Poetas

Poesía de España

Poemas de José Carlos Cataño

José Carlos Cataño, nacido en La Laguna, Tenerife el 30 de agosto de 1954, fue un poeta, narrador, ensayista, artista plástico y fotógrafo español. Se graduó en Bellas Artes en la Universidad de Tenerife y en Filología Románica en la Universidad de Barcelona en 1977. Ese mismo año se convirtió al judaísmo en Marruecos, lo que lo llevó a interesarse por la cultura e historia de los judíos en España y en el mundo.

La obra literaria de Cataño abarcó diversos géneros, desde la poesía hasta la novela y el ensayo, y se caracterizó por una búsqueda de la identidad personal y colectiva, desde su condición de canario, judío y viajero. Como poeta, publicó varios libros, incluyendo «Disparos en el paraíso» (1982), «Muerte sin ahí» (1986), «En tregua» (2001) y «Lugares que fueron tu rostro» (2008), entre otros. En 2019 se publicó su «Obra poética (1975-2007)», que recopila todos sus poemas desde «Disparos en el paraíso» hasta «Lugares que fueron tu rostro».

Como narrador, publicó «El exterminio de la luz» (1974), escrito junto con Carlos E. Pinto bajo el heterónimo de Pórfido Santos-John; «De tu boca a los cielos» (1985) y «La noche del ángel» (1998). Como ensayista, escribió «El libro del desencanto» (1988), «La memoria del otro» (1994), «El libro del desasosiego» (1996) y «La memoria del otro II. Los judíos del norte de África» (2000). Además, como diarista, publicó «Los que cruzan el mar» (2004), «La próxima vez» (2008), «La vida figurada» (2012), «De rastros y encantes» (2012) y «El porvenir del horizonte» (2021).

Cataño también fue reconocido como un artista plástico y fotógrafo, y realizó diversas exposiciones individuales de dibujos y fotocollages en Barcelona, Tenerife y Gran Canaria. Además, colaboró en numerosas publicaciones nacionales e internacionales y ofreció conferencias y lecturas poéticas en varios países y ciudades.

José Carlos Cataño falleció en Barcelona el 8 de agosto de 2019, dejando una huella imborrable en las letras españolas como un poeta universal comprometido con su tiempo y su cultura.

Elegía marina

Imperceptible, un sol
Declina por las ramas de la costa
Hasta las ondas de poniente
Que agitan los insectos.

Aquí reposa el cuerpo en la húmeda
Tierra de la memoria.

Un grito hubiera roto la distancia.

El único retorno
Murmura en lo más alto de la densa arboleda
De eucaliptos bajo el cielo cubierto. La sombra
Del volcán vertida al mar es el último mar
Que se cierra a los ojos en medio de un gran sueño.
El mar que penetraba por el borde más alto
Del sol, será el último mar
Para dorar tu frente. Como
Si el mar que terminara
de un golpe
Cumpliera tu figura

Fuera de juventud

FUERA de juventud
Nace la vida verdadera.

Infancia sólo es tierra,
Ya sólo tierra lo que beso.

Si yo abro la memoria
El aire allí su tumba encuentra.

Nubes en la noche

Nubes vanas en la noche,
Así pasan las palabras
Por la aurora irreversible de las cosas.

Todo pensar se declina
En el grito oscuro de lo pleno.

Y yo entre las vorágines te buscaba
Como si así pudiera con tu rescate
Cumplir un luminoso pasado.

Proemio al abrazo

SI fuésemos algo
Seríamos dos abismos,
Nada más que dos abismos?
En el tuyo arrojaría
La sombra vertiginosa de mi ser.

Sensación de la distancia

VIENDO el revuelto manojo de las palmas
Acuciadas por las sombras multiformes
Siento en el combate la blancura de tu imagen,
Los suaves y agitados muslos cuando
Con la fuerza de mi aliento los palpaba.

Siempre serás para un amor lejano y escondido

A lo mejor uno se enamora para la despedida, para
cuando llega la estación seca y los hombres se besan a
la luz de Venus.

A lo mejor, para que aquella frase (tu cuerpo húmedo
contra el cual aprieto el mío recobra los días que se
fueron) subraye que estás solo.

Pero cuando surja de nuevo ?la veranda llena de
alegría, los cuerpos abrazados girando en la
penumbra?, volverás a decir:

Luz del instante, tus ojos. En ellos me veo por
primera vez.

No vengas con más mentiras, malasangre.

Amores ilustres

Yo también podría decir algo acerca de eso. Guardaos
vuestras estrellas polares, vuestras interminables
noches de amor, vuestras damas exquisitas, vuestras
hembras calientes como una mañana por Nyangabulé.
Tanto me da.

Acaso el amor sea el instante en que tiemblan dos
cuerpos demorando derramarse el uno en el otro, los
ojos en los ojos, la lengua en el secreto previo al
desfallecimiento.

Su rostro no era hermoso y era persona de pocas
palabras. Tenía desde noviembre no sé qué semilla en
agua, y ayer, como quien dice, se convirtió en un
tallo finísimo, imparable, en la alegría de la casa.

Tanto me río de lo que sobrevive al verano, que ya sé
lo que es suficiente.

En noviembre

Al fondo de esta tarde de tormenta
Nada huye del sabor a duelo
En las nubes que pasan.
La confianza de que vendrá
Otro amanecer, la cabaña
Entre los sombríos redobles
Del viento,
Como invitando a danza
O fin de asedio.
No puedo darte nada más
Que este ahora de todo en abandono,
Como si cumpliera una respuesta o un deseo
Que ya no importa.
Montón de labios, presencia de cosas
De repente, vislumbres que se apagan,
Desolada siembra en los bordes de la crecida
Avalancha que trastoca y confunde,
Y todo lo inunda, y también termina.

En Zanzíbar no hay trabajo

Carece de importancia cómo dicen que me llamo.

Carece de importancia la reputación que me sostiene.
El primer cuerpo con que tropiece será el primero y el
más hermoso, si no quiero morir bajo un montón de
lealtades.

El auténtico perdedor debe de ser un ganador nato,
pues sólo así se entiende la insistencia, la
meticulosidad que pone en la derrota.

Nada, nada es en vano. Todos cumplen con su deber,
todos tienen razón. Soy lo que me he dejado hacer y
valgo lo que la longitud de un sable.

Después de todo, la vida es un puente hacia la verdad,
cuyo peso se enamora del abismo.