Poetas

Poesía de España

Poemas de Lupercio Leonardo de Argensola

Lupercio Leonardo de Argensola (Barbastro, Huesca, 14 de diciembre de 1559 – Nápoles, 2 de marzo de 1613), figura señera del Siglo de Oro español, se erige como poeta, historiador y dramaturgo. Nacido en el seno de una familia ilustre, su impronta clasicista y su contribución al teatro renacentista lo distinguen en la rica constelación literaria de la época.

Cursó estudios en Huesca y Zaragoza, donde absorbió conocimientos de Filosofía, Jurisprudencia, Retórica e Historia, moldeando su mente polifacética. Bajo el seudónimo «Bárbaro«, participó en academias poéticas en Madrid, adoptando la máscara poética de Mariana Bárbara de Albión, con quien contrajo matrimonio en 1587.

En Madrid, ocupó cargos públicos y la secretaría de figuras prominentes, demostrando su versatilidad. En 1599, ascendió a Cronista mayor del Reino de Aragón, trascendiendo como historiador. Después de la muerte de la emperatriz María de Austria en 1603, se retiró a su quinta en Monzalbarba.

En la última etapa de su vida, en Nápoles como secretario del conde de Lemos, Lupercio participó activamente en la Academia de los Ociosos. Sin embargo, una enfermedad repentina truncó su existencia en 1613.

Su legado literario se extiende desde la lírica clasicista hasta el teatro moralizante. Las tragedias «Isabela» y «Alejandra«, pioneras en el teatro clásico español, destacan entre sus obras. Su hijo, Gabriel, rescató sus escritos en «Rimas«, revelando la riqueza de su poesía, influenciada por los clásicos Horacio y Marcial.

Lupercio Leonardo de Argensola, el «Bárbaro» renacentista, fusionó erudición, moralidad y maestría poética en un legado que ilumina la literatura española del Siglo de Oro.

No fueron tus divinos ojos

No fueron tus divinos ojos, Ana,
los que al yugo amoroso me han rendido;
ni los rosados labios, dulce nido
del ciego niño, donde néctar mana;

ni las mejillas de color de grana;
ni el cabello, que al oro es preferido;
ni las manos, que a tantos han vencido;
ni la voz, que está en duda si es humana.

Tu alma, que en todas tus obras se trasluce,
es la que sujetar pudo la mía,
porque fuese inmortal su cautiverio.

Así todo lo dicho se reduce
a solo su poder, porque tenía
por ella cada cual su ministerio.

AL SUEÑO

Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo sólo de mi adversa suerte.

Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho,
haz que temblando con sudor despierte.

El uno vea el popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo el hierro oculto.

El otro sus riquezas, descubiertas
con llave falsa o con violento insulto,
y déjale al amor sus glorias ciertas.

Dentro quiero vivir de mi fortuna

Dentro quiero vivir de mi fortuna
y huir los grandes nombres que derrama
con estatuas y títulos la Fama
por el cóncavo cerco de la luna.

Si con ellos no tengo cosa alguna
común de las que el vulgo sigue y ama,
bástame ver común la postrer cama,
del modo que lo fue la primer cuna.

Y entre estos dos umbrales de la vida,
distantes un espacio tan estrecho,
que en la entrada comienza la salida,

¿qué más aplauso quiero, o más provecho,
que ver mi fe de Filis admitida
y estar yo de la suya satisfecho?

Esos cabellos en tu frente enjertos

Esos cabellos en tu frente enjertos
(por más que disimules y los rices)
en otros cuerpos dejan las raíces,
y por ventura en otros cuerpos muertos.

¿Por qué pueblas, o Gala, los desiertos
de la Libia? ¿Por qué con tus barnices
ofendes nuestros ojos y narices,
cual si viesen sepulcros descubiertos?

Que aunque vuelvas a ser la que solías,
no puedes competir con Galatea;
oye, verás si la ventaja es poca:

en ti son años los que en ella días;
está en duda si el tiempo la hará fea,
y está en verdad que nunca la hará loca.

Si quiere Amor que siga sus antojos

Si quiere Amor que siga sus antojos
y a sus hierros de nuevo rinda el cuello;
que por ídolo adore un rostro bello
y que vistan su templo mis despojos,

la flaca luz renueve de mis ojos,
restituya a mi frente su cabello,
a mis labios la rosa y primer vello,
que ya pendiente y yerto es dos manojos.

Y entonces, como sierpe renovada,
a la puerta de Filis inclemente
resistiré a la lluvia y a los vientos.

Mas si no ha de volver la edad pasada,
y todo con la edad es diferente,
¿por qué no lo han de ser mis pensamientos?