Poetas

Poesía de México

Poemas de Juan Díaz Covarrubias

Juan Díaz Covarrubias (Xalapa, Veracruz, 27 de diciembre de 1837 – Tacubaya, Distrito Federal, 11 de abril de 1859) fue un escritor y poeta mexicano de ideología liberal, reconocido como uno de los Mártires de Tacubaya, ejecutados durante la guerra de Reforma.

Hijo del poeta José de Jesús Díaz, hermano del geólogo Francisco Díaz Covarrubias, su hogar era el epicentro de tertulias artísticas. En 1848, la familia se trasladó a la Ciudad de México, donde ingresó al Colegio de Letrán para estudiar Filosofía y Latín. Allí, entabló amistad con Ignacio Manuel Altamirano y el estudiante de leyes Manuel Mateos, hermano de Juan Antonio Mateos. Además, fue discípulo de Ignacio Ramírez.

A pesar de su interés por la literatura, en 1852 comenzó la carrera de medicina. Afiliado al Partido Liberal, publicó en periódicos como El Monitor Republicano y El Siglo Diez y Nueve. Su participación en la batalla de Tacubaya, donde ofreció servicios médicos a las tropas liberales, marcó su destino. La victoria del ejército conservador terminó con su fusilamiento en 1859, junto con su amigo Manuel Mateos, ordenado por el general Miguel Miramón.

Considerado uno de los pioneros de la novela histórica mexicana, perteneció a la corriente del romanticismo. A pesar de su corta vida, dejó un legado literario significativo, incluyendo poemas, cuentos y tres novelas: «Gil Gómez el insurgente o La hija del médico» (1858), «La clase media«, y «El diablo en México» (1860).

Al cumplirse el centenario de su muerte en 1959, la historiadora Clementina Díaz y de Ovando compiló sus Obras completas. La población de San Juan Sugar, en Veracruz, fue bautizada en su honor el 20 de mayo de 1938. Juan Díaz Covarrubias, un mártir y poeta, cuya obra y sacrificio perduran en el alma de México.

A la luna

Quédate, ¡oh luna!, plácida, argentada,
queda con tus encantos, tu luz pura,
yo ocultaré mi vida abandonada
entre las sombras de la noche oscura.

Y si alumbra tu luz, pálida y triste,
a la hermosa que amé sin esperanza,
dila que el llanto que en mis ojos viste,
nadie en el mundo a disipar alcanza.

Ahora, tal vez risueña y afanosa
te contempla al vagar entre las flores,
o a su amante esperando cariñosa
se aduerme en sueños de ilusión y amores.

Yo adoré a esa mujer, pura violeta
que brotó entre la lava de este suelo;
más pura que el ensueño de un poeta,
traslado de los ángeles del cielo.

Dulce suspiro de inocente niño,
ángel de amor que por amor delira,
plácida virgen del primer cariño,
flor que perfuma y perfumando expira.

Contémplala feliz, luna querida
al dulce lazo del placer sujeta,
que yo tranquilo cruzaré la vida
con mi llanto y miseria de poeta.

Dila que su recuerdo en mi memoria
por siempre existirá, solo, profundo,
ya me acaricie un porvenir de gloria
o ya cruce mendigo por el mundo.

Y al dejar de la vida la ribera,
cuando cansado de llorar, sucumba,
alumbra ¡oh luna! por la vez postrera
las olvidadas flores de mi tumba.

Epitafio en la tumba de…

Ayes, suspiros, lágrimas, pasiones,
que al pasar por el mundo sollozando,
mi existencia fugaz fuisteis llenando
de sentidas y amargas decepciones.

Dichas, sonrisas, dulces ilusiones,
horas de amor en que viví soñando,
¡cuan triste realidad estáis mirando
de mi tumba en las lóbregas regiones!…

Adiós tristes memorias de otros días
desvanecidas ya de mi memoria,
alegres, cuanto locas fantasías…

Adiós llanto y tristeza de la gloria,
mis cenizas ajadas y sombrías
espejo son de mi infeliz historia.

FRAGMENTOS

¡Ay del triste que vio desvanecerse
la ilusión que soñaba su esperanza!
iQuiso tocarla y la miró perderse
en las brumas de obscura lontananza!
triste de aquel que en su brillante gloria
juguete vio del fugitivo viento,
y contempla un martirio en su memoria
y un torcedor su mismo pensamiento.
Triste de aquel que vive en el pasado
mirando en su pesar desvanecida
la ilusión del amor, manto gastado
que engalana la momia de la vida.
Triste de aquel que en su marchito seno
sintió llevar el cáliz de la duda,
bebiendo gota a gota ese veneno
que, le dejó la realidad desnuda.
al suave arrullo de la brisa ufana;
de esa que fuera tan brillante un día
ni hojas, siquiera quedarán: mañana. -.
Mas oye, corazón, basta de llanto,
guarda la miel de tu dolor profundo,
que la queja total de tu quebranto
ni la comprende ni la escucha el mundo.
¿No sabes que las quejas que se lanzan
en medio de la noche silenciosa,
nunca otro seno a conmover alcanzan
y se pierden en la aura vagorosa?

Lo sabes, corazón; forja otra historia,
sin las gratas venturas que he sentido,
Yo no quiero esperanzas, ni memoria,
yo no quiero recuerdos, ¡quiero olvido!