Poetas

Poesía de España

Poemas de Juan Rejano

Juan Rejano Porras (Puente Genil, Córdoba, 20 de octubre de 1903 – México DF, 4 de julio de 1976) fue un escritor, poeta, periodista y tertuliano español, perteneciente a la generación del 27 que tuvo relevancia en la cultura española y también en la mexicana.

Compensación

Niebla fija, arboleda
de fundidos ramajes,
vegetal nebulosa
que en su vientre guardara
la jubilada imagen
de todo el universo.
Así tu forma vana,
tu firme incertidumbre,
medusa de mil sierpes
flotando en las orillas
donde la nada empieza.

Nos robas, nos ocultas,
te llevas lo soñado,
la sangre y su ceniza
quemada entre delirios,
el esfuerzo, el milagro.
Te llevas y devoras
los soles que se apagan
detrás de cada frente
y luego les das vida
de nuevo en tu regazo,
secreta vida inútil
que a nadie pertenece,
tal si se derramara
sobre un mundo de arena
la estremecida savia
de cada ser creado.

Como una ciudad triste,
como una derribada
ciudad que perdurase
en lo más hondo y yerto
de un mar siempre enlutado,
tu negra fortaleza
se esparce, presentida
en cada sien, por valles
de soledad perpetua.

Por ti dejan de oírse
los himnos matinales
que a plenitud convocan,
y ciegan tus pupilas
los encendidos mármoles
donde el deseo rige;
se arrastran los inviernos,
la espiga se calcina
y los racimos trémulos
en que el amor palpita
se secan como ubres
que la aridez maldice.

Pero por ti podemos
también unir las horas
que bajan al abismo
y suben a lo inmenso.
Por ti, de cada llanto
brota una rosa niña
y del laurel deshecho
un fulgor de esperanzas.

Por ti puede esta llama
que en las entrañas llevo,
crecer o fatigarse,
morir por un momento
para nacer más alta,
sin agotar el ritmo
en que vacila y cree.

—Ven, acércate, llega…
No, no, huye …
Te amo
y te odio, lo mismo
que tú alientas y escondes
el pensamiento mío,
sus ceñidas creaciones
que al fin sólo son tuyas.

Agonía

La noche del olvido
me está esperando, abierta,
quiere acoger mi sombra
como una inmensa tumba.
Su aliento me aproxima
no sé qué enervadora
fragancia y siento el roce
de su aterida forma
cual si el borde de un ala
monstruosa, invisible
pasara desgarrando
la piel de mis sentidos.

No sé cómo evadirme.
No sé si abrir los brazos
y aprisionar en ellos
el mundo fugitivo,
lo que ahora late y crece
corriendo hacia las sombras,
aquello que me brinda
el hálito más tierno
antes de abrirse al polvo.

¿Dejaré que esta presa
deslumbrante se pierda
cual río que agoniza
en las fauces de un túnel?
¿Tendré yo que entregarme,
desnudo como un niño,
a esa corriente impávida
que no deja su orilla?

¡Ay, si esta inalterable
soledad que me ciñe
pudiera ahondar su seno,
ser como negra sima
sin fin donde mi cuerpo
no se saciara nunca!
Entonces, qué relámpago
perpetuo en la memoria,
qué cárcel venturosa
de seres consagrados
para lo eterno mío.
Nada hallaría su término.
Cada imagen sería
como una rosa en sueños
sin crepúsculos fijos.
Cada instante tendría
todo el fluir del tiempo,
tal si un espejo innúmero
multiplicase el mundo.

Pero, mientras se agita
la rebelde arboleda
donde estoy delirando,
la noche del olvido
me espera, me reclama
y yo busco asideros,
desesperado náufrago,
en el torrente humano
que pasa y no me advierte.

Canción segunda

Van cuatro jinetes
por la lejanía.

Largas capas negras,
negras sombras íntimas.

(Si yo me alejara,
¿tú me olvidarías?)

Se oscurece el campo
bajo la llovizna.

Altas sierras negras,
negras las encinas.

(Si estuviera ausente,
¿tú me olvidarías?)

Tañe la campana
de una vieja ermita.

Campanadas negras,
negra despedida.

(Si yo me muriera,
¿tú me olvidarías?)

… Los cuatro jinetes
por el campo oscuro
bajo la llovizna.