Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Luis Felipe Contardo

Luis Felipe Contardo (Molina, 1880 – Chillán, 1922) fue un sacerdote católico y escritor de poemas religiosos. Estudió Teología en la Universidad Pontificia Gregoriana hasta 1902. Después de ser ordenado sacerdote realizó una gira por Europa, Medio Oriente y los Estados Unidos. A su vuelta a Chile dirigió los periódicos «El País» y «La Unión» de Concepción y se desempeñó como profesor en el Seminario de esa ciudad. En 1917 se convirtió en Párroco de Chillán y en 1921 fue nombrado Gobernador Eclesiástico interino de la provincia de Ñuble, hasta su muerte al año siguiente. Hoy en día sus poemas más importantes todavía se publican regularmente en antologías.

Beso divino

Fue al pie de unas palmera. Las turbas silenciosas,
que no sienten fatigas, olvidadas del pan,
escuchan de los labios de Jesús altas cosas
y ante el hondo misterio pensativas están.

Unos niños levantan sus caritas de rosas;
de los ojos divinos les atrae el imán;
acercasen quisieran, mas las manos rugosas
de los viejos apóstoles se oponen a su afán.

Y Jesús dijo entonces: «¡Dejadles!, son los dueños
del cielo de mi Padre todos estos pequeños,
dejadles que a Mí vengan, e imitad su candor

si queréis formar parte de mi reino bendito!»
En seguida inclinose hasta el más pequeñito
y lo besó lo mismo que se besa una flor.

La vida en flor

Lo mismo que una gárrula bandada
de pajarillos que ensayaron vuelos
en el jardín la turba alborozada
se agita, de los rubios pequeñuelos.

Es en la primavera, y la alborada
dejó rocío en cada flor. Sin velos
la gracia de la tierra, desplegada
está bajo la gloria de los cielos.

Y al ver que las caritas luminosas
asoman su alegría y su belleza,
botoncitos de rosa entre las rosas.

Me parece que el mundo ha florecido
y el corazón, que a fatigarse empieza,
se me llena de cantos, como un nido.

Vespertina

Fue así, clara y azul, la tarde aquella.
Tardes, en que del mundo en el santuario,
Cada lirio silvestre es incensario,
Y lámpara de oro cada estrella.

Con rumores de mística querella,
Flotaba sobre el valle solitario
La oración del musgoso campanario
Que entre los techos del lugar descuella.

Murió esa voz. De la montaña bruna,
Bajó una garza con callado vuelo
Al dormido juncal de la laguna

Todo fue paz… y en la infinita calma
Del día agonizante, subió al cielo
Como el aroma de una flor, su alma.

***

Por la tierra estos cantos, como alondras del día
o campanas del angelus, vierten su melodía.
Que vayan repitiendo el eco vagabundo
de los hondos latidos de la vida y el mundo.
Que dejen en el viento, clara y trémula huella,
un rumor de plegaria y un resplandor de estrella.
Que en la tarde tranquila o que la noche en calma,
si su música pasa arrullando algún alma.
La haga mirar al cielo y pensar, conmovida:
-¡Hay belleza en el mundo y hay dulzura en la vida!

***

El último lucero aún encendido
está cuando hoy he abierto la ventana,
y la aurora, de súbito ha invadido
la quietud de mi celda franciscana.
La pequeña terraza toda llena
de maceteros y rocío, nada
en la luz matinal. Una azucena
levanta su blancura perfumada
cerca de mí. Pasa en el viento un blando
roce de alas tendidas y de vuelos.
Y yo, inmóvil y absorto, estoy mirando
la belleza del mar y de los cielos.
Junto con el rumor de la marea
sube el trémulo son de una campana;
las voces del Océano y la aldea,
que rezan la oración de la mañana.
Y esas voces se alejan misteriosas
y van a naufragar en el profundo
silencio de los seres y las cosas;
y una mística paz envuelve al mundo.
Me exalta la dulzura que se encierra
en el milagro de la luz que avanza,
y canto: ¡Hermano Sol y hermana Tierra,
digamos al Señor toda alabanza!