Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Libertad Demitrópulos

Libertad Demitrópulos, luminaria de la literatura argentina, nació en el resplandor de Ledesma en 1922. Inspirada por los ecos de su tierra natal, su pluma navegó por las corrientes del tiempo, entrelazando historias de amor, dolor y esperanza.

Su viaje literario comenzó en las aulas, donde enseñó con pasión antes de emprender su propio camino entre las letras. En su obra, tejida con hilos de nostalgia y rebeldía, reflejó las voces silenciadas y los sueños perdidos de su tierra natal.

En su novela «La flor de hierro«, yuxtapuso la fragilidad humana con la fortaleza de la naturaleza, mientras que en «Río de las congojas«, navegó por los afluentes de la melancolía y el deseo. Su compromiso con la causa peronista resonó en su vida y su obra, dejando una huella imborrable en la historia política y literaria de Argentina.

Recibió el Premio Boris Vian por su obra maestra «Río de las congojas«, un tributo merecido a su talento excepcional. Su legado, como un río caudaloso, fluye a través de las páginas de sus novelas y poemas, recordándonos la fuerza transformadora del arte.

El 19 de julio de 1998, Libertad Demitrópulos partió, dejando atrás un legado inmortal. Su voz sigue resonando en los corazones de quienes buscan la verdad en las palabras y la belleza en la lucha.

Cada vez que te amo

Cada vez que te amo me suceden las cosas
más tristes, me aprisionan de lejos,
me golpean a espaldas, veo mariposas.

Cada vez que cumplo con mi sangre en morir
estoy sin perros, paseándome en espejos.
No puedo consolarme ni dejar de sufrir.

Cuando no te amo y ya me he muerto,
me siento alegre porque me has dejado
crecer de noche y en lo descubierto.

Grito cuando te olvido, sin embargo.
Soy un caballo en pelo y desbocado.
Yo me persigo en un bosque largo.

Bailarina de Delfos

Me alejo de mi corazón
y de pronto la alegría me deja sorda.
Corro ciega, hechizada por el cuerpo,
en un empuje del alma
y los mirlos de mis ojos
arden con un olor de ébano.
Así como si en Siria o en el Líbano,
o en la roja Delfos, el sol se estremeciera,
es el clamor de mi sangre negra.
Quiero gritar, irme volando,
retenerme en mi espíritu,
amarme como nunca, asesinarme.
Y me agita la música
sin mi mortal corazón,
en medio de toda la tristeza.
¡Con qué pasión el movimiento
me contiene sin el tiempo!
Mas la tristeza
es siempre la nota más profunda,
aunque mi locura de alegría
ruede en el desorden de mi alma
y me aniquile
como una música.
Yo conozco otra tarde en este cuerpo,
otra tristeza más muerta.

CUADRO DE LA MUERTE

En medio de la noche estoy soñando
que yo me cuento un sueño en el que he muerto:
me veo en tres espacios y me vierto
en cuerpos sucesivos, transitando.

Allá, mi cuerpo azul, amarillando,
tiembla en la luz del sueño, como abierto.
Me da miedo de verme y lo despierto
con este triste cuerpo, sollozando.

Más allá, mi terrible cuerpo muerto
parece un perro loco delirando,
una siesta de pascua y aguacero.

Llueve blanco y estoy en un desierto.
Aún no está dios, ni hasta quién sabe cuándo.
Soy un monstruo y me silba un chalchalero.