Poetas

Poesía de México

Poemas de Jorge Lobillo

Jorge Lobillo es un poeta y traductor mexicano nacido en Xalapa en 1943. Su obra poética se caracteriza por una búsqueda de la identidad, la memoria y el sentido de la existencia a través del lenguaje y la imagen. Ha publicado varios libros de poemas, entre los que destacan Provisión en fuga (1971), Mutilación del agua (1981), Las migajas y los pájaros (1992) y Alquimeras (2000). También ha realizado traducciones de autores como Pierre Dhainaut, Lêdo Ivo, Nazim Hikmet y Alejandra Pizarnik, entre otros. Ha recibido diversos reconocimientos por su labor literaria y traductora, como el Premio Nacional de Traducción de Poesía en 1986 y 1991 .

Lobillo ha vivido en diferentes ciudades de México y del extranjero, como París y Barcelona, lo que ha enriquecido su visión del mundo y su sensibilidad poética. Su poesía se nutre de referencias culturales, históricas y personales, así como de una profunda reflexión sobre el ser humano y su relación con el entorno. Algunos temas recurrentes en su obra son el amor, la muerte, el tiempo, el mar, la infancia y la escritura. Su estilo combina la precisión verbal con la musicalidad y el ritmo, creando imágenes sugerentes y originales.

Lobillo es considerado uno de los poetas más importantes de su generación en México y un referente de la poesía contemporánea en lengua española. Su obra ha sido incluida en varias antologías y ha sido traducida a otros idiomas como el francés y el polaco. Su voz poética es una invitación a explorar las dimensiones más profundas y misteriosas de la realidad y de nosotros mismos.

Retrato de mis padres

Nada mejor que el mar al fondo.

Mi madre, a quien el sol y el dolor
miraron siempre desde niña,
ve cómo escapa el tiempo,
con esa serena gravedad
que tienen los esteros
cuando comienza a oscurecer.
Viste un tono marrón
adecuado a la tristeza

Junto, mi padre,
un hombre de campo, apuesto y sabio,
de piel blanca y ojos verdes
que recuerdan la alfalfa con rocío,
domina firme la distancia
que existe de la tierra al agua.
Su pecho en una alba guayabera
emerge de un pleno desafío
entre los tropiezos de la vida.

Y yo estoy aquí,
río resuelto en vértigos,
fuera de ellos.
Y de su fotografía.

A IMAGEN MÍA Y SEMEJANZA

Para Felix Báez -Jorge

Yo soy mi propio autor. Descubrimiento
y réplica de una sola añoranza.
Lo que de mí hicieron es invento,
estallido de esta triste tardanza.

Negra la luz, gruta el conocimiento,
cuando no acierto giros en la danza,
lejano voy, amargo el pensamiento:
desatendido, pues, en mi esperanza.

Entre mar y ciudad, grito quién vive
el arsenal archivo de mis horas.
Sólo contesta un nudo que prohibe

al sueño hacerse. Y la pasión se encierra
en el dominio oscuro de las moras.
Yo soy mi propio autor. Yo soy la tierra.

DE LA CALLE EN QUE VIVO

A Enriqueta Ochoa

ALGÚN día me ausentaré de esta calle.

Pasarán entonces ante la puerta
de mi memoria el hijo ciego y la madre
que lo llevaba integrado de nuevo
a su cuerpo, porque ella siempre fue sus ojos,
su único depósito de luz en la tierra…

Volverán los niños que arrojaron piedras
al aislamiento callado que cercaba
mi casa, y la mirada impura
con que vecinos espiaron en mi persona
a través de las horas; pero también Elena,
Lucy y Enrique, piadosas compañías
sonrientes, a calmarme la angustia;
Y Boby y El Nene, saludos de sol
en cada mañana de esenciales huesos;
el radiante padre de familia
con una bolsa de pan rumbo a su hogar
a la caída exacta del atardecer,
y la contemplación de mi ternura, rota
por el salitre innumerables veces.

Regresarán las estaciones, la lluvia,
los ensueños entendidos de estrellas,
el viento nocturno escapando más allá
del límite marcado en los patios,
y los días hechos, elaborados
con luminosas monedas antiguas
que poéticamente yo repartía
como un verdadero patrimonio del hombre.
Y sobre todo el amor, nunca saciado,
la carencia de muchos otros instantes:
peces inaprehensibles, yéndose
desde la red de un precioso momento.

Algún día me ausentaré de esta calle.
Caeré…Me callaré, grave, herido
de vida, por la ofrenda del canto.

Fragmento de LAS PALABRAS DE JUAN

VI

EN TI y por ti celebro el amor,
la vida de los bálsamos y las fragancias,
la vastedad de tu cuerpo
donde un incienso magnánimo
derramó brechas de activa miel.
El anzuelo más alegre y más fácil
para que me perdiera
y dejara llevar. ¿Te dije
que el aroma del tomillo
me conducía de niño a caminos de montaña
y a la embriaguez y al júbilo?

Entonces buscaba yo rastros de conejos
y me tendía sobre la hierba
para encontrar su olor.
Con el tiempo viví tristemente.

He disfrutado tanto tiempo que ames
la esencia del tomillo
cuando lo desgajas, verde,
entre tus dedos.

Hoy nada más hubiese yo querido
volver a poseer tu olor.

A Eugénio de Andrade

A través de Internet llega tu muerte.
Sin embargo, desde una ventana
veo y escucho en este mes de junio
la armonía inagotable de las primaveras,
hacia el bosque sobreviviente
de la esperanza y el hombre.
El agua corre todavía limpia
en el cielo próximo de verano
y en tus palabras,
Senôr del nítido verbo
devuelto a los orígenes.
Los caballos, blancos e impacientes,
tiran hacia delante.
La tierra canta, resplandece,
pertinencia de un tiempo cíclico,
como si no conociese la muerte.

La trilla

Para Raúl Arias Lovillo

Vuelves a ver cómo relumbra la tierra
En el seno de los surcos
Y en las espigas de alfalfa y de trigo,
Erguidas como una ofrenda
A la magnificencia del sol.
Y en medio de toda esa vista,
Oscuras y secas son las vainas de haba
Que los bieldos de los trabajadores
Han acumulado sobre la era,
Preparándolas para la trilla.
Con los caballos listos,
Uno de los mozos se sitúa
En el centro del montón de vainas
Y con las riendas
Los hace girar alrededor de la pista,
Semejando un carrusel.
Tus hermanos y tú ya están advertidos
De tener cuidado porque,
Aparte del duro golpe amarillo
Que las semillas pueden ocasionarles,
Al saltar desprendidas
Por los cascos de los caballos,
Se corre el peligro que del cúmulo
De cáscaras salten asimismo
Las fauces de los coloridos escorpiones.
El juego de los diversos actores
Detiene tu atención inocente
En una gran alegría:
Júbilo que cierne otro sentido al tiempo
Y te vuelve habitable, paradisial el mundo.

Susana

Te cambiaron de residencia, Susana:
El desierto por una losa de civilizado cemento.
Es allí donde hoy recibes el sol
Y te paseas entre oasis de macetas.
Ya sin la rigurosa aridez de las dunas,
Te alimentas con lo que te ofrece
La generosidad de la dueña de la casa:
Pedacitos simétricos de lechuga
Y zanahoria rallada con restos de cebollas.
Pero todavía esperas y vas más allá.
En función de tu devenir, Susana,
Ahora exploras la sombra.
Surcas con habilidad los sitios
En que domina la necesidad triste
Y soberana del hombre.
Bajo el peso de tu vida y su piel,
Caobas esplendorosos
Que evocan la correspondencia del sol,
Regresas puntual siempre al hogar:
El cuarto de baño —tu aposento de noche—
Antes de que te sorprendan las estrellas
Como a una desorientada tortuga.