Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Manuel de Zequeira

Manuel de Zequeira y Arango (28 de agosto de 1764, La Habana, Cuba – 19 de abril de 1846, La Habana, Cuba) fue un poeta, periodista, militar y funcionario público cubano. Es considerado como el primer poeta cubano. Procedía de familia noble y pudiente. Aprendió las primeras letras en su propio hogar. En 1774 entró en el Seminario de San Carlos, donde estudió historia, literatura y la cultura latina. Allí trabó amistad con el padre Félix Varela y Morales. Como militar, llegó a alcanzar el grado de coronel de infantería. Después de sus correrías militares, vuelve a La Habana, en donde contrae matrimonio con Maria Belen Caro Campuzano-Polanco procediente de una familia prominente de Santo Domingo. Está considerado como el primer poeta cubano, no en el sentido cronológico (honor reservado a Silvestre de Balboa), sino en el simbólico, por su calidad y vocación líricas, y por el conocimiento consciente de su instrumento poético Como poeta, cultivó tanto el soneto como la décima o espinela, un tipo de estrofa muy popular entre sus contemporáneos.​ Su poema La Ronda se considera precursor de muchas tendencias y movimientos literarios posteriores, como es el caso del surrealismo y otras vanguardias del siglo XX. En su faceta periodística, fue el primer director del diario Papel Periódico de La Habana. A principios del siglo XIX, fundó »El Criticón de La Habana», una publicación que en ocasiones solía escribir el propio Zequeira en su integridad. En sus artículos abogó por la literatura como una vía eficiente para la reforma social, haciendo también con su prosa humorística y refinada ironía una crítica de la sociedad de su época. Manuel de Zequeira y Arango falleció en La Habana el 19 de abril de 1846.

El valor

Brame si quiere encapotado el cielo:
Terror infunda el lóbrego nublado
Montes desquicie el Bóreas desatado,
Tiemble y caduque con espanto el suelo:

Con hórrido estallido el negro velo
Júpiter rompa de la nube airado:
Quede el Etna en las ondas sepultado:
Quede el mar convertido en Mongibelo:

La máquina del orbe desunida,
Cumpliendo el vaticinio, y las supremas
Leyes, caiga en cenizas reducida:

Por estas de pavor causas extremas,
Ni por las furias que el tirano
Como temas a Dios, a nada temas.

Letrillas

Si algún galán o mozuelo
Dijere con voz confusa
Que es embustera mi musa,
Que se lo cuente su abuela.

Si el sastre más afamado,
Cuando traza algún vestido,
Asegura que ha cumplido
Con la palabra que ha dado;
Y que siempre que ha cortado,
Para si no guardó tela,
Que se lo cuente a tu abuela.

Si por honrar su espadín
Cita el militar campañas,
Sin mostrar otras hazañas
Que heridas del bisturí:
Y arguye que en San Quintín
Le quitaron una muela,
que se lo cuente a su abuela.

Que quiera el adulador
Sufrir cual lacayo o paje,
Desprecios del personaje
De quien espera un favor
Sin que el alma en su interior
No se abochorne y le duela,
Que se o cuente a su abuela.

Que el avaro nunca asome
En su mesa el rico vino
Por que embriaga, y que el tocino
Le da empacho si lo come,
Y chocolate no tome
Porque hace mal la canela,
Que se lo cuente a su abuela.

Si Laura, que no ha tenido
Titulo, renta, o pensiones
Se presenta en las funciono,
Con el mas rico vestido,
Y jura que su marido
Por vestirla se desvela,
Que se lo cuente a su abuela.

Si porque Nisena ha blanqueado,
Siendo oscura como hollín,
Asegura que el carmín
No es quien la ha vivificado,
Y afirma que no ha zurrado
Su cutis como gacela,
Que se lo cuente a, su abuela.

Si alguien de mis tijeretas
Se apropiare algún vestido
Para salir a la moda,
Buena suerte le ha cabido.

Al que indiscreto se casa
Con una niña bonita,
Que gusta de la visita
Cuando el novio no está en casa,
Y siendo la renta escasa
Ostenta un porte lucido,
Buena suerte le ha cabido.

Al que sedujo el honor,
(Que el honor también engaña)
Y ha regado la campana
Con la sangre y el sudor,
Y ve que otro por favor
Logra lo que él no ha podido,
Buena suerte le ha cabido.

Al miserable usurero,
Verdugo de su existencia,
Que ha vivido en penitencia
Por dejarle a su heredero,
Si va a contar su dinero
Y halla el candado rompido.
Buena suerte le ha cabido.

Al que tiene en la justicia
Confiados sus intereses,
Y al cabo de ochenta meses
Sabe por primer noticia,
Que el contrario (sin malicia)
Con oro se ha defendido,
Buena suerte le ha cabido.

AI cazador que anda alerta
En busca de una perdiz,
Si ve que por un desliz
Otro cazador le acierta,
Y advierte que viene muerta
La perdiz que había querido
Buena suerte le ha cabido.

Al que seis horas hablando
Oye en junta los Galenos
De exóticas frases llenos
A las Parcas invocando,
Y sale el pobre temblando
Sin haberlas entendido,
Buena suerte le ha cabido.

Al que ansioso se encomienda
Al peligro de los mares,
Sufriendo diez mil pesares
Por lograr una prebenda,
Y gasta toda su hacienda
Sin haberla conseguido,
Buena suerte le ha cabido.

Al que buscando fortuna
Su edad juvenil pasó
Quedándose como yo
En los cuernos de la luna,
Sin hallar persona alguna
Que lo haya favorecido,
Buena suerte le ha cabido.

Las mujeres aman a los hombres

(solamente por interés)

Verás amigo un burro alivolante,
A un buey tocar la flauta dulcemente,
Correr una tortuga velozmente
Y hacer de volatín un elefante:

En requesones vuelto el mar de Atlante,
Y de Guadiana el agua en aguardiente,
El Ebro, Duero y Tajo con corriente
De generoso vino de Alicante

Verás durante el sol lucir la luna,
Verás de noche el sol claro y entero,
Verás para su rueda la fortuna

estos portentos, sí, verás primero
Que puedas encontrar mujer alguna
Que quiera al hombre falto de dinero.

El banquete

No fue sólo el satírico de Francia
Del banquete importuno fiel testigo
Que a su lira prestó tanta elegancia:

Yo también si me escuchas, Claudio amigo,
Te instruiré de otro lance, cuya escena
Trágica contar puedo por testigo.

Es el caso que ayer Doña Ximena
Celebrar de su esposo Don Sempronio,
Quiso el natal, y un gran banquete ordena.

Por darme de amistad buen testimonio
Entre treinta que fueron, un billete
Me cupo por astucia del demonio.

¡Grande honor para aquel que en su retreta
Por costumbre frugal en apetito,
Más le sacia el silencio que el banquete!

Porque no me imputaron un delito,
Fui puntual, ostentando cortesía
Exterior; pero el alma en gran conflicto.

A tres horas después del mediodía
Principióse el obsequio en cuyo instante
Mi débil vientre estaba en agonía.

¡Caprichosa costumbre, interesante
Para el moderno gusto, que consiste
En dar blando martirio al circunstante!

Con grato aspecto y pensamiento triste
Ocupé mi destino, y a mi lado
Un joven se sentó de garbo y chiste;

Pasar quiero en silencio el delicado
Aseo en las vajillas ¡quién creyera
Que había para un ejercito sobrado!

No fue bambolla el aparato, era
La abundancia efectiva, porque un pozo
De sopa se plantó con su caldera.

No Camacho en Cervantes tan costoso
Dio más a conocer de su rudeza
La probidad en todo generoso.

Como el tal Don Sempronio: nunca mesa
Lucio con tan opípara abundancia,
Nada de Filili, todo grandeza.

Un toro asado vi, cuya distancia
De lugar ocupaba… ¿Claudio Amigo,
Ríes porque te hace disonancia?

Pues vive el rey Clarion, que hablo contigo,
Nadie nos oye, sufre, soy poeta
Y contra todos mi torrente sigo.

No es hipérbole, no, mas si te inquieta
Esta voz sin mudar de consonantes
Escúchame cual ato la historieta.

En desorden común los circunstantes
Con rumor sus asientos ocuparon
A manera de tropas asaltantes.

Aquí, Claudio, mis penas principiaron
Cuando vi de los pajes la gran tropa
Y los varios manjares que acopiaron.

¡Qué pregón! ¡Qué algazara! ¡Vaya sopa,
(Gritaban) tallarines.—macarrones…!
Y en esto un plato con el otro topa.

Sobre mí vi llover los empellones
De un gargantón que a mi siniestra había,
Más voraz que quinientos sabañones.

Con la vista los platos recorría,
Y resollando como inmundo cerdo
Las viandas devoraba y engullía.

A veces como en sómnico recuerdo
Monosílabos sólo contestaba,
en repetir los tragos nada lerdo.

Frente por frente de mi asiento estaba,
Otro extranjero bozalón, que todo
Con mil incultas frases encomiaba.

Allá a su medio idioma y a su modo,
La galina, decía., estar charmante,
Y a cada instante levantaba el codo.

A su diestra, con plácido semblante,
Zoylo estaba mil brindis repitiendo,
Injuriando a Helicona a cada instante.

El estilo jocoso fue exprimiendo
Del barrio del Barquillo la agudeza,
Con chistes de Manolos zahiriendo.

Unas veces hablaba con terneza,
Y otras muchas gritaba atolondrado
Hasta echarse de bruces en la mesa.

Cual si fuese otro Horacio, acalorado
Principió a criticar mi poesía,
Por agradar y parecer letrado.

Encendida en furor la fantasía
Reputaba mis versos por malditos,
Interpretando lo que no entendía:

Una silaba sólo con mil gritos
Corrigióme, sin ver que de su absurdo
Se burlaban los necios y peritos.

Hubo otro tiempo en Argos un palurdo
Que de poeta, sin serlo, presumía
(También hay vanos bajo paño burdo).

Este loco ignorante marchó un día
Presuntuoso y contento al coliseo,
A tiempo que en el teatro nadie había.

Inflamado de ardor Apolineo,
Delirante el palurdo imaginaba,
Los aplausos que quiso su deseo;

Sin escuchar actores se alegraba,
Y figuróse sin haber compuesto,
Que una comedia suya se operaba.

Ya entiendes, Claudio, lo que digo en esto,
Si a ti para advertir las alusiones
Te sobra astucia en lo que ves expuesto:

Volvió, Zoylo, a enhebrar sus maldiciones,
Efectos de su mísero ejercicio,
Queriendo al sacro Pindo dar lecciones.

¡Oh fatal, dije, abominable vicio!
Sólo el médico habla de remedios,
Cada artesano trata de su oficio.

El rústico jamás toca de asedios;
Pero siempre los necios tienen todos,
Para injuriar las musas, torpes medios.

Aquel que ignora los discretos modos
Con que los simples se preparan, sepa
Que en vez de medicinas hará lodos.

Lo mismo aquel que, presumido, trepa
Sin balancín en cuerda, y sin auxilio
El pie se le resbala y le discrepa.

Pues si Zoylo jamás leyó a Lucilio,
Ni comprende las sátiras de Horacio,
¿Qué concepto merece? El de Basilio.

Y con todo en inmundo cartapacio
Se atreve a publicar su critiquilla
Que de verla no ceso, ni me sacio.

Perdona, Claudio, si es que la mancilla
De un parásito vano ha interrumpido
El orden de mi sátira sencilla.

Volvamos al banquete donde, erguido,
Mebio también con tono destemplado
Daba muestra de ser varón leído.

Fabio, que estaba junto a mi sentado,
Reventaba de risa, y muy frecuente
Con su codo tocaba en mi costado.

Yo procuré apretar diente con diente,
Para no prorrumpir la carcajada,
Ni ser de Baco víctima inclemente.

Me contuve pensando en la extremada
Locura de Alejandro entre los vinos,
Hiriendo a Clito con su lanza airada:

Y también recordé los desatinos
Con que Calistenes sufrió la muerte
Porque a sus cultos resistió divinos.

Muy de continuo con acento fuerte
Bomba… bomba… Don Mebio repetía,
Y en cada bomba una botella vierte.

Con voz ronca mil erres prorrumpía,
Y, exhalando sudor su aspecto rojo,
Quitóse el corbatín que le oprimía.

Ya en sus pies vacilaba el cuerpo flojo,
Y aun temía que imitara a Polifemo
Cuando en la triste cueva perdió el ojo.

De crítico adulón, pasó a blasfemo,
Y perdiendo del todo la chaveta
Cada vez deliró con más extremos.

En fin, Mebio con cara de baqueta,
De todos recibió funesto trato,
Terminóse el banquete, y cual saeta
Me aparté por no ver tal mentecato.

El fanfarrón

Sumar la cuenta del total tesoro,
ver si están los talegos bien cabales,
aquí poner los pesos, allí los reales,
y de la plata separar el oro:

advertir cual doblón es más sonoro,
calcular los escudos por quintales,
distribuirlos en filas bien iguales
fundando en esto su mayor decoro:

ver de cerca y de lejos este objeto,
notar si el oro es más subido o claro,
registrar de las onzas el secreto,

y en fin sonarlas con deleite raro;
todo esto es describir en un soneto
la vida miserable del avaro.

El motivo de mis versos

Canta el forzado en su fatal tormento,
Y al son del remo el marinero canta,
Cantando, al sueño el pescador espanta,
Y el cautivo cantando está contento:

Al artesano en su entretenimiento
Le divierte la voz de su garganta;
Canta el herrero que el metal quebranta,
Y canta el desvalido macilento.

El más infortunado entre sus penas
Con la armónica voz mitiga el llanto,
Y el peso de sus bárbaras cadenas;

Pues si el dulce cantar consuela tanto
Al mísero mortal en sus faenas,
Yo por burlar mis desventuras canto.

Contra la guerra

De cóncavos metales disparada,
Sale la muerte envuelta en estampido
Y en torrentes de plomo repartido
Brota el Etna su llama aprisionada.

El espanto, el dolor, la ruina airada,
Al vencedor oprimen y al vencido,
Huye esquivo el reposo apetecido,
Sólo esgrime el valor sangrienta espada:

El hombre contra el hombre se enfurece,
Su propia destrucción forma su historia,
Y de sangre teñido comparece

En el sagrado templo de la gloria
Cese hombre tu furor, tu ambición cese,
Si el destruirte a ti mismo es tu victoria.