Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Jules Laforgue

Jules Laforgue (Montevideo, Uruguay, 16 de agosto de 1860 – París, 20 de agosto de 1887) fue un crítico y poeta simbolista francés. Jules Laforgue nació en Montevideo, Uruguay, en 1860. Su padre, Charles Laforgue, era un exprofesor de letras que pasó a trabajar en el Banco Duplessis de Montevideo, y su madre, Pauline Lacolley (nacida en El Havre), era hija de un comerciante de calzado normando afincado en Uruguay. Jules tenía también ascendencia bretona y se identificaba como un bretón nacido en los trópicos. La familia se traslada pronto de Montevideo a Tarbes, en el sur de Francia, localidad natal del padre.

Jules ingresa en el liceo de esta ciudad en 1869. Después, en 1876, los Laforgue se trasladan a París. Jules estudia en el liceo «Fontanes», fracasando en el bachillerato debido a su gran timidez en los exámenes orales.

En 1879 publica sus primeros poemas en las revistas L´Enfer y La guepe. Conoce a Gustave Kahn y a Charles Henry, y en 1880 al que sería gran amigo suyo, el escritor Paul Bourget, que orientará su carrera literaria.

En 1881 escribe la novela breve Stéphane Vassiliew (solo publicada en 1943). Visita con frecuencia el Louvre y se pasa el día de biblioteca en biblioteca. Sigue los cursos de Hippolyte Taine en la escuela de Bellas Artes. Es nombrado lector de francés de la emperatriz de Alemania, Augusta, esposa de Guillermo I. Viaja a Coblenza y Berlín. En 1882 sigue a la emperatriz por toda Alemania. Escribe artículos en diversas revistas. Comienza a escribir los primeros poemas de Les complaintes / Los lamentos, que publicará a su costa en 1885.

En 1886 viaja a la tierra de Hamlet, Dinamarca, y trabaja en Las flores de buena voluntad (Des fleurs de bonne volonté). Publica el poema dramático Le concile feérique. Contrae matrimonio con la inglesa Leah Lee en Londres. El matrimonio se instala en París al año siguiente, 1887. Publica en Le Figaro y en la Revue Independante. El matrimonio atraviesa por graves apuros económicos y el poeta enferma gravemente de tuberculosis. Muere el 20 de agosto, recién cumplidos los 27 años.

PARA EL LIBRO DEL AMOR

Mañana puedo morir y aún no he amado.
Jamás mis labios rozaron unos labios de mujer,
Ninguna me entregó en su mirada el alma,
Ninguna me estrechó contra su extasiado corazón.

Ha sido mi vida un continuo penar, por toda la naturaleza,
Por los seres, por el viento, las flores, el firmamento ,
Sufrir por todos mis nervios, minuciosamente,
Sufrir por no tener un alma aún lo bastante pura.

¡Desprecié el amor y maté la carne!
¡Loco de orgullo, inflexible me mantuve ante la vida!
Y, solo, sobre esa Tierra al Instinto sometida,
Al Instinto desafiaba con amargo rictus.

Por doquier, en los salones, en el teatro en la iglesia,
Antes esos hombres fríos, los más grandes, los más esbeltos,
Y esas mujeres de ojos dulces, celosos y altivos
Cuya alma exquisita redoraríamos castamente,

Pensaba: ¡Mira en lo que ha quedado todo! ¡Escuchaba
Los estertores del inmundo apareamiento de los brutos!
¡Tantas abyecciones para un acceso de tres minutos!
¡Hombres, corrección! ¡Mujeres, seguid con vuestras zalamerías!

RELAMPAGO DE ABISMO

Me hallaba en una torre en medio de los astros.

Un vértigo, de pronto. ¡En un rayo, sin velos,
Escrutaba, temblando de pánico, de espanto,
El enigma del Cosmos en todo su estupor!
¿Todo está solo? ¿Dónde estoy? ¿A dónde rueda
El bloque que me arrastra? ¡Puedo morir, partir,
Sin saber nada! ¡Hablad! ¡Oh rabia, el tiempo vuela
Sin vuelta atrás! ¡Parad, parad! ¿Y disfrutar?
¡Pues que todo lo ignoro! Llegó mi hora tal vez:
No sé. Yo me encontraba en la noche, y nací.
¿Por qué? ¿Y el universo? ¿A dónde -va? Que el cura
Es sólo un hombre. Nada sabemos. ¡Dios, asómate,
Testigo eterno, muéstrate! Habla, ¿por qué la vida?
Todo calla. El espacio no tiene alma. ¡Esperad!
¡No quiero morir, astros! ¡Soy una inteligencia!
¡Ah, volver a ser nada irremediablemente!

A UN CRANEO QUE HABÍA PERDIDO SU MANDIBULA INFERIOR

¡Hermano! -¿Dónde vivías? ¿En qué siglo? ¿Cómo?
¿Qué vivió el cerebro alojado en esta caja?
¿El infinito? ¿La locura? ¿O el limitado pensamiento
Que permite al hombre pasar y morir sin asombro alguno?

Casi todo el mundo, cierto es, fatalmente sigue todo,
Sin soñar más allí del círculo que explota.
El tan conocido y recto sendero del instinto,
También lo seguiste tú – hasta el postrer instante.

¡Ah, ese instante lo es todo!¡Es la hora solemne
En que, en un supremo y despavorido salto, partiste
Maravillados tus ojos de lejanos paraísos!

¡Oh! Tu vida es bien poco, ¡Ve! ¡Por muy negra que fuera!
Hermano, creíste ascender al eterno festín
y ¿quiéN puede despertar tus traicionados átomos?

OTRA ENDECHA DE LORD PIERROT

¡La que debe ponerme al tanto de la Mujer!
Primero le diremos, con mi aire menos frío:
“La suma de los ángulos de un triángulo, alma mía,
“Es igual a dos rectos.”

Y si le sale el grito: “¡Dios de Dios! ¡cómo te amo!
—”Dios va a reconocer a los suyos.” O picada en lo más vivo:
—”Mis teclas tienen corazón, serás mi único tema.”
Yo: “Todo es relativo.”

Y con sus ojos todos, ¡vamos! sintiéndose de más banal:
“¡Ah! tú no me amas; tantos otros tienen celos!”
Yo, con una mirada que se embala al Inconsciente:
“Gracias, no está mal; ¿y usted?”

—”¡Juguemos al más fiel!” —”¡Para qué, Naturaleza!”
“¡A que el que pierde gana!” Vamos, otra canción:
—”¡Ah! tú vas a cansarte primero, estoy segura…”
—”Después de usted, por favor.”

Si, en fin, por una noche, ella muere en mis libros,
Dulce; fingiendo no creerles ya a mis ojos,
Tendré un: “Ah bien, pero, teníamos De Qué vivir!”
“¿Entonces era en serio?”

RESIGNACIÓN

Como necio parásito de un planeta oscuro,
en la infinidad sonora de clamores eternos,
aquí, lugar cualquiera, he nacido y vivo,
y sólo es mi deseo que se sepa y se detenga todo.
Que por un grito perdido en la tormenta
los océanos callen de pronto el aullido de sus olas,
que por traer flores a mi tumba
los soles en masa dejen su Verbena.
¡Pobre corazón ingenuo! Rómpete, no eres nada.
Muchos otros murieron con ansias iguales
y la tierra siguió en su silencio.
Todo es duro, descorazonado, superior a ti.
Sufre, ama, espera siempre y baila
sin nunca exigir ese Porqué universal.

CISTERNA SECA

Cobarde vi cómo el Arte partía, mi último dios;
ya no me estrecha lo Bello con su inmortal delirio,
siento que he perdido, pues con Él echó a volar
el éxtasis que aplaca a veces los viejos deseos.
Treinta siglos de hastío pesan en mi espalda
y concentran sobre mí su llanto y su culpa.
Nuestras manos olvidaron el trabajo que consuela.
No hay día en que no piense, miedoso, en la muerte.
Sordo a la ilusión de las multitudes,
me arrastro abatido hacia parajes lejanos,
todo acabó para mí, nada más espero.
¡Pero lates aún, deshecho corazón pobre!
¡Ah, si como antaño al menos lograra
el llorar que tanto bien hace a los niños!

LAMENTO DE ESTA HERMOSA LUNA

Se oyen Estrellas:
En el regazo
Del patrón
Todos bailamos en corro
En el regazo
Del patrón,
Bailamos todos en corro.

Vamos, señorita Luna,
Desechemos nuestros rencores;
Entrad en la danza y dispondréis de
Un collar de dorados soles.

Dios mío, es muy honesto por su parte,
para una pobre Cenicienta;
Pero me basta con el medallón
Que me regaló mi hermana planeta.

¡Por Dios! vuestra Tierra es simple secuaz
Del pensamiento! Venid a la fiesta;
Con la seguridad de que volveréis la cabeza
A los más excelsos astros.

Gracias, gracias, sólo tengo a mi amiga del alma,
¡Ahora mismo la oigo gemir!

Os equivocáis, ¡es el suspiro
De las químicas universales!

¡Malas lenguas, callaos!
Debo velar. Hatajo de mujerzuelas,
¡Seguid con vuestros picos pardos!

-¡Dejadnos, pues, virtuosa doncella enharinada!
¡Eh, Nuestra Señora de los ebrios,
De los duendes y rateros!
¡Ponedora en celo de los viejos gatos!
¡Cucú!

Salen las estrellas. Silencio y Luna. Se oye:

Bajo el techo
Sin fondo,
Bailamos y bailamos,
Bajo el techo
Sin fondo,
Todos bailamos en corro.

LA ESFINGE

En las estepas del desierto, a la hora en que el apagado cielo
al jaguar adormecido incita a buscar el frescor,
con los ojos en el horizonte mudo, vasto, sin fin,
hundidos hasta los senos en la arena, una esfinge en cuclillas sueña.

A sus pies, sin embargo, muriendo como el oleaje,
un pueblo de hormigas negro y atareado se agita.
vive, ama, va, y luego lentamente pasa
bajo esa mirada sin cesar en el horizonte clavada.

Y ese pueblo ya no existe. El sol escarlata
allá abajo tranquilo se oculta, en un resplandor dorado,
luego, el aliento de la tarde, tibio y delicado,
dispersa esos despojos. La gran esfinge sigue soñando.