Poetas

Poesía de España

Poemas de Juan Ramón Mansilla

Juan Ramón Mansilla Tribaldos. Poeta español. Cuenca, 1964. Es profesor de Historia.

Adicto

Cada día se abre de par en par
igual que una puerta.
Aquel que ya la ha cruzado
clava sus ojos en otros y vuelve
a sentir el milagro y tomar
parte en la vida.
¿Quién diría, al verlo, que ese hombre
duerme mal en la noche y quisiera dormirse
como la tierra reseca tras jornadas de lluvia?
Nadie, entre aquellos que van y los que vienen,
percibe que ese hombre es adicto.
Adicto a imaginarte en su vigilia.
Adicto a tu voz y tus silencios.
Adicto a tu cercanía y tu distancia.
Adicto al cuerpo que acercas o rehuyes.
Adicto a tu dulzor y tu amargura.
Adicto a tu boca y tu saliva.
Adicto a tu sabor, adicto a tu aroma.
Adicto a ti y a ser adicto.
Y a querer que su adicción no tenga cura.

Algo

Algo de ti, aun cambiado, queda conmigo.
Viene con el mar, en el idioma extraño
de personas que desconozco
y sin embargo cada día me rodean,
tras el repetido batir de lo vivo
y el deseo de vivirlo.

Tal vez también algo de mí quede contigo.
Si es así, como un perro que husmea callejones,
podré seguir el rastro y hallarte al final
de estos días, recibir la luz y el brillo
del mundo que llevas contigo,
o al menos sus pecios de materia encantada

Almendras amargas

Viento, viento de nuevo en la tarde de octubre.

Mirando la calle pensaba en la muerte.
La muerte y él. Dos trazos paralelos
que no habrían de cruzarse
ni en el más improbable infinito.

Los fármacos, la fiebre, la tos.
La ventisca, la hojarasca.
Las convulsiones de fuera y las de dentro.

Señales de vida tan ciertas
como el viento en la tarde de octubre
y ese olor a almendras amargas en su alcoba
antes y después de su fallecimiento.

Atardecer

Atardece de nuevo y un día más ciudades diferentes
nos enseñan sucesivos ocasos. Mañana
volveremos a encontrarnos, pero hoy, ¿cómo hablarte
de las horas que vendrán y otra vez no serán nuestras?

Está tendido el horizonte y la penumbra se despliega.
Dentro de poco llegará el momento
en que todo se detiene y cada cual,
por su cuenta, cierra los ojos y muerde los labios.

Con todo, ¿dejaremos que esto sea algo amargo y terrible,
que el resto pierda su dulzura
como un durazno al caer y pudrirse en el suelo?

Asuntos que el atardecer diluye para así llenar su copa
o abrir una segunda luz, un camino, capaz
de orientarnos hacia la irisación de otra mañana.

Cirugía

Recuerdos: la mano que rasuraba su vientre,
la que oponía el éter a su boca,
un rápido sopor, las voces,
los contornos borrándose
Nada después.
Nada. Tres horas que un bisturí
amputó a su vida.
Nada hasta despertar tiritando de frío,
la vía conectada a la vena, alguien
que decía «ya está».
Y el viaje de regreso hasta el cuarto:
el acero del ascensor, un pasadizo interminable,
dibujarse voces y contornos lentamente.
Como otros días la luz en la alcoba,
como tu cuerpo en el lecho,
como las formas, los olores, los recuerdos
de otras, tantas jornadas.

Carpe noctem

Deja en paz el día, no, no lo cojas.
Reniega de la luz que nos falsea,
del tiempo que se desprende la piel
reptando como sierpe contra el tiempo.

Sea la claridad de esta mañana
la irradiación oscura de la noche,
que descienda con la llovizna el recuerdo
como el polvo dorado de una sombra.

Si todo ha de cumplirse, si fugaz
el soplo de la brisa en el instante,
que el instante nos brinde permanencia.

Acaso un dios distinto se conduela
y en el dulce fulgor de la penumbra
otra noche nos dé de contrabando.

Canción de año nuevo

Puedes entrar. He dejado la puerta
abierta, la luz, la calefacción
encendidas. Hay un poco de vino
en la alacena, el café está reciente
por si me demoro y te vence el sueño.

Acaso estés aquí cuando regrese,
arropada en el sofá con mi manta
de viaje, reconfortada, quizá
complacida del mundo en su belleza,
sabiendo que hay una técnica pura
en esta maravilla de estar vivo.

Y si no estás, bendito sea el tiempo
en que estuviste. Sólo he de abrir
los postigos para que fluya el agua
llovida en la memoria. La luz, pronto,
dejará en las paredes una sombra
que llamará en sus labios con tu nombre,
contenta de estar en casa de nuevo.

Conjuro

Que este poema te proteja de la soledad
y te sirva de refugio, incluso contra mí mismo.
Es mi conjuro, aunque la poesía no valga
para alterar las leyes del sentimiento o la materia.

Pero, si durante un solo minuto,
poco más se tarda en leerlo, velase por ti
como una lámpara encendida en la alcoba,
si te diera el calor con que tras un cristal
se mira la nieve en la calle,

entonces por fin la poesía tendrá un sentido,
aunque ya sé que a tu edad
no se cree en los fantasmas,
o se cree demasiado.

Estornudos

Salir al sol, estornudar tres veces.
Que este acto sencillo, tan común,
tan nuestro, repita su mecánica
cada mediodía, casi a las tres,
de este verano que aún, como
nosotros o el verde de la hierba,
o el calor o las rosas,
no se ha cumplido del todo.
Y así, no importa el lugar,
en qué plaza, con qué otra gente,
eso que , bien mirado,
no pasa de ser una alergia,
sea un aviso, el rezo, la llamada
de algo que en el interior
se mueve, agita, se rebela
porque quiere crecer,
porque quiere salir,
porque desea, desea y desea
verdecer con el césped,
abrirse en las rosas,
estallar al calor pleno de julio
en cada julio, en cada enero
y a tu lado.