Poetas

Poesía de México

Poemas de Jorge Valdés Díaz-Vélez

Jorge Valdés Díaz-Vélez, un distinguido poeta y diplomático mexicano nacido en 1955 en Torreón, Coahuila, ha dejado una profunda huella en la literatura contemporánea. Su carrera literaria ha sido enriquecida con una impresionante serie de premios, incluyendo el Premio Latinoamericano Plural, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana y el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado.

Además de su destacada trayectoria como escritor, Valdés Díaz-Vélez ha sido un miembro activo del Servicio Exterior Mexicano, ocupando diversos cargos en embajadas y consulados en varios países, desde Argentina y España hasta Marruecos y Trinidad y Tobago. Su compromiso con la cultura también lo llevó a fundar y dirigir la Casa de la Cultura de Saltillo, Coahuila.

La obra de Jorge Valdés Díaz-Vélez se caracteriza por su capacidad para conjurar atmósferas y emociones vívidas a través de la poesía. Sus libros de poesía, como «Cuerpo Cierto«, «La Puerta Giratoria«, y «Parque México«, reflejan una profunda conexión con la naturaleza y una habilidad excepcional para tejer metáforas conmovedoras. Su influencia se ha extendido a nivel internacional, con traducciones de su obra en múltiples idiomas, y su participación en antologías que destacan la riqueza de la poesía contemporánea mexicana.

Jorge Valdés Díaz-Vélez ha contribuido de manera significativa al panorama literario de México y más allá, encarnando la esencia de un poeta cuya voz resuena con fuerza y sensibilidad en cada verso. Su obra continúa inspirando a lectores y escritores en todo el mundo, consolidando su posición como una figura literaria de renombre y una valiosa adición al rico legado poético de México.

Nox

Algo como un rumor que se despide
tiembla sobre el jardín, lleva las hojas
por la sombra del valle, nubes rojas
y pájaros arriba. Nada impide

su vuelo hacia el crepúsculo. Y el viento
trae junto a las súbitas estrellas
un polen de bondad, desiertas huellas
del mar en rotación, el crecimiento

de la tarde. Anochece. Parte el día
sin dolor aparente ni alegría.
Cuántas veces he oído este paisaje

mudar a voluntad frente al oleaje
del alba o del ocaso. Ya está oscuro
el mundo. Están la noche y el futuro.

El cubista

Para Luis Alberto de Cuenca

Aquel cuadro de Klimt que te gustaba
tocar en las facciones de Sofía,
o la Venus con brazos que era Helena;
Beatriz, con su blancura Modigliani
reclinada en un manto que ni Goya;
o Ángela, morena de Rivera;
la Romero de Torres, la gitana
Esperanza que hablaba con el fuego.
O Pilar, melancólica y fragante
con sus gasas de baile a lo Toulouse
Lautrec. Adónde se habrán ido aquellas
muchachas que son ya tan sólo un cuadro
abstracto de neón, algún dibujo
trazado con sanguina sobre lienzos
de un espectro que tiñe su agonía.
Con quién habrán partido, en qué momento
se hicieron humareda, por qué diablos
vinieron hasta aquí sin ser llamadas.

Absenta

No es la sombra del aire lo que brilla
en los bordes pulidos de las copas,
ni luz iridiscente que trasvase
los ruedos de cristal. Son otras voces
de qué ayer, de cuál silencio sin huella
o cielos de humedad lo que subsiste
en sus bocas perladas por el frío.

A simple vista nada es irregular
en el círculo abierto que cerramos
en honor de la noche. Pero acaso
el tacto de esos labios nos bosqueje
con cada sorbo helado la sonrisa.

Los argonautas

Han venido a cantar «Las golondrinas».
Llegarán a Nogales en tres días.
A Chicago, tal vez, en dos semanas.
Tienen familia allá, del otro lado.
Son de Minatitlán o Villahermosa.
Otros, de El Salvador y Nicaragua.
Su imagen de Illinois es una estatua.
Un campo de maíz la de Chicago.
Conocen el desierto sólo en fotos.
Van a seguir las huellas del coyote.
No levanta la niebla en la otra orilla.
Gibraltar se distingue a duras penas.
Son del Magreb y el sur de Cabo Verde.
Van a echar al oleaje su fe ciega.
Cruzarán en silencio todos juntos.

Los proscritos

para Amalia Bautista

Lo más original no fue el pecado
no la ira de Dios, ni la serpiente
sino aquella oración que se dijeron
al salir al exilio, temblorosos
con el sexo cubierto por vergüenza:
«amor no soy de ti, sino el principio».

Materia del relámpago

Calculaste al detalle cada paso,
sutil, desde hace siglos. Finalmente
tu esposo está de viaje y tus pequeñas
se fueron a dormir con sus abuelos.
Así que ahora estás sola y con euforia
te has vuelto a maquillar y te has vestido
de negro riguroso y perfumado
tu mínima porción de lencería.
Estás temblando, te dices, pero nada
te hará volver atrás. Miras tu imagen
alzada en los tacones, desafiante.
Tú y la noche son jóvenes y hermosas
como una tempestad que se aproxima.

Nochevieja

Miras arder lo que ha quedado
en pie del último sendero:
la luna llena de otro enero
sobre la piel de tu pasado,
un mar que olvidas y ha olvidado
en su esplendor tu verdadero
rostro, la luz que fue primero
verbo y temblor en tu costado
y que hoy dejas partir a solas,
detrás del fuego. Hacia el poniente
moja tu máscara un sol frío.
Ya en ti la noche alza sus olas
mansas. La oyes indiferente
abrir el fuego y tu vacío.