Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de El Cucalambé

Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, más conocido como El Cucalambé, fue un poeta y dramaturgo cubano del siglo XIX, considerado como el máximo exponente de la décima guajira y el siboneyismo en la literatura nacional. Nació el 1 de julio de 1829 en Victoria de las Tunas, en el seno de una familia acomodada que poseía un ingenio azucarero llamado El Cornito. Desde niño mostró su talento para la poesía, influenciado por su abuelo materno y su hermano mayor, quienes le enseñaron los clásicos grecolatinos y españoles, así como los poetas cubanos contemporáneos. A los 16 años publicó sus primeras décimas en el periódico El Fanal de Puerto Príncipe, y desde entonces colaboró con varios órganos de prensa como La Piragua, El Siglo y La Aurora.

Su obra poética se caracteriza por reflejar la vida y el sentir del campesinado cubano, con un lenguaje sencillo, humorístico y musical. Entre sus temas más recurrentes se encuentran el amor, la naturaleza, la historia y la identidad nacional. Su poemario más famoso es Rumores del hórmigo (1856), donde recoge una serie de décimas inspiradas en el río Hórmigo que atravesaba su ingenio. Otras obras destacadas son El Cucarambó (1858), una colección de décimas dedicadas a su novia Isabel Rufina Rodríguez Acosta; Consecuencias de una falta (1859), una comedia en cuatro actos escrita en verso; y Hatuey y Guarina (1860), un romance histórico sobre los caciques indígenas que se rebelaron contra la conquista española.

El Cucalambé fue también un activo participante en las conspiraciones independentistas contra el colonialismo español, lo que le valió ser perseguido y encarcelado en varias ocasiones. Su vida terminó de forma trágica y misteriosa a finales de 1861 o principios de 1862, cuando desapareció sin dejar rastro en Santiago de Cuba. Se cree que se suicidó arrojándose al mar o que fue asesinado por sus enemigos políticos. Su obra póstuma se recogió en una Colección de poesías inéditas (1886), editada por su amigo José Fornaris. El Cucalambé es hoy reconocido como uno de los poetas más originales y populares de la cultura cubana, y su legado se celebra cada año con el Festival Nacional de la Décima Guillermo Vidal.

La primavera

Ya vino la primavera
Sobre nuestros campos bellos
Y el sol fulgurante en ellos
Fuertemente reverbera.
En la selva y la pradera,
Cantan ya los ruiseñores,
Los zorzales trinadores
Alzan alegres el vuelo,
Y ya se entapiza el suelo
De hierbas, plantas y flores.

Susurran los platanales
Al pausado son del viento,
Y con blando movimiento
Se oyen murmurar los mares.
Ostentan ya los palmares
Verde pompa de esmeralda,
Y del cerro allá en la falda,
Para mayor hermosura,
El limpio arroyo murmura
Y el sol las peñas escalda.

Nubes de varios colores
De tarde en el firmamento,
Vagan a merced del viento
Formando dulces rumores.
Los humildes labradores
Siembran las tierras que abonan
Sus cosechas amontonan,
Gozan de dúlcidas calmas,
Y a las sombras de las palmas
Alegres trovas se entonan.

Las guajiritas hermosas
Tan sencillas como ufanas,
Corren por estas sabanas
Detrás de las mariposas.
De las flores más hermosas
Contemplan los ramos bellos,
Y mientras juegan con ellos
Y hacen preciosas guirnaldas,
En sus trigueñas espaldas
Lucen sus negros cabellos.

Ya sonríen nuestros prados,
Florece el guao en las costas
Y en las veredas angostas
Rebraman ya los ganados.
Ya los montes escarpados
Verdes y bellos se ven,
El Cauto undoso también
Un grato murmullo forma,
Y mi Cuba se transforma
En un delicioso edén.

El caballito de palo

El Padre viste de harapos
Es Padre de mala suerte
Y su niña se divierte
Con su muñeca de trapos.

La Madre llora por ella.
El Padre siembra la vega.
Y el niño contento juega
Con su yunta de botellas.

El padre como es jinete
Se va a comprar sin la madre
Le dice el niño a su Padre
Tráeme del pueblo un juguete.

El Padre lanza un gemido
No sabe como volver
A su casa sin traer
Lo que el niño le ha pedido.

El padre no es padre malo
Lo que no tiene es dinero
Fue y le cortó en el potrero
Un caballito de Palo.

De verde para podrido

Por causa de que la exena
De este mundo esta cambiando
Las cosas que están pasando
Más que tristeza dan penas.
Aquellas personas buenas
De este mundo se han perdido
En su lugar han surgidos
Un personal disconforme
Que están dando un paso enorme
“De verde para podrido”.

2

El mundo cambia su estilo
Y en estos últimos días
Reina la tecnología
Un arma de doble filo.
Por un cable y sin un hilo
En tu casa se ha metido
Un invisible individuo
Carente de rectitud
Y hace que la juventud
Salte “de verde a podrido”.

3

Hablar de la economía
De vivienda y desempleo
Ese tema yo lo veo
Como el pan de cada día.
No hay ninguna garantía
Que cumplan lo prometido
Si un gobernante ha subido
A una postura alta
Se nota como es que salta
“De verde para podrido”.

4

Desde que el hombre se puso
A buscar la independencia,
Se incremento la violencia
La injusticia y el abuso.
Un querubín se propuso
Tener poder indebido
Y por estar corrompido
Logró a Eva engañar
Siendo el primero en saltar
“De verde para podrido”.

La Virgen de La Caridad

Cuando yo, inocente niño,
En el regazo materno
Era objeto del más tierno
Y solícito cariño;
Cuando una mano de armiño
Me acarició en esa edad,
Mi madre con ansiedad,
Más grata y más fervorosa,
Me habló de la milagrosa
Virgen de la Caridad.
Trátabame sin cesar
De esa imagen bendecida
Por milagro aparecida
Sobre las olas del mar,
Y oyendo yo relatar
De su aparición la historia,
La conservé en la memoria
Desde la ocasión aquella
Y soñaba ver en Ella
Un astro de eterna gloria.
Pasó mi niñez florida,
Llegué a ser adolescente
Sin borrarse de mi mente
Esa imagen bendecida;
Y en esa edad de mi vida
Para mi mayor ventura,
Supe que esa imagen pura,
Santa emanación del cielo,
Era el amparo y consuelo
De toda infeliz criatura.
Supe que clemente y pía,
Consoladora del pobre,
Allí en la sierra del Cobre
Su santo templo tenía.
Supe que allí residía
Desde su primera edad
La imagen que a voluntad
De un Dios supremo, infinito
Trajo a sus plantas escrito
El nombre de Caridad

Hatuey y Guarina

Con un cocuyo en la mano
Y un gran tabaco en la boca,
Un indio desde una roca
Miraba el cielo cubano.
La noche, el monte y el llano
Con su negro manto viste,
Del viento al ligero embiste
Tiemblan del monte las brumas,
Y susurran las yagrumas
Mientras el suspira triste.

Lleva en la frente un plumaje
Morado como el cohombro,
Y el arco que tiene al hombro
Es de un vástago de aicuje.
Aunque es un pobre salvaje
Y angustia cruel lo sofoca
Desde aquella esbelta roca
Donde gime sin consuelo,
Los ojos fija en el cielo
Y a Dios en su ayuda invoca.

Oye el rumor de los vientos
En los atejes erguidos,
Oye muy fuertes crujidos
De los cedros corpulentos:
Oye los tristes acentos
Del guabairo en el corojo,
Y mientras su acervo enojo
Reprime con gran valor,
Siente a sus pies el rumor
De las aguas del Cayojo.

Un silbido se escapó
De sus labios, y al momento,
Con pausado movimiento
Una indiana apareció.
Cuando a la roca subió
El indio ante ella se inclina,
Fue su frente peregrina
El imán de su embeleso,
Oyóse el rumor de un beso
Y la dijo: —“ ¡Adiós, Guarina!”

—“ ¡Oh! no, mi bien, no te vayas,
Dijo ella entre mil congojas,
Que tiemblo como las hojas
De las altas siguarayas.
Si abandonas estas playas
Si te separas de mí,
Lloraré angustiada aquí
Cuando tu nombre recuerde
Como el pitirre que pierde
Su nombre en el ponasí.

“¿Qué será de tu Guarina
Sin tu amor, sin tu ternura?
Flor del guaco en la espesura,
Palma triste en la colina,
Garza herida por la espina
Del yamaquey en la rama
Y cual la triste caguama
Que a los esteros se zumba,
Lloraré y será mi tumba,
La Ciénaga de Virama.”

Oyó el indio enternecido
Tan triste lamentación,
Palpitó su corazón
Y se sintió conmovido.
Ahogó en su pecho un gemido
La viramesa infelice,
Y el indio que la bendice
Y más que nunca la adora
Las blancas perlas que llora
Enjuga tierno y le dice:

—“ ¡Oh, Guarina! Ya revive
Mi provincia noble y bella,
Y pisar no debe en ella
Ningún infame caribe.
Tu ardiente amor no me prive,
Mi Guarina, de ir allá,
Latiendo mi pecho está
Y mis sentidos se inflaman,
Porque a su lado me llaman
Los indios de Guapajá.

Yo soy Hatuey, indio libre
Sobre tu tierra bendita,
Como el caguayo que habita
Debajo del ajenjibre.
Deja que de nuevo vibre
Mi voz allá entre mi grey,
Que resuene en mi batey
El dulce son de mi guamo
Y acudan a mi reclamo
Y sepan que aún vive Hatuey.

¡Oh, Guarina! ¡Guerra, guerra
Contra esa perversa raza,
Que hoy incendiar amenaza
Mi fértil y virgen tierra!
En el llano y en la sierra
En los montes y sabanas
Esas huestes caribanas
Sepan al quedar deshechas,
Lo que valen nuestras flechas,
Lo que son nuestras macanas.

Tolera y sufre, bien mío,
De tu fortuna el azar,
Pues también sufro al dejar
Las riberas de tu río
Siento dejar tu bohío,
Silvestres flor de Virama,
Y aunque mi pecho te ama,
Tengo que ser ¡oh dolor!
Sordo a la voz del amor,
Porque la Patria me llama.”

Así dice aquel valiente
Llora, suspira, se inclina,
Y a su preciosa Guarina,
Dio un beso en la tersa frente.

Beso de amor, beso ardiente,
Sublime, sonoro y blando.
Y ella con otro pagando
De su amante la terneza,
Alzó la negra cabeza
Y le dijo sollozando:

—“ Vete, pues, noble cacique,
Vete, valiente señor,
Pues no quiero que mi amor
A tu Patria perjudique;
Mas deja que te suplique,
Como humilde esclava ahora,
Que si en vencer no demora
Tu valor, acá te vuelvas,
Porque en estas verdes selvas
Guarina vive y te adora.”

—“ ¡Sí! Volveré, ¡indiana mía!”,
El indio le contestó,
Y otro beso le imprimió
Con dulce melancolía
De ella al punto se desvía.
Marcha en busca de su grey,
Y cedro, palma y jagüey
Repiten en la colina,
El triste adiós de Guarina,
El dulce beso de Hatuey.

A Rufina. Invitación segunda

Con sus aguas fecundantes
Tenemos aquí el octubre
Y ya la tierra se cubre
De bellas flores fragantes.
Los jobos se ven boyantes
En las corrientes del río;
El guajiro en su bohío
Canta con dulcido afán,
Y pronto se acabarán,
Los calores del estío.

Tengo, Rufina, en mi estancia,
Paridas matas de anones,
Cuyos frutos ya pintones
Esparcen dulce fragancia:
Hay piñas en abundancia
Dulces así como tú;
Hay guayabas del Perú
Y mameyes colorados,
Que comeremos sentados
Bajo el alto sabicú.

Tú en mi caballo alazán
Y yo en la yegua tordilla
De la estancia por la orilla
Correremos con afán.
Verás qué verdes están
Los palmares inmediatos,
Contemplarás los boniatos,
Y las cañas bulliciosas
Y en éstas y en otras cosas
Pasaremos bellos ratos.

Pronto verás las orillas
Del arroyo y las barrancas,
Cómo se cubren de blancas
Y fragantes campanillas.
Las ciruelas amarillas
Están madurando ya,
Muy pronto sazonará
La fresca y sabrosa caña,
Y el mijo allá en la montaña
También madurando está.

De tarde recogerás
Los huevos del gallinero
Y mi ordinario sombrero
Lleno a la casa traerás:
Un gallo giro verás
Que pienso poner en traba.
Porque los pollos me acaba
Con su maldita fiereza;
Ven, chinita, que ya empieza
A madurar la guayaba.

Te llevaré a un colmenar
Con cuyos productos medro,
Y que está bajo de un cedro
Al fondo del platanal;
La miel te daré a probar
Si miedosa no te alejas,
Y sobre unas palmas viejas
Alterosas por demás,
A los pitirres verás
Asechando a las abejas.

Si a caminar te sonsaco
Por las riberas del río,
Contemplarás, ángel mío,
Lindas vegas de tabaco.
Allí oyendo el chinchiguaco
Por entre una y otra calle
Tu pulidísimo talle
Sin rival te lucirá,
Y esbelto se mecerá
Como la palma en el valle.

De un ingenio que hay vecino
Te enseñaré los primores,
Los negros trabajadores
Y las pailas y el molino.

De blanco azúcar refino
Verás al sol los tendales,
Y allá en los cañaverales
Has de oír aunque te inquietes,
Fuertes golpes de machete,
Voces de los mayorales.

De un cafetal inmediato
Entre mil bellos objetos,
Los florecidos cafetos
También de enseñarte trato:
Allí descansando un rato
A la fresca sombra de ellos,
Cantaré tus ojos bellos,
Tus encantos soberanos,
Y te estrecharé las manos
Y besaré tus cabellos.

Y en fin, cuando nos cansemos
De tanto correr ufanos,
Cantando versos cubanos
A mi estancia volveremos.
Allí mil cosas haremos
Que quedarán inter—nos
Y descansando los dos
Sobre rústicos asientos,
Bendeciremos contentos
A nuestra Patria y a Dios.