar que se rehace.