Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Manuel Díaz Martínez

Manuel Díaz Martínez, nacido en Santa Clara el 13 de septiembre de 1936, se erige como un ícono literario cubano, cuyo legado trasciende fronteras y se entrelaza con la poesía, el periodismo y la diplomacia. Nacionalizado español y miembro correspondiente de la Real Academia Española, su vida fue una sinfonía de versos y compromisos.

Díaz Martínez, además de su destacada labor como diplomático en Bulgaria, desplegó sus alas literarias como investigador en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba. Su pluma también guió la dirección de publicaciones culturales emblemáticas como Hoy Domingo y La Gaceta de Cuba, demostrando una habilidad única para fusionar la palabra escrita con el pulso de la sociedad.

El poeta, a la par que manifestaba su amor por la palabra, también alzó la voz en busca de la democratización en su país natal, siendo uno de los firmantes de la Declaración de los Intelectuales Cubanos en 1991. Un acto valiente que destaca su compromiso con la libertad y la expresión.

En su exilio, Manuel Díaz Martínez se convirtió en un faro cultural en Las Palmas de Gran Canaria. Allí, desde 1992, dejó una huella imborrable como director de la revista Encuentro de la Cultura Cubana y miembro del consejo editorial de la Revista Hispano-Cubana. Su contribución a la conexión cultural entre España y Cuba resonó como un eco poético en el Atlántico.

El 17 de junio de 2023, el poeta cerró los ojos a los 86 años, pero su legado perdura en catorce libros de poesía y otras obras. Entre ellas, «Solo un leve rasguño en la solapa«, memorias que revelan capítulos de su vida con la misma intensidad que sus versos.

Díaz Martínez, merecido ganador del Premio de Poesía Julián del Casal en 1967, continuó cosechando reconocimientos a lo largo de su carrera. En 1994, las páginas de «Memorias para el invierno» lo hicieron merecedor del Premio Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Su impacto cultural trascendió incluso las fronteras, recibiendo en 2006 la «Medalla La Avellaneda» del Centro Cultural Cubano de Nueva York.

Su legado no se limita a premios y reconocimientos; es un eco poético que resuena en antologías internacionales, con poemas traducidos a más de una decena de idiomas. La pluma de Manuel Díaz Martínez sigue danzando en la imaginación de lectores, manteniendo viva la llama de la poesía cubana en cada rincón del mundo.

¿Quién?

¿Quién habita la casa que habité:
quién toca las maderas que toqué,
quién ve los resplandores que yo vi,
quién vive las penumbras que viví,

quién sueño en la ventana en que soñé,
quién llora en la escalera en que lloré,
quién abre los batientes que yo abri,
quién ríe en el pasillo en que reí,

quién cabalga en los hombros de mi sombra,
quién habla, grita, llama y no me nombra,
quién mis brazos desplaza con sus brazos,

quién llena mi silueta sin saberlo,
quién anda hacia su muerta y, sin quererlo,
ocupa con sus pies mis viejos pasos?

Plegaria

Alabado sea el Señor,
que sabe por qué sucede lo que sucede,
por qué no ocurre lo que no ocurre,
por qué decide lo que decide,
por qué no hace lo que debiera.

Alabado sea el Señor,
que sabe por qué decide lo que no ocurre,
por qué sucede lo que no sabe,
por qué no sabe lo que no hace,
por qué nos debe lo que sucede.

Náufrago

Los sobrevivientes somos
el óxido de los naufragios.

Soy un hangar repleto de horizontes
con las hélices torcidas.

Los náufragos cavamos en la espera
un agujero donde hablar con Dios.

Décima a la muerte de mi padre

Mientras mi padre vivía,
mi ayer era mi presente:
él me servía de puente
con aquella lejanía.
Mirándolo, yo creía
en un tiempo sin pasado.
Mas, tan pronto como se ha ido,
el tiempo ha retrocedido
arrastrando lo que ha sido
adonde va lo olvidado.

Pretérito imperfecto

Treinta años
son una bagatela:
consultar los relojes
de la Torre Spáskaya
y la Roma Termini.

¡Por Dios, da risa
llamarle tiempo
a treinta años
subiendo y bajando
escaleras!

Los incesantes horizontes
y las porfiadas distancias
buscarlos en los trajes raídos
y en los zapatos viejos.

Yo cuento treinta años
que son ahora mismo
teléfonos tachados
en mi impávida agenda.

Iordanka

Era inesperada y hermosa
y la invité a mi mesa.

Fue en Sofía, allá en Sofia,
en un café alemán.

Entonces yo ignoraba
que el azar existe

y no sabe esperar.

Una amiga de ojos tristes

Todos tenemos una amiga
de ojos tristes.
La mía
es una esfinge cuyos ojos
despiertan no sé qué cantidad
de olvidos.

Suelo obsequiarla con miércoles
o jueves
recién cortados
y con breves paseos
por mi historia personal.

Ella responde a mis obsequios
con sonrisas generosas
mientras sus ojos atardecen
en los míos.

Salva de bienvenida

Conocí a Gaetano Odysseus Longo
frente a un crepúsculo del siglo XX
que esperaba mar afuera el permiso para entrar
al puerto de La Habana.
Gaetano Odysseus
Longo, contrabandista de almas,
con pasaporte falso de comerciante en rimas
y fingida indumentaria de guardia vaticano,
había entrado en Cuba con su navío a velas
burlando un guardacostas, un Argos aduanero
y un huracán de cantos de sirenas.
Gaetano
Odysseus Longo me mostró un cofre en que llevaba
su cara mercancía: ¡almas!, almas titilantes,
almas pensativas, almas enérgicas, almas
conturbadas, almas erráticas y vertiginosas,
almas-dagas, almas como lindas canciones,
almas mullidas, almas-lágrimas, almas-amor,
almas como pistolas insomnes…
Gaetano Odysseus Longo,
navegante con matrícula de Trieste —Zeus lo guarde
en la tierra y en la mar—,
introduce clandestinamente almas de diverso calibre
camufladas de palabras
en cuanto puerto encuentra flotando a la deriva.
Que se sepa, no ha traficado jamás con almas muertas
ni le ha vendido nunca un alma al Diablo.
Gaetano Odysseus
Longo, seas bienvenido al puerto de Las Palmas
con tu nuevo cargamento.

El olor de la lavanda

Al pie de un pino, al borde de un barranco,
ante un cerco de cumbres pensativas
como súbita nieve en el verano
quedaron sobre el campo tus cenizas.

Allí estarán mientras la lluvia llega
y con sus frías manos presurosas
las mezcle con la tierra y las convierta
en ramajes y flores y bellotas.

No serás, padre, el príncipe aquitano
cuya torre por siempre fue abolida,
sino, en la soledad de la montaña,

señor de los pinares y los cardos.
Y tu poder será el de las semillas.
Y tu torre, el olor de la lavanda.

Moscas serán zumbando entre la zarza

Permíteme, Manuel, que te pregunte
quién eres. ¿Sabes ya quién es el dueño
de estos ojos que ven pasar las nubes,
de las nubes que dictan estos versos?

¿Y de quién es el sueño que soñaste
una noche a tu cuerpo concedida?
¿Y por qué y para qué muerden tenaces
en el pecho verdades y mentiras?

El barranco al que ruedan los olvidos
—esa sima sin bordes y sin fondo,
de soledades de ceniza helada—

está al final de todos los caminos
y, frente a él, las preguntas que ahora somos
moscas serán zumbando entre la zarza.