Poetas

Poesía de México

Poemas de Justo Sierra Méndez

Justo Sierra Méndez (San Francisco de Campeche, Campeche, 26 de enero de 1848; Madrid, 13 de septiembre de 1912) fue un escritor, historiador, periodista, poeta, político y filósofo mexicano, discípulo de Ignacio Manuel Altamirano. Fue decidido promotor de la fundación de la Universidad Nacional de México, hoy Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se le conoce también como «Maestro de América» por el título que le otorgaron varias universidades de América Latina. Es considerado uno de los personajes más influyentes de la historia moderna de México.

Playera

Baje a la playa la dulce niña,
perlas hermosas le buscaré,
deje que el agua durmiendo ciña
con sus cristales su blanco pie…

Cuando en levante despunte el día
verá las nubes de blanco tul

Venga la niña risueña y pura,
el mar su encanto reflejará
y mientras llega la noche oscura
cosas de amores le contará.

como los cisnes de la bahía –
rizar serenos el cielo azul.

Enlazaremos a las palmeras
la suave hamaca y en su vaivén
las horas tristes irán ligeras
y sueños de oro vendrán también.

Y si la luna sobre las olas
tiende de plata bello cendal,
oirá la niña mis barcarolas
al son del remo que hiende el mar,

mientras la noche prende en sus velos
broches de perlas y de rubí,
y exhalaciones cruzan los cielos
lágrimas de oro sobre el zafir!

El mar velado con tenue bruma
te dará su hálito arrullador,
que bien merece besos de espuma
la concha nácar, nido de amor.

Ya la marea, niña, comienza,
ven que ya sopla tibio terral,
ven y careyes tendrá tu trenza
y tu albo cuello rojo coral.

La dulce niña bajó temblando,
bañó en el agua su blanco pie,
después, cuando ella se fue llorando,
dentro las olas perlas hallé.

Tres cruces

I – Leónidas

Murieron, su deber quedó cumplido;
Mas del paso del bárbaro monarca
Guardaron las Termópilas la marca
Clavando en una cruz al gran vencido.

Cadáver que bien pronto ha repartido
A jirones el viento en la comarca
Y en cuyo pecho roto por la Parca
El águila del Etna hace su nido.

La sangre de Leónidas que gotea
En la urna de bronce de la historia,
A todo pueblo en lucha por su idea

Ungirá con el crisma de la gloria,
Como a Esparta en el día de Platea
Al compás del peal de la victoria.

II – Espartaco

De los buitres festín los gladiadores
Y harto de sangre el legionario, al frente
De las enseñas tórnase impaciente
A Roma, Craso, en pos de sus lictores.

De la matanza envuelto en los vapores
Yace Espartaco de la cruz pendiente;
Y es su can de combate solamente
Testigo de sus últimos dolores.

Sobre aquella pasión callada y tierna
Lenta cae la noche hora tras hora;
Cuando la sombra por el mar se interna

Y el lampo matinallas cimas dora,
La cruz se yergue oscura, pero eterna
En el vago apoteosis de la aurora.

III – Jesús

En la cruz del helénico guerrero
La Patria , santo amor, nos ilumina;
La libertad albea matutina
Del tracio esclavo en el suplicio fiero.

Uno hay mayor del Gólgota el madero;
Porque en el ser de paz que allí se inclina
El alma en sus anhelos se adivina
Que está crucificado en el hombre entero.

De esas tres hostias de una gran creencia,
Sólo Jesús resucitó y alcanza
Culto en la cruz, señal de su existencia.

Es que nos ha dejado su enseñanza,
Un mundo de dolor en la conciencia
Y en el cielo una sombra de esperanza.

Funeral bucólico

I

Su esfera de cristal la luna apaga
En la pálida niebla de la aurora
Y la brisa del mar fresca y sonora
Entre los pinos de la costa vaga.

Aquí murió de amor en hora aciaga
Mirtilo, y Bala su rebaño; llora
La primavera y le tributa Flora
Rústico incienso cuyo olor embriaga.

Allí la pira está; doliente y grave
Danza emprenden en torno los pastores
Coronados de cipo y de verbena;

La selva plañe con murmullo suave
Y yace, de Mirtilo entre las flores,
Oliendo a mil aún la dulce avena.

II

Mas llegan los pastores en bandadas
Al reír la mañana en el Oriente;
Mezclan su voz al cántico doliente
Y se abren las violas perfumadas.

Ya se tornan guirnaldas animadas
Las danzas; ya las mueve ritmo ardiente
Al que hacen coro en la vecina fuente
Faunos lascivos y risueños driadas.

Vibra Febo su dardo de diamante;
El baile raudo gira, el seno opreso
De las pastoras rompe en delirante

Grito de amor que llena el aire en ceso.
Mirtilo, el boquirrubio, en ese instante
Vuelto habría a la vida con un beso.

III

Unese a los sollozos convulsivos
De los abiertos labios, el sonoro
Choque, ya recogen el caliente lloro
Las rojas bocas en los ojos vivos.

¡Homenaje a Mirtilo! ¿Cómo esquivos
podrían ser sus manes a ese coro?
Al soplo del amor y en barca de oro
Su alma huía los cármenes nativos.

Las tazas nuevas en que hierve pura
La leche vierten del redondo seno
A torrentes su nítida blancura.

Sobre el fúnebre altar de aromas lleno
El fuego borda al fin la pira oscura
Y asciende el sol en el zafir sereno.

IV

Crece la hoguera, muerde con enojo
Las ramas cuya esencia bebe el viento
Y el baile muere al exhalar su aliento
La última llama en el postrer abrojo.

En un vaso de arcilla negro y rojo,
Recogen las cenizas al momento
Los pastores y en tosco monumento
Guardan píos el mísero despojo.

Duerme Mirtilo; floresta Umbría
Que en tu sepulcro abandonado vierte
Su inefable y serena poesía,

No olvidará tu dolorosa suerte:
Ni de tu amor la efímera elegía,
Ni tus bodas eternas con la muerte.