Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de José Abreu Felippe

José Abreu Felippe. Nació en La Habana, en 1947. Poeta, narrador y dramaturgo. Se exilió en 1983, y desde entonces ha vivido en Madrid y en Miami. Ha publicado tres volúmenes de poesía, Orestes de noche (Playor, Madrid, 1985), Cantos y elegías (Verbum, Madrid, 1992) y El tiempo afuera (Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero, 2000). Como dramaturgo, ha dado a conocer Amar así (Ediciones Universal, Miami, 1988), Teatro (Verbum, Madrid, 1998), que reúne cinco piezas, y Rehenes (Ollantay, Nueva York, 2003). Ha publicado dos volúmenes de relatos, Cuentos mortales (Ediciones Universal, Miami, 2003) y Yo no soy vegetariano (Editorial El Almendro, Miami, 2006). Además, ha publicado las novelas Siempre la lluvia (finalista en el concurso Letras de Oro, 1993), Sabanalamar (Ediciones Universal, Miami, 2002), Dile adiós a la Virgen (Poliedro, Barcelona, 2003) y Barrio Azul (Silueta, Miami, 2008).

Ella lo sabe

Ella va calando,
va abriendo su surco, lo humedece
como ritmo de olas o de ráfaga.
Ella se hincha y el sudor
araña las paredes.
Se desliza, respira sobre la nuca
erizándola,
luego retrocede.
Piel que descorre terrores tibios
como lengua,
como fuego a veces.
Así se rinde, es cuerpo,
pero ella se adentra,
gana espacio, se posesiona.
Las manos parecen semanas
u hojas crispadas al calor de la tarde.
Algo cruje, algo se expande como un niño.
Las otras ruedan, tropiezan, se contraen, huelen.
¿Qué diría ella
de unos labios abiertos en un grito
que no se escucha?
El dolor le provoca espasmos con olor a tela almidonada.
El pecho se dilata,
está vivo, respira.
La hierba es oscura y trae presagios.
Ella lo sabe y se aproxima, toca fondo.
Llora profundo,
después se duerme,
late.

Camino a casa

Como en sueño, las blancas olas de la muerte llegan
a lamer los ojos de mi padre.
Como de sueño emergen y toman posesión de nuestra casa.
El brillo se apacigua y desgaja el miedo que antes resguardaba.
Los deseos se fueron diluyendo -esto se acaba- y el cuerpo,
cada vez menos cuerpo, va penetrando un ritmo
que en todo me es ajeno.
La lengua aún se esfuerza por mantener un diálogo imposible
y yo pienso que las cosas dejaron de funcionar como se suponía.
Como sueño, el cuerpo deja de luchar y se entrega
al otro sueño, que ocupa nuestras horas, no ya las suyas,
mientras órganos y costumbres se resienten.
No obstante, la muerte siempre tiene la manía de sorprenderme,
como esas flores, que no estaban la noche anterior en mi escalera.

Invierno en Miami

Ningún sonido entra en este cuarto,
salvo, quizás,
algún avión rajando la apariencia.
Cuando eso ocurre, la noche herida se abre y se derrama.
El viento que entra por las ventanas
recorre presuroso toda la casa, la sacude
y casi la aligera.
Mi piel recibe extrañada la caricia.
Luego, en retirada, vibra en las persianas de plástico.
Yo estoy desnudo y me miro las manos;
después, un rostro extraño en el cristal.
El puente de la 22 está levantado y la chatarra se impacienta.
Desde la oscuridad es bonito el contraste:
hacia delante hay una procesión en desbandada
que luego se aglutina y retorna
transfigurada por mi izquierda.
El rojo se vuelve blanco y yo estoy ardiendo.
Son apenas las 10
pero es el único signo de vida en esta ciudad.
Creo que hay un perro del otro lado de la cerca.
Creo que el pájaro que cantaba de noche emigró.
Creo que la mata de maravilla que tengo en la escalera
es la misma que había en el placer de enfrente de mi casa.
Yo prendo otro cigarro mientras escucho
cómo juega el viento
en los cables de alta tensión recién restaurados.
¿No escucharé otra voz?
La noche semeja la otra herida.
Yo, como siempre, estoy esperando
a que llegues pero no tengo frío.
El invierno en Miami sólo cala por dentro.

Miedo

El miedo viene a mi cama
y se acuclilla sobre mi almohada.
Veo sus agujeros
goteando sobre mi cara,
su colgajo blando sobre mi boca.
Es pez que agoniza,
que boquea.

Con entusiasmo
reproduzco la mueca con mis labios

Cuento de Navidad

El vecino descubrió, al fin,
dónde se escondían esas ranas
que cada noche,
trabajosamente,
subían mi escalera,
a disputarle la comida a mis gatos.
A estacazos, triunfal,
las mató a todas.