Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Kimany Ramos

Kimany Ramos es un destacado poeta cubano nacido en 1977 en Guayos, una localidad de la provincia de Sancti Spíritus. Desde temprana edad, mostró un gran interés por la literatura y comenzó a plasmar sus visiones del mundo, su sensibilidad y su compromiso social a través de poemas. Sus obras han sido ampliamente reconocidas, tanto en Cuba como en el extranjero, y han sido publicadas en diversas revistas y antologías, cosechando numerosos premios nacionales e internacionales. Entre estos reconocimientos, se destacan los prestigiosos Premios Nacionales de Poesía «Regino Pedroso» y «Mono Rosa» obtenidos en 2007 por sus obras «En la sorda realidad de los muertos» y «Los dioses secretos», respectivamente.

La poesía de Kimany Ramos se caracteriza por su lenguaje cautivador y cuidadoso, en el cual combina imágenes simbólicas, metáforas y referencias culturales. Sus temas abarcan una amplia gama de temáticas, desde reflexiones existenciales y recuerdos personales hasta críticas sociales y solidaridad hacia los oprimidos. Algunos de sus poemas más reconocidos incluyen «Evocación de los ciclos», «El retorno» y «Tu recuerdo».

En la actualidad, Kimany reside en Inglaterra, donde continúa desarrollando su labor creativa y difundiendo su obra a través de diversos medios. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran los libros «Evocación de los ciclos» (2013), «Al sur de tu sonrisa» (2016) y la antología «El árbol en la cumbre. Nuevos poetas cubanos en la puerta del milenio» (2015), que reúne a once destacados autores de su generación.

EVOCACIÓN DE LOS CICLOS

Cuando el dolor se oculte bajo
la faz de las pequeñas cosas,
y la vida resurja como una gota de agua
que cayó ya hace cien años
sobre este sitio…
Y tú,
precisamente te encontrabas aquí,
absorbida en el hallazgo
de tus posibles caminos,
deseando morir de vieja en tu dicha.
Esa sola gota de agua
humedeció tu frente
y todo lo que amaste aquella tarde,
hace ya tanto
estremeció la magnitud de tu silencio.
Una rana azul se zambulló en las aguas,
y creíste merecer la primavera
y la belleza de tu humana soledad herida.
Pero los pasos se alejaron
sin saber por qué;
sólo dijiste adiós.
No comprendiste la brevedad del tiempo
ni la luz
que flota en las grandes cumbres,
aunque después se apaguen.
Ah, no supiste entregar tus ojos
para alcanzarlo todo.
La vida se te fue volviendo más difusa
y la gota de agua
era un río inalcanzable
sobre la memoria.
Edificaste sobre los muros del vacío.
Crecieron las garbas bajo tus pies.
Y eras un árbol nocturno
donde la luna se marchitó
en los confines del sueño.
No tenías más que morir en ti.
Pero los tonos de tu orfandad
fueron superando el tiempo,
y convencida
de que nada regresa,
miraste al cielo
queriendo reconciliarte
con tu agonía
y tu paz.

EL RETORNO

Si aún guardas
mi dolor entre y tus manos
Dios proteja tu nombre
y seas
en mis sueños como un ángel.
Si aún conservas
la letra que falta,
el cabello dormido,
Septiembre
con jueves y azul.
El despertar de la lluvia,
el esplendor del tiempo
y sus transparentes soledades.
Los que se alejan
sin voltear la mirada,
el vuelo del ave mientras caen
los dulces cerezos del olvido.
La melodía del mar
la otra calle.
Si aún conservas todas estas cosas
y las paredes rotas de mi vida
y el abrazo silencioso para darnos
que Dios proteja todo en ti
y llore.

TU RECUERDO

Y allí estaba ella
como una hoja
recién caída de un árbol,
dulce y tierna
como única hoja
sin más adornos o palabras
que su sonrisa.
Allí estaba
después de diez años
siglos
mares
estrellas
sueños sin sueños
sin luz.
Como siempre
o como nunca.
No sé si fue la lluvia,
el viento
o esa ave extraña y mítica
que no recuerdo todavía su nombre
pero sé que llega hasta el sol
quien la trajo de nuevo aquí,
a la frialdad de esta puerta,
a la soledad de estas paredes,
al vació de sus zapatos,
a la ausencia de su olvido.
Allí estábamos solo los dos
con las demás cosas
que le faltan a este mundo.
Ella con ella
yo con ella y sin mí.
Reinventando en el silencio
cada palabra que deje de escuchar
y vi volar gorriones
desde el cielo de su boca
y me perdí en las nubes de sus ojos,
quise llorar
pero los hombres no lloran
eso dice papa.
Abrázame
dijo entre suspiros,
y una enorme ola de tierra
se apodero de su cuerpo y el mío.
Fueron doscientos ochenta y seis años
así estuvimos los dos,
ella conmigo
yo con ella y sin mí.
Aprendiendo
que los mejores momentos
no son los que recordamos
sino los que nos enseñan a vivir,
y fue aquel abrazo
la única razón para entenderlo.
Allí estaba ella
como nunca
o como siempre
y fue alejando sus pasos
sin decir adiós
y allí estaba yo
esperando otra vez
volver a verla,
llorando
como lo hacen los hombres
por su recuerdo
que tengo
y no.