Poetas

Poesía de España

Poemas de José Cadalso

José Cadalso y Vázquez de Andrade, que usó el pseudónimo literario de Dalmiro (Cádiz, 8 de octubre de 1741 – San Roque, 26 de febrero de 1782), fue un militar español, muerto prematuramente en combate, y un valioso literato, recordado por sus obras Los eruditos a la violeta, Noches lúgubres y Cartas marruecas.

EPIGRAMA A UN ARAGONÉS

En la cabeza le dio
Un palo Juan a Ginés
¿Y rompióselo? Al revés.
El palo se le rompió.
Ginés era aragonés.

A LA PRIMAVERA, DESPUÉS DE LA MUERTE DE FILIS

No basta que en su cueva se encadene
el uno y otro proceloso viento,
ni que Neptuno mande a su elemento
con el tridente azul que se serene;

ni que Amaltea el fértil campo llene
de fruta y flor, ni que con nuevo aliento
al eco den las aves dulce acento,
ni que el arroyo desatado suene.

En vano anuncias, verde primavera,
tu vuelta de los hombres deseada,
triunfante del invierno triste y frío.

Muerta Filis, el orbe nada espera,
sino niebla espantosa, noche helada,
sombras y susto como el pecho mío.

ANACREÓNTICA

¿Quién es aquél que baja
por aquella colina,
la botella en la mano,
en el rostro la risa,
de pámpanos y hiedra
la cabeza ceñida,
cercado de zagales,
rodeado de ninfas,
que al son de los panderos
dan voces de alegría,
celebran sus hazañas,
aplauden su venida?
Sin duda será Baco,
el padre de las viñas.
Pues no, que es el poeta
autor de esta letrilla.

LETRILLAS PUERILES DE DALMIRO

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

GLOSA

Catorce años tengo,
ayer los cumplí,
que fue el primer día
del florido abril;
y chicas y chicos
me suelen decir:
«¿Por qué no te casan,
Mariquilla, di?».

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Y a fe, madre mía,
que allá en el jardín,
estando a mis solas,
despacio me vi
en el espejito
que me dio en Madrid
las ferias pasadas
el mi primo Luis.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Mireme y mireme
cien veces y mil,
y dije llorando:
«¡Ay pobre de mí!,
¿por qué se malogra
mi dulce reír
y tierna mirada?».
¡Ay niña infeliz!

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Y luego en mi pecho
una voz oí,
cual cosa de encanto,
que empezó a decir:
«¿La niña soltera
de qué ha de servir?
La vieja casada
aun es más feliz».

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Si por ese mundo
no quisiereis ir
buscándome un novio,
dejádmelo a mí,
que yo hallaré tantos
que pueda elegir,
y de nuestra calle
yo no he de salir.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Al lado vive uno
como un serafín,
que la misma misa
que yo suele oír.
Si voy sola, llega
muy cerca de mí;
y se pone lejos
si también venís.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Me mira, le miro.
Si me vio le vi,
se pone más rojo
que el mismo carmín.
Y si esto le pasa
al pobre, decid:
«¿Qué queréis, mi madre,
que me pase a mí?»

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto
vereisme morir.

Enfrente vive otro,
taimado y sutil,
que suele de paso
mirarme y reír.
Y disimulado
se viene tras mí,
y a ver dónde llego
me suele seguir.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Otro hay que pasea
con aire gentil
la calle cien veces,
y aunque diga mil,
y a nuestra criada
la suele decir:
«Bonita es tu ama,
¿te habla de mí?».

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

INJURIA EL POETA AL AMOR

Amor, con flores ligas nuestros brazos;
los míos te ofrecí lleno de penas,
me echaste tus guirnaldas más amenas,
secáronse las flores, vi los lazos,
y vi que eran cadenas.

Nos guías por la senda placentera
al templo del placer ciego y propicio;
yo te seguí, mas viendo el artificio,
el peligro y tropel de tu carrera,
vi que era un precipicio.

Con dulce copa al parecer sagrada,
al hombre brindas, de artificio lleno;
bebí; quemose con su ardor mi seno;
con sed insana la dejé apurada
y vi que era veneno.

Tu mar ofrece, con fingida calma,
bonanza sin escollo ni contagio;
yo me embarqué con tal falaz presagio,
vi cada rumbo que se ofrece al alma,
y vi que era un naufragio.

El carro de tu madre, ingrata diosa,
vi que tiraban aves inocentes;
besáronlas mis labios imprudentes,
el pecho me rasgó la más hermosa
y vi que eran serpientes.

Huye Amor, de mi pecho ya sereno,
tus alas mueve a climas diferentes,
lleva a los corazones imprudentes
cadenas, precipicios y veneno,
naufragios y serpientes.

MUERTA FILIS RENUNCIA EL POETA AL AMOR Y A LA POESÍA

Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste,
y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas ¡ay! que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú admiraste,
al punto sin imperio en mí te hallaste,
y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura,
a quien el mismo Jove no resiste,
olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste,
y junto a Filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.

SOBRE SER LA POESÍA UN ESTUDIO FRÍVOLO, Y CONVENIRME APLICARME A OTROS MÁS SERIOS

Llegose a mí con el semblante adusto,
con estirada ceja y cuello erguido
(capaz de dar un peligroso susto
al tierno pecho del rapaz Cupido),
un animal de los que llaman sabios,
y de este modo abrió sus secos labios:

«No cantes más de amor. Desde este día
has de olvidar hasta su necio nombre;
aplícate a la gran filosofía;
sea tu libro el corazón del hombre».
Fuese, dejando mi alma sorprendida
de la llegada, arenga y despedida.

¡Adiós, Filis, adiós! No más amores,
no más requiebros, gustos y dulzuras,
no más decirte halagos, darte flores,
no más mezclar los celos con ternuras,
no más cantar por monte, selva o prado
tu dulce nombre al eco enamorado;

no más llevarte flores escogidas,
ni de mis palomitas los hijuelos,
ni leche de mis vacas más queridas,
ni pedirte ni darte ya más celos,
ni más jurarte mi constancia pura,
por Venus, por mi fe, por tu hermosura.

No más pedirte que tu blanca diestra
en mi sombrero ponga el fino lazo,
que en sus colores tu firmeza muestra,
que allí le colocó tu airoso brazo;
no más entre los dos un albedrío,
tuyo mi corazón, el tuyo mío.

Filósofo he de ser, y tú, que oíste
mis versos amorosos algún día,
oye sentencias con estilo triste
o lúgubres acentos, Filis mía,
y di si aquél que requebrarte sabe,
sabe también hablar en tono grave.