Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Manuel Justo de Rubalcava

Manuel Justo de Rubalcava. Nació en Santiago de Cuba. Asistió la escuela primaria del maestro Escobar. Hizo sus estudios superiores en el Seminario de San Basilio, en Santiago de Cuba. Aquí mismo estudió el latín con un hermano suyo, que era sacerdote. Además de su interés y estudios de la literatura, se interesó en otras artes, como la pintura y la escultura.

Fue militar de profesión. Como miembro del Regimiento de Cantabria, estuvo estacionado en Santo Domingo por algún tiempo. Participó en el asalto a Bayajá. Más tarde, en 1793 pasó a Puerto Rico, en donde residió, como militar. En 1796 regresó a La Habana. Aquí conoció a otro militar y se hizo amigo de él. Era el poeta Manuel de Zequeira y Arango.

Colaboró en varias revistas y periódicos, como El Noticioso. Fue autor de la conocida Silva cubana y, en particular, del largo poema La muerte de Judas. Observamos gran variedad de formas métricas y temas, pero sobresale por sus temas morales y bíblicos, como los noventa y un cantos que componen su La muerte de Judas. Este poema se reprodujo en varios periódicos, como El Diario de la Habana y El Semanario Cubano y en segmentos en libros antológicos.

Quintillas

Halla menguas el amor
Con el trato de los días,
Mas tienen con tu favor
Mis amorosas porfías
Mucho más fuerza y ardor.

Nada o poco se apetece
Aquello que más se goza,
Y en mi contrario se ofrece.
Pues mi pasión amorosa
Con el mucho trato crece.

Hambre de amor, sed voraz
Es la que anima mi pecho,
Pues con esfuerzo tenaz
Gozo y jamás satisfecho
Apetezco más y más.

Es el amor en mí un fuego
Que el espíritu me inflama,
Y me juzgo desde luego
Que es quien conserva su llama
El mismo desasosiego.

No te cause novedad
En mí el delirio mayor,
Que si en otros con verdad
Es virtud suave el amor
En mí es cruel enfermedad.

Letrilla

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Niño y ciego con antojos
Te venera el vulgo lego,
Pero mal puede ser ciego
Quien hiere con muchos ojos.

Visibles son los despojos
De tu arco triunfador,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Te comparan al veneno
Por tu mortal frenesí,
Pero admiro que sin ti
No puede haber nada bueno.

Y pues nadie vive ajeno
De tu piedad o rigor.

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

De homicida cruel te trata
Quien se queja de tu herida,
Pero otros de que das vida,
Cosa impropia del que mata:

Y pues ninguno retrata
Tu carácter vencedor,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Fuego voraz diz que eres,
Publícalo necio el mundo,
Como si fuera infecundo
El autor de los placeres.

Ya reproduzcas los seres
O aniquiles su verdor

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Con sátiras descubiertas
Te llenan de mil apodos,
Y aunque carezcas de modos
Todo cuanto hay lo conciertas.

Y pues agravios despiertas
A la sombra del favor,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Que te figure el villano
Tan humilde como él es,
Y por su loco interés
Atrevido y cortesano,

Lo mismo es para tu mano
El esclavo que el Señor,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Romance

Roselia, con la porfía
Vuelve a encenderse el afecto.
Pues con el trato revive
Aunque lo extinga el desprecio.

Un halago repetido
Causa con raro fomento
Lo que la gota en la piedra,
Lo que en la pólvora el luego.

Continuas satisfacciones
Son al amor dulce cebo,
Como al ave con la liga,
Como al pez con el anzuelo.

Persuasiones amorosas
Rinden el más duro pecho,
Contimás al que lo tiene
Tan de par en par abierto.

No hay fuerzas para la instancia,
Ni para el cariño esfuerzo,
Pues para antiguas discordias
Inventa amor gustos nuevos.

Pronto cederá tu enojo
A los amigos requiebros,
Como el niño a las caricias,
Y como al halago el perro.

Adiós, esperanzas mías,
Que ya me servís de ejemplo,
Como la espuma en el agua
Y como el humo en el viento.

Decidle adiós a Roselia,
Pero que yo no la dejo,
Sino que miro en su olvido
Un desengaño postrero.

Silva cubana

Más suave que la pera
En Cuba es la gratísima Guayaba
Al gusto lisonjera,
Y la que en dulce todo el mundo alaba,
Cuya planta exquisita
Divierte el hambre y aun la sed limita.

El Marañón tragante
Más grato que la guinda si madura,
El color rozagante
¡Oh, Adonis! en lo pálido figura:
Árbol ¡oh, maravilla!
Que echa el fruto después de la semilla.

La Guanábana enorme
Que agobia el tronco con el dulce peso,
Cuya fruta disforme
A los rústicos sirve de embeleso,
Un corazón figura
Y al hombre da vigor con su frescura.

Misterioso el Caimito,
Con los rayos de Cintio reluciente,
En todo su circuito
Morado y verde, el fruto hace patente,
Cuyo tronco lozano
Ofrece en cada hoja un busto a Jano.

La Papaya sabrosa
Al melón en su forma parecida,
Pero más generosa
Para volver la vacilante vida
Al ético achacoso,
Árbol al apetito provechoso.

El célebre Aguacate
Que aborrece al principio el europeo,
Y aunque jamás lo cate
Con el verdor seduce su deseo,
Y halla un fruto exquisito
Si lo mezcla con sal el apetito.

La Jagua sustanciosa
Con el queso cuajado de la leche
Es aun más deliciosa
Que la amarga aceituna en escabeche;
No se prefiere el óleo que difunde
Porque acá la manteca lo confunde.

El Mamey Celebrado
Por ser ambos en la especie, una amarillo
Y el otro colorado,
En el sabor mejor es que el membrillo,
Y en los rigores de la estiva seca
La blanda fruta del Mamón manteca.

El Mamoncillo tierno
A las mujeres y a los niños grato:
Y pasado el invierno
Topo de los frutales el Boniato,
Y el sabroso ciruelo que sin hoja
Amarillo o morado el feto arroja.

Amable mas que el guindo
Y que el árbol precioso de la uva
Es acá el Tamarindo:
Licores admirables saca Cuba
De su fruto precioso, que fermenta,
Al masico mejor que Horacio mienta.

El argos de las frutas
Es el Anón, que a Juno he consagrado,
Fruto tan delicado
Que reina en todas las especies brutas,
De ojos llena su cuerpo granujoso,
Al néctar comparable en lo sabroso.

La Piña, que produce
No Atis en fruta que prodiga el pino,
Que la apetencia induce,
Sino la Piña con sabor divino,
Planta que con dulcísimo decoro
Aforra el gusto con escamas de oro.

El Níspero apiñado
Por la copia del fruto y de la hoja,
En más supremo grado
Que las que el Marzo con crueldad despoja,
Árbol que, madurando, pende y cría
Dulcísimos racimos de ambrosia.

El Coco cuyo tronco
Ruidoso con su verde cabellera,
Aunque encorvado y bronco,
Hace al hombre la vida placentera
Y es su fruto exquisito
Mejor plato a la sed y al apetito.

El Plátano frondoso…
Pero ¡Oh Musa! qué fruto ha dado el orbe
Como aquel prodigioso
Que todo el gremio vegetal absorbe.
Al maná milagroso parecido,
Verde o seco del hombre apetecido.

No te canses ¡Oh Numen!
En alumbrar especies pomonanas,
Pues no tienen resumen
Las del cuerno floral de las Indianas.
Pues a favor producen de Cibeles
Pan las raíces y las canas mieles.

El tabaco

¿A qué vienen teoremas,
Docta tesis, canónicas secciones
Y el despreciable tema
De formar inconexas objeciones
En contra del tabaco….
Mucho más suave que el antiguo Baco?

Nicocio fue el primero
Que en el suelo encontró la yerba indiana,
Y fue del orbe entero
Llamada, en honor suyo, Nicociana.
¿Quién le ve con desprecio
Teniendo en todos general aprecio?

Ilusión del poeta
Es llamarlo balsámico asqueroso,
Cuyo tronco respeta
El hombre en sus faenas
Lo busca como el oro,
Y mucho más lo cuida que el tesoro.

¿En qué producto alguno
Al tabaco excedió la rica Hesperia?
Cosmógrafo ninguno
Escribió tan acérrima materia,
Como el poeta vano
Contra el arbusto del pensil cubano.

¿Para qué sale ahora
Con modernos y antiguos escritores,
Cuya cita indecora
El nombre de tan celebres autores,
Pues sin venir al caso
Impropera las reglas del Parnaso?

Dioscórides solía
Investigar el reino vegetable,
Sólo el cual merecía
Hacerle en sus escritos espectable;
Pero es caso previsto
Citar autores sin haberlos visto

Patólogo el poeta
Debe de ser, si escribe de las plantas,
Y con pluma discreta
Formar concierto de noticias tantas
Lo útil y lo dulce encadenando,
Al lector instruyendo y deleitando.

Si el celebre Abderita
Autor de la Botánica el primero
En su diascoma escrita
No vio la planta que infamó severo.
Fue secreto negocio
Para honor del invento de Nicocio.

Corrió el descubrimiento
Por todos los extremos de la tierra
Como noble alimento
Mejor que todos los que el vicio encierra;
Propágase el cultivo del tabaco,
Y con mucho placer lo riega Baco.

¿Qué bárbaro inocente,
Allá en los montes del nombrado escita,
No perfuma el ambiente
Con el tabaco, y al placer invita?
¿Qué sordo Catadupa
No le compra. le huele, masca y chupa?

Tanto gusta en la Iberia
Como en la segregada Lusitania;
Es de la nueva Hesperia
Planta medicinal que sin insania
Felicita y alegra
Al chino, al turco y a la gente negra.

Y ¿por qué tanto gusta
La planta nicociana?
¿En qué paraje
su blando olor disgusta
Aun después del opíparo potaje?

Sólo en el orbe por ejemplo saco
Al poeta enemigo del tabaco.

Querer impugnar sólo
Lo que en lo general el hombre aprueba
No son cosas de Apolo;
Veneno en la moral es la luz nueva,
Y en el honesto gusto
Invención criminal y error vetusto.

Pero, musa, detente,
Pregúntale a ese docto cancionero,
¿Qué fue el suave Nepente
Que consolaba a Elena en su mal fiero?
¿Qué sino fue el tabaco?
¿Quién fuera, sino tú, divino Baco?

El tabaco divierte
En cualquier lugar al afligido,
El humo espeso de su boca vierte
Ya en círculos, ya en ondas dividido,
Y con blando donaire
Balsama el cuerpo, purifica el aire.

La virtud tiene toda
Que no le pudo dar el sabio Sueco,
Si al mundo le acomoda
¿Por qué declama su contrario hueco?
¿Pretende hacer su estimación malicia
Para seguir de Zoilo en la milicia?

Pero suspense un tanto
¡Musa, lo irascible de tus sones,
Mientras que dulce canto
De Cuba las amenas producciones!
¡Mas no! primero la verdad entona
En honor de la Patria y de Pomona.