Poesía de España
Poemas de Luis Rius Azcoitia
Luis Rius Azcoitia. Poeta mexicano-español. Poeta y ensayista. Nació en Tarancón, España, el 1 de noviembre de 1930; murió en la Ciudad de México, el 10 de enero de 1984. Radicó en México desde 1939. Estudió la maestría y el doctorado en Letras Modernas en la ffyl de la unam.
Federico García Lorca
A lo oscuro corrías
de los bosques, huyendo.
Se llevaba tu sombra la mañana
herida por el fuego,
y a tu voz la arrojaban
en un pozo profundamente negro.
¿Dónde podías ir tú sin voz ni sombra?
¿Dónde esconder la muerte de tu cuerpo?
a lo oscuro corrías
de los bosques, huyendo.
Era río tu voz de velas blancas,
rojos peces y azules marineros;
su verde transparencia
no correrá ya al mar. Un limo espeso
la ahoga y aguas muertas
cubren su silencioso yacimiento.
Descansa, pues, ahora
que duermes ya el descarnado sueño
y no te duele el corazón. Descansa
del terror de las balas en tu cuerpo.
Con tus ojos, ya estrellas
abiertas en el cielo
de tu paz, nos verás
regresar al lugar donde estás muerto,
y en el foso en que ahogaron tu voz arrojar flores
hasta cubrir el limo negro
de luces y de aromas,
y hacer de tu morada un claro huerto
donde lleguen abejas
a buscar miel, y mágicos insectos
vuelen enamorados
llenando de rumores tu silencio,
eternamente.
León Felipe en sus 75 años
Vedlo otra vez aquí.
De su vieja piel brotan
absurdamente flores
en salvaje melena enmarañadas:
recientes, frescas, olorosas flores
(así Elvira Gascón lo ha dibujado).
Y de la cueva honda de su boca
a veces una voz terrible sale
clamando; voz oscura
que, inesperadamente traicionada,
al aire se transforma
en un tierno, armonioso,
inexplicable canto.
El león viejo, siempre
caminando sin tregua, solo, acecha
en torno a sí, de día;
de noche, cara al cielo.
Errante majestad, centro moviente,
inestable, de un mundo
cambiante como él, sin equilibrio.
Quisiera descansar un poco; tienen
sus fauces la nostalgia
de un enorme bostezo. Pero siente
que una larga mirada lo vigila.
Por eso se revuelve,
se irrita, increpa, llora,
suplica.
Ruge amenazador a las estrellas
clavadas en la rueda de la noche,
buscando al ojo inmóvil entre ellas
—única estrella fija—
sin esperanza de encontrarlo nunca
en ese sinfín de astros sin sentido.
Él sabe que está ahí. Aguda siente
su mirada punzándole la piel,
mojándole de helada claridad
la florida melena embravecida.
Y escudriña la noche
y cuenta estrellas (antes,
piedras había contado)
e impotente blasfema
por fin para incitar
a Dios a revelarse.
Él no sabe si le lanzaría entonces
un zarpazo rabioso
para dejarlo ciego,
o si bajo la lluvia
de su luz se echaría
adorándola humilde
a cobijar su sueño ya logrado.
Ya ha caminado mucho el león viejo.
Le ha dado varias vueltas
al mundo, por eriales,
por selvas, por la guerra, por la paz,
por las noches y por días,
sin descubrirlo; orando, sin hacerse
oír de Él, sin conmoverlo nunca.
Y ahora vedlo otra vez
pasar junto a nosotros;
nosotros, que sentimos
cómo su voz que clama
en la noche, terrible,
en nuestro pecho queda absurdamente
resonando tan dulce
como la voz de un pájaro o de un niño.
Canción de amor y sombra
Quiero sembrarme en ti. No me conformo
con tu piel, ni con tu risa, con tu aliento.
No me bastan tus ojos y tus labios.
Tu sangre quiero.
Tenderte junto a mí,
desmadejar tu pelo
sobre el césped, sentirlo embravecido
como el torrente negro.
Deslizar mi silencio por tu lengua.
Beber de ti en tus pechos.
Surcarte libre, único, infinito,
como el barco en el mar y el pájaro en el cielo.
Enamorar tu entraña con mi entraña.
Herir de paz tu cuerpo.
Yo callo triste, tú besas mis manos,
mientras gime de amor mi pensamiento.
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