Poetas

Poesía de México

Poemas de Macuilxochitzin

Macuilxochitzin, cuyo nombre resuena como un eco en el tiempo, emerge como una figura enigmática en el firmamento de la poesía náhuatl. Nacida en el seno de una tribu probablemente chichimeca, su destino se entrelaza con el de su padre, Tlacaélel, consejero de los tlatoanis mexicas. Poca luz arroja sobre su vida, pero su legado poético perdura como una joya en la historia literaria de México.

A pesar del velo de misterio que envuelve su existencia, algunas piezas del rompecabezas de su vida comienzan a emerger. Nacida en torno al año 1435, su nombre, Macuilxochitzin, evoca la esencia misma de la cosmogonía azteca: «Señora Cinco Flor«. Una conexión profunda con el calendario náhuatl, o quizás un tributo a una deidad del arte y la música, añade un matiz intrigante a su identidad.

Hija de Tlacaélel, Macuilxochitzin creció en el corazón pulsante de Tenochtitlan, la capital del imperio azteca en su apogeo. Su familia, compuesta por doce hermanos de distintas madres, refleja la complejidad y la riqueza cultural de la época. Aunque su infancia y juventud quedan envueltas en las sombras de la historia, su destino se entreteje con los vaivenes de la expansión mexica en Mesoamérica.

La poesía de Macuilxochitzin, impregnada del espíritu guerrero y conquistador de su época, captura los ecos de las batallas y los enfrentamientos liderados por su padre. Aunque solo se conserva un poema atribuido a ella, su voz resuena con fuerza a través de los siglos. «Elevo mis cantos«, comienza su obra, una invitación a danzar en el universo de su imaginación, donde los dioses y los héroes se entrelazan en un eterno ballet de palabras.

A pesar de las incertidumbres que rodean su vida, Macuilxochitzin sigue siendo una inspiración para las generaciones futuras. Su poesía, tejida con hilos de oro en el telar del tiempo, trasciende fronteras y nos transporta a un mundo de belleza y misterio. En el tapiz de la historia literaria de México, su nombre brilla como una estrella, recordándonos la riqueza y la diversidad de nuestra herencia cultural.

Canto de Macuilxochitzin

Elevo mis cantos,
Yo, Macuilxóchitl,
con ellos alegro al “Dador de la Vida”,
¡comience la danza!

¿Adonde de algún modo se existe,
a la casa de Él
se llevan los cantos?
¿O sólo aquí
están vuestras flores?,
¡comience la danza!

El matlatzinca
es tu merecimiento de gentes, señor Itzcóatl:
¡Axayacatzin, tú conquistaste
la ciudad de Tlacotépec!
Allá fueron a hacer giros tus flores,
tus mariposas.
Con ésto has causado alegría.
El matlatzinca
está en Toluca, en Tlacotépec.

Lentamente hace ofrenda
de flores y plumas
al “Dador de la Vida”.
Pone los escudos de las águilas
en los brazos de los hombres,
allá donde arde la guerra,
en el interior de la llanura.
Como nuestros cantos,
como nuestras flores,
así, tú, el guerrero de cabeza rapada,
das alegría al “Dador de la Vida”.
Las flores del águila
quedan en tus manos,
señor Axayácatl.
Con flores divinas,
con flores de guerra
queda cubierto,
con ellas se embriaga
el que está a nuestro lado.

Sobre nosotros se abren
las flores de guerra,
en Ehcatépec, en México,
con ellas se embriaga el que está a nuestro lado.
Se han mostrado atrevidos
los príncipes,
los de Acolhuacan,
vosotros los tecpanecas.
Por todas partes Axayácatl
hizo conquistas,
en Matlatzinco, en Malinalco,
en Ocuillan, en Tequaloya, en Xocotitlan.
Por aquí vino a salir.
Allá en Xiquipilco a Axayácatl
lo hirió en la pierna un otomí,
su nombre era Tlílatl.

Se fue éste a buscar a sus mujeres,
Les dijo:
“Preparadle un braguero, una capa,
se los daréis, vosotras que sois valientes.”
Axayácatl exclamó:
“¡Que venga el otomí
que me ha herido en la pierna!”
El otomí tuvo miedo,
dijo:
“¡En verdad me matarán!”
Trajo entonces un grueso madero
y la piel de un venado,
con ésto hizo reverencia a Axayácatl.
Estaba lleno de miedo el otomí.
Pero entonces sus mujeres
por él hicieron súplica a Axayácatl.