Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Juana Rosa Pita

Juana Rosa Pita, nacida en Padrón, Cuba, el 8 de diciembre de 1939, se erige como una figura literaria multifacética: poetisa, escritora, editora y traductora. Su vida, una travesía entre ciudades como Washington, Caracas, Madrid, Nueva Orleans, Miami y Boston, donde actualmente reside, ha tejido un tapiz de experiencias que influyen profundamente en su poesía.

Desde 1989 hasta 1992, se desempeñó como Profesora Visitante en la Universidad de Tulane, dejando huella en el ámbito académico. Reconocida como una de las poetisas más destacadas de la Cuba y América Latina contemporáneas, Juana Rosa Pita, según el fallecido poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, se alza como «una de las voces destacadas de la cultura peregrina de Cuba. Libro tras libro, Juana Rosa Pita ha estado creando un reino misterioso de amor y profecía: una isla de encantamiento donde las palabras restauran todo lo que el odio convirtió en cenizas«.

Su ars poetica, ilustrada en un grano de poesía, revela su filosofía de vida:

«Puede uno contentarse
con poco en la vida
siempre que el poco sea inmenso.»

En 1975, Pita recibió el primer premio de poesía latinoamericana del Instituto de Cultura Hispánica en Málaga, España. A partir de entonces, ha dado vida a más de dos docenas de títulos, consolidando su legado bajo el sello de Ediciones Solar, la editorial itinerante que co-fundó y que, durante diez años, publicó más de 26 libros de poesía escritos por doce autores diferentes.

Su poesía ha trascendido fronteras, siendo estudiada y traducida a siete idiomas, con destacadas apariciones en antologías internacionales. Su trilogía sobre la lucha polaca en el siglo XVII la posiciona como una narradora épica contemporánea.

Juana Rosa Pita, además, ha cultivado una conexión especial con Italia, donde ha sido galardonada con el VIII Premio Pisa Internazionale Ultimo Novecento y el «Culture for Peace» Premio Alghero. Su presencia ha destacado en congresos literarios en Sardinia, Italia, donde su fuerza poética ha resonado como un eco que trasciende las fronteras.

Como editora y prologuista, ha contribuido al resurgimiento de obras notables, incluyendo la segunda edición de «El pan de los muertos» y la primera edición de «Cartas à la carte» de Enrique Labrador Ruiz.

El impacto de Juana Rosa Pita no solo se limita a sus versos, sino que se extiende a través de la traducción, la edición y la música. Sus obras han sido adaptadas en composiciones musicales, testimonio del poder de su poesía.

El reconocimiento a su labor se ha traducido en premios como el ‘Letras de Oro’ del Instituto de Estudios Ibéricos en Coral Gables y la inclusión de su obra en antologías de alcance internacional. Su legado continúa expandiéndose con la publicación de antologías que recopilan su vasta producción poética, demostrando que la magia de Juana Rosa Pita sigue tejiendo su encanto en las páginas de la literatura contemporánea.

Al lector

A quienes disimulen tus milagros
y se laven el alma:
a quienes siembren lanza entre tus páginas

Hijo nuestro perdónalos
clavados en la cruz de la Palabra
¡no saben lo que nacen!

Antecedentes

Una nostalgia de islas yo tenía:
prisionera del mar
Venecia retenía mi niñez: sus canales
recordaban mis rizos
y rezos solitarios.

Toscana me esperaba
y como siempre ocurre
la vocación de amor tendió los puentes.

Y hoy aquí en la Florida me confirma
el prisionero mar:
a quien vive en Florencia con amor
le sobra isla.

Carta a mi isla

Isla
lejos de ti es cerca del punto
más sensible
de la herida del tiempo:
lejos de ti mi cuerpo elástico
en un lecho de filos
que amenazan al viento
Lejos de ti la sed y el hambre
no se sacian
con halagos de frutas y chorros de agua:
lejos de ti es la soledad concreta
(los que viven en ti sólo conocen
la otra soledad:
esa que tiene siete letras)
isla
lejos de ti es dentro del pozo
vacío de los sueños
Lejos de ti mis manos corren
con avidez
por las carnes de un mundo de poema:
hasta el dolor
hasta el placer
se me desplazan
por un gemido abstracto al borde de la tierra
Isla
lejos de ti mi vida es la ironía
el garabato tierno de un escritor ausente:
una paja
en el ojo simbólico del cielo.

Ciudad de mis ojos

Las campanadas tienen duende
y las fuentes son nómadas.
Los árboles extienden su cultura
con la amistad del hombre
y se hacen confidentes, marineros.

Hablo de la ciudad muy bien mirada
por ti: inventada hasta el colmo.

Aquí se da cobijo a los que se aman
y se desacralizan los relojes.
No hay violencia ni incuria:
un caballo dará paso a un cangrejo
aunque no anide mar el horizonte.

Hablo de la ciudad con mirador
hacia todas las otras.

Conjuro

¿Desde cuándo la lluvia no me daba alegría?
¿Desde qué época lejana de juegos,
carpas blancas y prendas extraviadas?

Hoy durante el desayuno comenzó
a llover más allá de los cristales
y sentí una sonrisa diluirse
en mí al contemplarla.

Tú y yo en la noche, el puerto de La Habana:
el tejido sutil y nebuloso
que anidas en mis labios cautivándolos
será el feliz culpable de que hoy
recobre la belleza de la lluvia.

De la música aplicada

La música es el cuerpo
más cumplido para el aura del hombre
porque el hombre es un cuerpo todo oídos
al que acuden las voces en concierto:
tiene oriente la música
como perla recién amanecida.
Pobre de los que llevan aura
de desierto y el cuerpo repoblado
por tatuajes inmundos:
estar envuelto en música cadente,
sudada a propio ritmo,
es el ansia del sordo de nación.
No se sabe si es piano,
flauta o violín del pensamiento
lo que hace que ladeemos la cabeza
-ternura vencedora-
ignorando si es lluvia, llanto o sueño
la blanca desnudez del horizonte.
Cosechera de estrellas sembradas
en el aire, la música
desciende viejos lotes de azul para
tatuarnos soles
y sobreser cargando como culpas
los parajes hermosos.

Doute

Qué deberá asentarse de mi viaje:
¿la caricia en el aire y los olores
o la inclemencia de los tiempos?
¿el esplendor oriundo del paisaje
o la humana aflicción?
¿la dicha de vibrar en lar nativo
o la fugacidad de esa vivencia?
¿la acogida de mi país en ti
o el ulterior redoble del destierro?

Antes me reconocerían
en Siena, donde acaso nunca esté,
que en la ciudad donde cumplí los veinte
y hago mía por licencia de ensueño.

Celebran mi dicción: no reconocen
mi piel, ni la orfandad que me dio voz
ni el gran rechazo en que forjé mi vida
ni lo inmenso que entiendo por amar.
¿Podré llamar tu suelo mío al fin?

Fuera de la poesía sin confines
¿puedo quedarme, aunque pierda el aire
donde doy la batalla del poema?
Dime si voy a habanecer contigo
como si fuera la Isla todavía
más que quimera, mi país real.
O sólo alcanzo a pregonar su luz,
la vapuleada gracia con que asume
los delirios culpables de sus penas.

¿Habrá concordia entre dolor y gozo?
Si algo se asienta en mí será el deseo
de no tener ya nada que decir:
de ser como sería antes del cisma.
Fatum de soledad que yo no canto:
soledad de alumbrar donde no vivo
soledad de vivir donde no asombras
soledad de arder donde no cuenta.

Dote

Doble el exilio nuestro: de la isla
improbable que alimenta mitos
y de la siempre verde
ciudad soñada en prójima intención
por algún mago etrusco.

Doble la soledad:
ser huérfanos de calles suficientes
con vecinos de mármol (soportales)
y carecer de techo que se preste
al apremiante impulso de una palma
inaugurándole ventana al cielo.

Doble instancia de tierra
convocando a rendición de cuerpos:
a no ser por la música
y el preciso esplendor de este destino
qué doble nuestra muerte.

Destierro ausencia

Yo sólo soy el punto de partida:
el bizantino vuelo
hundido en soledades
o rescatado en beso.
El más leve matiz de una discordia
entre el agua y las islas
me sería fatal
de no existir Florencia y sus almohadas
de magnolias y mármoles.
Y tu ausencia sin quiebra me condena
a la plaza vacía de palomas:
porque tú eres Florencia bebo brumas
desterrada entre mar y columnatas.