Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Juan Carlos Dávalos

Juan Carlos Dávalos (Villa San Lorenzo, 11 de enero de 1887-Ciudad de Salta, 6 de noviembre de 1959)​ fue un poeta y escritor argentino; fue uno de los más influyentes del siglo XX en Sudamérica.

¡LAS LLAMAS!

Vienen de la Puna donde nunca llueve,
donde por enero brota en los eriales el blanco amancay,
cruzaron inmensas estepas de sal y de nieve
hollaron las vegas heladas al pie del Acay.

Coquena las guía, dios de los rebaños,
por la antigua ruta que el Inca trazó;
por donde vinieron, hará dos mil años
los hombres pequeños de junto al Poopó.

Del alba al ocaso,
los gráciles cuellos erguidos, el porte marcial,
caminan llevando por carga, con rítmico paso
cada una dos panes de sal.

Sus ojos serenos y oscuros, de enormes pupilas,
miran a la gente como turbadores ojos de mujer
como si sus almas de bestias tranquilas,
del hombre quisieran los sueños eternos saber.

sigue de la tropa las trilladas huellas
un collita, que,
como avergonzado de verlas tan bellas,
camina de a pie.

Irán a la aldea del valle sonriente,
traerán de retorno maíz,
y por la quebrada, costeando el torrente,
volverán a su helado país.

LA FLOR DEL ILOLAY

Don Juan – Bernardo

Erase una viejecilla
que en los ojos tenía un mal
y la pobre no cesaba
de llorar.
Una médica le dijo:

Te pudiera yo curar
si tus hijos me trajesen
una flor del Ilolay.-
Y la pobre viejecilla
no cesaba de llorar,
porque no era nada fácil encontrar
esa flor del ilo-ilo Ilolay.
Mas los hijos que a su madre
la querían a cual más,
resolvieron irse lejos a buscar,
esa flor maravillosa
que a los ciegos vista da.
Bernardo

Va rajado el cuento, abuelo,
como vos me lo contáis.
¡ No habéis dicho que los hijos
eran tres!
Don Juan

Bueno, ¡Ya están!
Y los tres, marchando juntos
caminaron, hasta dar
con tres sendas, y tomaron
una senda cada cual.
El chiquillo que a su madre quería más,
fue derecho por su senda sin parar,
preguntando a los viajeros
por la flor del Ilolay.
Y una noche, fatigado
de viajar y preguntar,
en el hueco de unas peñas
acostóse a descansar.
Y lloraba, y a la pobre
cieguecilla recordaba sin cesar.
Y ocurrió que de esas peñas
en la lóbrega oquedad,
al venir la media noche
sus consejos de familia
celebraba Satanás.
Y la diabla y los diablillos,
en horrible zarabanda
se ponían a bailar.
Carboncillo, de los diablos,
el más diablo para el mal,
¡Carboncillo cayó el último
de gran flor en el ojal!

¡Carboncillo!- gritó al verle
furibundo Satanás -,
¡petulante Carboncillo,
quite allá!
¿Cómo viene a mi presencia
con la flor de Dios hechura
que a los ciegos vista da?
Metió el rabo entre las piernas
y poniéndose a temblar,
Carboncillo tiró lejos
el adorno de su ojal.
Y el chiquillo recogióla,
y allá va,
¡corre, corre, que te corre,
que te corre Satanás!
el camino desandando sin parar,
y ganó la encrucijada
con la flor del Ilolay.
Le aguardaban sus hermanos,
y al mirarle regresar,
con la flor que no pudieron
los muy tunos encontrar,
¡le mataron, envidiosos,
le mataron sin piedad!
le enterraron allí cerca
del camino, en un erial,
y se fueron a su madre
con la flor del Ilolay.
Y curó la viejecita
de su mal,
y al pequeño recordando
sin cesar,
preguntaba a sus dos hijos:
-¿Dónde mi hijo, dónde está…?

No le vimos, contestaban
los perversos, – que quizá
extraviado con sus malas
compañías andará.-
Y los días y los meses
se pasaron, y al hogar,
¡nunca, nunca el pobrecillo
volvió más!
Y una vez un pastorcillo
que pasó por el erial,
una caña de canutos
vio al pasar.
Con la caña hizo una flauta,
y poniéndose a tocar,
escuchaba el pastorcillo
de las notas al compás,
que la caña suspiraba
con lamento sepulcral:

Pastorcillo, no me toques
ni me dejes de tocar:
¡Mis hermanitos me han muerto
por la flor del Ilolay!

EL MAL DEL AGUA

De los cerros donde el viento
no se cansa de correr,
y en los iros y cardones
zumba hasta el anochecer;
De los cerros donde el sol
curte y reseca la piel,
y a la tierra la yareta
se agarra con avidez,
una tarde la pastora,
acosada por la sed,
arreando sus cabritas,
bajó con ligero pie.
De pechos en el arroyo
inclinándose a beber,
la pastora dijo:

Agüita,
agüita te beberé…
En medio las cortaderas
el hato bebió también.
¡Agua de nieve es el agua
del arroyo montañés!
En su rancho la pastora
muere de calor y sed;
cogida de calenturas
por el mal del agua fue.
¡Agua de nieve es el agua
del arroyo montañés!

LA VOLTEADA

Muge plantado en actitud bravía,
ceñido el lazo del testud adusto,
y terco afronta con empaque augusto
el asalto voraz de la jauría
Hinca, dócil al puño que lo guía
el duro casco el alazán robusto,
y piafa lleno de sudor y susto
de la cinchada en la mortal porfía
Y cuando el toro enceguecido y fiero
brotando espuma de repente arranca
y la embestida poderosa cierra
Se cimbra el lazo sobre el bramadero
y entre una densa polvareda blanca
el cuerpo cae reciamente en tierra

LA LEYENDA DEL COQUENA

Cazando vicuñas anduve en los cerros.
Heridas de bala se escaparon dos.
-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena se enoja – me dijo un pastor.

¿Por qué no pillarlas a la usanza vieja,
cercando la hoyada con hilo punzó?
¿Para qué matarlas, si sólo codicias
para tus vestidos el fino vellón?
-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena las venga, te lo digo yo.
¿No viste en las mansas pupilas oscuras
brillar la serena mirada del dios?
-¿Tú viste a Coquena?
-Yo nunca lo vide,
pero sí mi agüelo – repuso el pastor;-
una vez oíle silbar solamente,
y en unos tolares, como a la oración.
Coquena es enano; de vicuña lleva
sombrero, escarpines, casaca y calzón;
gasta diminutas ojotas de duende,
y diz que es de cholo la cara del dios.
De todo ganado que pace en los cerros,
Coquena es oculto, celoso pastor;
si ves a lo lejos moverse las tropas,
es porque invisible las arrea el dios.
Y es él quien se roba de noche las llamas
cuando con exceso las carga el patrón.
En unos sayales, encima del cerro,
guardando sus cabras andaba el pasto;
zumbaba en los iros el gárrulo viento,
rajaba las piedras la fuerza del sol.
De allende las cumbres de nieves eternas,
venir los nublados miraba el pastor;
después la neblina cubrió todo el valle,
subió por las faldas y el cerro tapó…
Huyó por los filos el hato disperso,
y a gritos, en vano, lo llama el pastor.
La noche le toma sentado en cuclillas,
y un sueño profundo sus ojos cerró.
Cuando el alba tiñe – limpiando los cielos-
de rosa las abras, despierta el pastor.
Junto a él, a trueque del hato perdido,
Coquena, de oro le puso un zurrón.
No más en los cerros guardando sus cabras,
las gentes del valle vieron al pastor;
Coquena dispuso que fuese muy rico.
Tal premia a los buenos pastores el dios.

LA MUERTE

Y yace el bruto en la postura inerte
con que el hombre mañoso lo invalida,
la carne de cansancio estremecida,
y al fin tumbado el epinazo fuerte
Nadie el espanto y el dolor advierte
de la negra pupila entristecida,
donde tiembla la fuerza de la vida
con la oscura zozobra de la muerte.
¡Después, el estertor, el hondo tajo!
El hombre indiferente en su trabajo
limpia el puñal en la cerviz del toro.
La sangre por la herida borbotea,
y un escuálido perro saborea
el caudal rojo de vislumbres de oro