Poetas

Poesía de España

Poemas de José Pascual Buxó

José Pascual Buxó (San Felíu de Guixols, Gerona, España, 12 de febrero de 1931) es un catedrático, filólogo, escritor, poeta y académico mexicano de origen español. Su campo de investigación se ha especializado en el estudio de fuentes originales de la literatura novhohispana, sus publicaciones son utilizadas como referencias y son reconocidas por los estudiosos de esta especialidad.

Contaba con cinco años de edad cuando inició la Guerra Civil Española, antes de cumplir los ocho años de edad su familia, de ideas republicanas, se exilió a Francia, en donde vivió seis meses. Después se embarcó hacia Veracruz en el vapor Mexique para finalmente establecerse en la Ciudad de México aceptando el asilo político ofrecido por el presidente mexicano Lázaro Cárdenas. Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Madrid y en el Instituto Luis Vives.

Se le considera un latinoamericano múltiple debido a que es español por nacimiento, mexicano por elección y «venezolano por vocación», pues ha radicado en Venezuela impartiendo clases por más de doce años. Su poesía refleja un sentimiento trágico de su infancia debido a sus vivencias de la guerra y del destierro.

Ha sido investigador en el Centro de Estudios Literarios y en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, así como en el Instituto Ispanico de la Università degli Studi di Firenze. Es investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores de México. Fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua el 10 de marzo de 1983, tomó posesión de la silla X el 28 de junio de 1984. Es miembro correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua.

Detrás del mar
está España.
Detrás del mar qué silencio
de arenas y montañas.

Detrás del mar,
detrás siempre.
¡qué aluvión de distancia,
qué de heridas silenciosas
qué de muertes emplazadas!

 

 

¿Qué te puedo decir? Nunca he sabido
el lugar de mi boca.

¿Recuerdas cuando niño? Una terrible espada de silencio
cortaba mi garganta y yo asía tu mano
para que rescataras mi carne atropellada
por aquel hipo ciego y deslumbrante.

¿Lo recuerdas? Era preciso entonces aprender a enfrentarse
con nuestra propia vida solitaria,
vencer todas las cosas naturales,
llegar hasta los rostros que esperaban un aire de sonrisas.

¿Recuerdas? Hoy parece imposible
haber quedado ahíto de dolor en una mano amiga,
sentir el fuego sucio pegado a la garganta,
arrastrar esa turba de piedras y palabras
hasta la inútil boca.

¿Y ahora qué diré.
qué guirnalda de oscuras explosiones
será capaz de enrojecer la tierra?
¿Tomarás otra vez entre tus manos la hinchazón del dolor
y empujarás conmigo
ese antiguo torrente de piedras y palabras?
Escucha un poco, padre.
Hazte un poco el dormido y escucha como llego
apenas derrumbando el silencio que amas.

 

 

Pongo los ojos en aquel recinto…

Pongo los ojos en aquel recinto
Y veo levantarse las altas sombras de los que vivieron.
Los miro caminar pausadamente,
midiendo paso a paso peligros y distancias,
tocando con la pulpa del dedo encallecido
la dorada madera o el frío azul del vidrio abandonado.

No hablan, circulan a mi lado
como altos nubarrones sobre el campo vacío.
Gira su boca lentamente,
chispea algún momento su lengua todavía luciente y (encarnada.

Ya ves, solo es posible mirar,
Abrir un poco la ventana ciega sobre el lodo,
iluminar con el aceite ardiendo
estas sillas que gimen junto a la mesa puesta.
Podríamos encender los viejos troncos,
la calcinada frente donde calla el pasado:
aquí tostamos pan, asamos las agudas sardinas
y alguna noche cuando tú llegabas
la soledad y el vino se juntaron debajo de las lenguas (rencorosas.

¿Pero qué troncos arderán ahora?
¿Qué labios morderán la madurez del tiempo
Y tu mano sin peso y sin calor,
tu guante desatado, qué huella marcará
sobre el polvo marchito?

Yo procuro mirar, no dudes que lo intento;
dejo correr sus manos por mi cara,
sus delicados tallos, su ternura desierta,
y aun procuro entender
si aquello que se rasga por sus bocas
es algo más que piedras y silencio.
Imagino tu lecho

Imagino tu lecho. Años atrás estuve allí mirando,
recorriendo la crispada blancura de haldas y biombos,
adivinando apenas la sorda podredumbre, la ocultada (ignominia de la muerte.

Imagino esa tierna ventana donde la luz detiene algún (consuelo,
las pobres ramas meneadas, los altos remos aspeando el (vacío.
Imagino tu lecho, la nave desatada en la noche del mar,
la boca azul abierta por los lados.
Imagino tus ojos palpitando en la blanca corteza del mar y (los biombos.

Estuve allí otro tiempo. Moría entonces
un hombre apenas visto, una montaña de luz y de (recuerdos.
Mirábamos su viejo corazón despavorido
hinchándose en la lona, azotado de sal y de desgracias,
sus delicados párpados de cera apenas un momento (enrojecidos.

¿Quién pudo verte a ti? ¡Quién vio ese lecho del (desamparo,
los mármoles azules de tu frente brillar y amoratarse,
las encendidas hieles de la muerte, el asco gris de tus (entrañas solas?

Ya no eras tú, no fuiste tú quien iba amarrado a ese leño,
no era tuyo ese cuerpo, no eran ya tus dos manos
las que hacían bramar las sábanas del frío,
no era tu boca con la cal ardida esos antiguos labios de (ternura y estruendo.

No eras tú, no eras tú, no era tuyo
ese cuerpo podrido por la sombra, ese cuerpo desnudo (abandonado,
ese seco silbido cabeceante en la noche,
ese fuego achicado con salivas y llanto,
ese cuerpo aventado por el mar a no sé qué desierta y sucia (playa.