Poetas

Poesía de España

Poemas de José María Álvarez

José María Álvarez, nacido el 31 de mayo de 1942 en Cartagena, Región de Murcia, es un destacado poeta, ensayista y novelista español que dejó una huella indeleble en la literatura contemporánea. Formando parte de la generación de los Novísimos, Álvarez se erige como una figura emblemática en el panorama literario de su tiempo.

Licenciado en Filosofía y Letras con especialización en Geografía e Historia por las Universidades de Madrid y Murcia, Álvarez cultivó una ferviente pasión por la literatura desde temprana edad. Sus inquietudes intelectuales lo llevaron a asistir a cursos del renombrado filósofo Raymond Aron en La Sorbona y el Collège de France, en París, expandiendo así sus horizontes académicos y culturales.

A lo largo de su vida, Álvarez demostró una inigualable dedicación a la literatura y los viajes, estableciendo su residencia tanto en la costa levantina como en París. Desde sus primeras incursiones literarias en el Aula de Cultura de la Fundación Mediterráneo en 1957, hasta sus publicaciones en revistas de renombre internacional como «Les lettres françaises» en 1961, Álvarez dejó una marca imborrable en el mundo de las letras.

Su obra poética más destacada, «Museo de cera», ha experimentado sucesivas ediciones y ampliaciones a lo largo de los años, consolidándose como una obra maestra en la poesía contemporánea. Además de su vasta producción poética, Álvarez incursionó con éxito en la prosa, dejando un legado que abarca novelas, ensayos y memorias, entre los cuales destacan obras como «Al sur de Macao», «Desolada grandeza», y «Los decorados del olvido».

José María Álvarez, a lo largo de su prolífica carrera, ha sido incluido en antologías de poesía española de renombre internacional y ha recibido reconocimientos por su invaluable contribución a la literatura. Su legado perdura como un faro de inspiración para generaciones venideras de amantes de la palabra escrita.

Argent vivo

¡Qué vida más tranquila parece llevar mi familia! -pensó Gregorio
Franz Kafka

La voluntad y los apetitos… ah!
Edmund Burke

¿Lo recuerdas? Tuvimos
la Luna en la palma de la mano.
Nunca otra vez la música
de aquel tambalillo de la playa
volverá a hacernos bailar,
ni, sin que nosotros lo escuchemos,
a crujir el mundo volverá.
Volverá tu marido, no es mal tipo,
en su jardín tu aburrimiento a colgar,
y el calorcillo que alumbra entre tus muslos
¿a quién llamará?
Quizá otros brazos y otros besos
profundamente sentirás,
y tu marido y yo quizá acabemos
bebiendo solitarios en un bar,
haciéndonos amigos; como es lógico
evocarte nos unirá.
Pero recuerda, como yo te he leído a Scott Fitzgerald
nadie te lo leerá.

Coral

El sacrificio ha sido favorable
Aristófanes

La gloria conquistada por los adolescentes
Píndaro

El otro día, hojeando un viejo álbum
de fotografías,
apareciste. En una playa
que ciega el sol (seguramente,
Le Lavandou), orgullosa y alegre
sobre las brasas

de aquel Verano.

Como un pinchazo
esa imagen me trae
algo de la pasión que sacudió esos días.
Contemplé largo rato la fotografía:
tus ojos dichosos, tu boca, esa
mano que
desenfocada
parece querer tapar el objetivo.

¿Te das cuenta? No has envejecido.
Dios sabe dónde
estarás, ni siquiera si aún vives. Pero ahí,
ah cómo brilla
intacta
tu sonrisa,
los crepitantes ojos del deseo.

Te había olvidado. Pero ahora
que esa fotografía te devuelve,
me doy cuenta de cómo la memoria
generosa
te había guardado sin decírmelo
para darme algún día
este regalo. Poder casi tocar
un instante de felicidad.

Tanto se ha ido…

y entonces apareces
tú,
en esa playa de la juventud,
y me haces este regalo,
la posibilidad
de que viva en alguien el que fui,
la imagen deseada de quien era,
esa que hasta yo mismo ya he olvidado.
Porque igual que la otra tarde tú viniste
puede que alguna vez, si tu recuerdas esos días,
de ellos emerja un joven mediterráneo y sonriendo
y recuerdes el placer de esas horas
y algo de la pasión que entonces
abrasó nuestros cuerpos
aún te toque.

Gracias.

Marina

¿Qué debemos hacer hoy para salvar la Cultura?
Curzio Malaparte

Para Vicente Gallego

Sólo dos cosas, Filis, yo quisiera
decirte, hacer que aniden
en tu desvergonzado corazón: Es la primera
un consejo de Ovidio, cuando escribe: Si a una de vosotras
Venus negó sensual naturaleza,
fingid.
Supongo que ahora no lo entiendes.
Pero hazme caso.
Confía en tu instructor.
La otra se refiere
a tu pregunta: ¿Y cómo
sugieres que debería ser mi vida?
Querida, serás muchas.
Pero aquí sí que dicto
un canon. Y es curioso: lo dijo
un enemigo (acaso
de los más feroces, irreconciliable), el que fuera Ministro
de Propaganda en aquel Reich
e los Mil Años, Joseph Goebbels.
Según Speer en sus Memorias,
llamolo a su Departamento cierta tarde
Goebbels, y le pidió:
«Amigo Speer, quiero que me diseñe
un despacho de verdad impresionante».
«¿Cómo le gustaría?», dijo Speer.
«Estilo trasatlántico», repuso
Goebbels.
Pues eso, vida mía, Filis querida y deseada:
Estilo Trasatlántico.

Maduz

Prefiero a lo que miro lo que creo
Francisco de Quevedo

Es dichoso vivir en estos climas que permiten relaciones normales
Montesquieu

Suavemente (si
lo considero
con ecuanimidad, acaso
sin rescoldos de pasión, es más,
sin interés; pero al fin y al cabo, suavemente)

te
miro,
mientras un norteamericano de origen africano
(obsérvese cómo venero la solidaridad y el pensamiento liso)
toca al fondo del bar, en piano blanco,
una pieza -y esto es lo importante-
cuya letra en tiempos menos lisos
fue «Easy living» y la cantaba Billie Holiday.

Lo importante -repito- es el recuerdo
que este arreglo trivial me trae de lo que era
vida,
y cómo los decorados, y la escena,
mudan por la memoria hacia horas que yacen
agazapadas en el alma.

La situación es siempre parecida:
Un rostro
de mujer -no necesariamente joven-
al final
del punto de mira de mi vaso,
unos ojos que miran de pronto, cómplices, animales,
como puestas de sol, unos labios
-que ya han dejado su carmín en cigarrillos-
húmedos,
el movimiento de una melena que roza una nuca.

Noches y noches, rostros,
mientras hilas la Nada
y sientes la ginebra calentar tu alma,
y a veces, por un instante,
notas que tienes en la mano
el secreto del mundo.

Todo eso junto eleva esta anodina
escena, y a quien seas,
a depurado Arte.
Desde luego
si decides seguirme mientras me siento tan activo
gracias al «Easy living» original y a las llamitas
de esos otros momentos,
casi me atrevo a prometerte
una experiencia interesante
-como muy poco, diferente-
y en ningún caso, espero, que vulgar.

Aunque seguramente a ti te da lo mismo,
a mí, no.

Yctaniz

Musafir «Huésped; visitante»-
El que viaja por medio de la reflexión mental (Fikr) sobre los
inteligibles; lo cual es entender las cosas invisibles a través
de la antología de las visibles (I’Tibär), de modo que pueda
cruzar (Ábara) desde la orilla de este mundo a la otra

Ibn Al’ Arabi

Esta prenda, suave, delicada,
casi caliente aún, aún húmeda
de ti.

Aspiro, absorbo
su olor, hundo mi rostro
en ese perfume
mojado
que abre mis ensueños
los mares de la dicha.

Siquiera imaginar que te ha rozado,
que esa humedad es tuya,
esa dulcísima manchita
que beso.

¿Tendrá la Muerte
este olor? ¿Esta sensación de suavidad?
¿Esta tibieza?

Ah, déjame
un instante aún palpándola.
Tarda en volver del baño.
Déjame
cerrar los ojos, inhalar su fragancia
y comulgar con ella.

Ah, vida mía,
esto sí que es el «éxtasi amoroso»
que abrasaba a Quevedo.
Casi me causa más placer
que acariciarte a ti.

Bezahar

Míos fueron, mi corazón,
los vuestros ojos morenos.
¿Quién los hizo ser ajenos?

Cancionero anónimo

En estos tiempos que corren, provechoso es disponer
de una mujer hermosa

Alessandra Mancinghi-Strozzi

Estas divertidas divagaciones levantaron por un
momento su ánimo, y entregose a la contemplación

Joris-Karl Huysmans

El oro de la tarde
sobre el mar de tu cuerpo

El crepúsculo ardiendo en tu mirada

El ulular de sirenas de tus entrañas

Nuestras lenguas enlazándose como pájaros suntuosos

Contemplando tu belleza y mi deseo
acepto la vida