Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Manuel J. Castilla

Manuel José Castilla (Cerrillos, 14 de agosto de 1918 – Salta, 19 de julio de 1980), fue un poeta, letrista, escritor y periodista argentino. Fue un escritor cuya raíz folclórica siempre estuvo presente en su obra. Su poesía celebratoria, identificada con el hombre, su tierra natal y la naturaleza, alcanzó su punto más alto en Copajira (1949), donde tiene como protagonistas a mineros de Bolivia y la dura realidad de su labor. La literatura de Castilla tuvo una amplia influencia en toda la literatura del Noroeste argentino y del interior en general, fue él el primero en introducir la poesía social en ese ámbito. Falleció en Salta el 19 de julio de 1980.

El Gozante

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.
El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.
Estoy solo de espaldas transformándome.
En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.
En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.
De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío.
Sé que en este momento, dentro de mí,
nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.
Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.
A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.
De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.
Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.
Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garzas meditabundas
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste
nada y mi alegría.
Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso.

La Pomeña

Eulogia Tapia en La Poma
al aire da su ternura
si pasa sobre la arena
y va pisando la luna.

El trigo que va cortando
madura por su cintura,
mirando flores de alfalfa
sus ojos negros se azulan.

El sauce de tu casa
está llorando
porque te roban, Eulogia
carnavaleando.

La cara se le enharina,
la sombra se le enarena
cantando y desencantando
se le entreveran las penas.

Viene en un caballo blanco
la caja en su mano tiembla
y cuando se hunde en la noche
en una dalia morena.

Esta tierra es hermosa

Esta tierra es hermosa.
Crece sobre mis ojos como una abierta claridad asombrada.
La nombro con las cosas que voy amando y que me duelen;
Montañas pensativas, lunas que se alzan sobre el chaco
Como una boca de horno de pan recién prendido,
Yuchanes de leyenda
En donde duermen indios y ríos esplendentes,
Gauchos envueltos en una gruesa cáscara de silencio
Y bejucos volcando su azulina inocencia.
Todo eso quiero.
Y hablo de contrapuntos encrespados
Y de lo que ellos para virilmente sangrientos
Cuando el vino en la muerte es un adiós morado.

Esta tierra es hermosa.
Déjenme que la alabe desbordado,
Que la vaya cavando
De canto en canto turbio
Y en semilla y semilla demorado.
Ocurre que me pasa que la pienso despacio
Y que empieza a dolerme casi como un recuerdo,
Y sin embargo, triste, la festejo.
Mato los colibríes que la elogian
Como quien apagara los pétalos del aire.
Hondeo como un niño ángeles y campanas
Y cuando así, dolido, la desnudo,
Cuando así la lastimo,
Me crece, ay, una lágrima en la que apenas si me reconozco.

Digo que me le entrego.
Digo que sin saber la voy amando,
Y digo que me vaya perdonando
Y en un perdón y en otro que le pido
Digo que alegremente voy sangrando.

Qué lindo cuando me muera

Qué lindo cuando me muera y vengan mis amigos a mirarme los ojos.
Estaré ya lejano, llenas de un sueño quieto mis pupilas.
Tal vez dentro de esa agua
vayan viendo las cosas que yo he visto y amado:
un lapacho amarillo y otro lapacho blanco
donde miré la tarde endulceserse silenciosa
y a la nieve pensando su copo más hermoso.

Tal vez me miren viendo como nace la flor de la semilla,
su fiesta sola y olvidada;
puede ser que me encuentren solos los cementerios de las cumbres en la Poma,
oyendo cómo suena, reseco en siemprevivas, el olvido en el viento
entre rosas celestes de papel inocente.

Quizás también, junto a mis apagados ademanes,
beban la chicha cuajada en ojos muertos
por donde miran tristes los maíces de América
y por donde mi canto se calienta
y me sale al camino
igual que una bandera colorada y de fiesta en Bolivia.

Quizás dentro los cielos hueros de mis pupilas
hallen una corzuela muriéndose en los montes
como un agua apagada por su propia hermosura
y encuentren unos ciegos cantando, entraña tras entraña,
muertos que se les quedan colgados de sus rezos
igual que una guirnalda de violetas heladas.

Acaso un día, carnavaleando airosos con el vino
llenos de sol y harina y coplas y caballos,
topen un ramo verde de albahaca marchitado
y piensen que yo alegre me coronaba de laureles.

Puede ser que mirándome se vayan por los chacos
y entre arena y arena y más arena se descuelgue la luna
con una garza adentro entre los bobadales del Bermejo.

Quizás entre guitarras las madres amantísimas
sientan las serenatas desvelarlas;
quizás con las palomas del amor se alejen sus mensajes en papeles celestes
deshaciendo en el aire sus huesos delicados.

Quizás todo eso ocurra
cuando junto a mis ojos, grises por el olvido,
estén conmigo dulcemente muertos.

Niño dormido en un mercado

He visto un niño colgado del techo de un mercado
en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.

Dormía en su cuna de lona
entre el chillido verde tierno y hediondo de los monos,
entre ramos de acelgas arrugados,
entre los mágicos y desnudos cuerpos humanos de las zanahorias
junto al hebroso y blanco de las mandiocas

Ahora lo recuerdo
su sueño me quema todavía
con la leche apurada que le daba su madre,
con el pico crepuscular de los tucanes
que lo hubieran tragado como un tamarindo.

El niño era una semilla preñándose en la lluvia
sin saber si iba a ser una flor o una lechuga.

Gente en los sueños

Los sueños tienen gente.
y uno, dormido, es como una casa
que de golpe se llena de personas.

Hay veces que ellas y uno, todos, caminamos y hablamos
y nos oímos apenas como si conversáramos desde lejos.

Uno habla con los amigos muertos.

Y cuando se recuerda
se hunde en un espejo, de espaldas,
las manos llenas de ademanes vacíos.
Y un día brillante queda lejos y solo.