Poetas

Poesía de México

Poemas de Marco Antonio Campos

Marco Antonio Campos (México, D.F., 1949) es poeta, narrador, ensayista y traductor de importantísimos poetas como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, AntoninArtaud, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl entre otros. Como expresara Neftalí Coria, en artículo sobre su obra: “En sus libros que van desde Muertos y disfraces, 1974, hasta Viernes en Jerusalén, 2005, su poesía alcanza ya una edad adulta en la patria de nuestras letras mexicanas.

Poseedor de una voz melancólica, su música se sostiene con una gran fuerza lírica que sin duda ya es reconocible. Su prosa, que ha explorado la novela, el cuento, el ensayo, la crónica y, el aforismo, nos advierte la visión de un hombre que revisa su tiempo con la aguda entrega que le ha sido otorgada bajo el suave y diáfano hálito de la poesía. En la última parte de su obra poética, sorprende su invariable y claro camino hacia la sencillez. Su decidido rumbo hacia una nueva transparencia vertebral en la música que sostiene cada uno de sus poemas”. Le han otorgado importantes premios de poesía tanto en México como en España. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile.

Rosas

Las vi a diario, en los meses en flor,
en prados del jardín de aquella iglesia
que atenuaba las calles de Mixcoac,
ventana y pájaro del mundo leve,
nube y árbol para la nube sola,
mientras yo, picoteado fresno,
hacía versos de viajes y de libros,
de jóvenes amores infelices,
y creía que revolución y ética
podían darse la mano y ser bandera.
En el jardín umbrío o en el claustro
del amparo, las rosas eran llama,
hasta que un día, como un adiós perfecto,
la espina verde era la herida abierta.
Flor de luz en balcones provenzales.
Flor de adorno y desmayo petrarquista.
Flor helada en su veste de artificio.
Flor que halaga los versos de Ronsard
donde lozana semeja a la muchacha
que de bella hace faustos los salones,
pero que de no cortarse a tiempo
terminará marchita y recordando
los versos de Ronsard mientras se queja.
Asociaba eso en tardes melancólicas,
bajo los troenos o la adelfa en flor,
en prados del jardín de aquella iglesia
que atenuaba las calles de Mixcoac,
cuando el rayo cortaba en dos la alondra.

La estudiante de 1966

…So sahst du sie im flohen Tanze walten
Die lieblichste del lieblichsten Gestalten.
Goethe, «Elegie von Marienbad»

Tendría mi edad si no fuera por el frío.
Era ligera y sus piernas tocaban los dedos
al solo tocarla. Al erguirse en el patio de abajo,
desde su falda tableada sobre las rodillas,
el mundo comenzaba a parecerse a sus piernas
y las cinco letras de la palabra mundo
se alteraban por las cinco letras de la palabra deseo.
¡Qué cintura, qué música lineal, qué rítmicas
las piernas al salir de clases!
Callada, era callada como un pasillo negro,
y al dejarla dejaba en el corazón
algo como una duda, como culpa o niebla.
Acabó por dolerme en todo el cuerpo
y cada centímetro del cuerpo era de su arco
una flecha atravesada.
¿Cuántas veces desde entonces, cuántas,
ha atravesado el corazón como una flecha,
como una luz que sangra el corazón?
Y cuando pasa eso, cuando la flecha cruza,
cuando la luz sangrienta cruza el corazón
(lo deja en cruz), algo en mí íntimo
protesta y grita por una adolescencia
sin guía y sin objetivo,
por equivocaciones y torpezas del comediante
de la obra, quien actuó de un modo
explicable en esa edad, pero que al evocarla
duele como una pérdida, como un cuento
de noche árabe que la vulgaridad rebaja
burlándose de, exageración o de invención.
Y algo en mí íntimo protesta y grita
por algo que debió ser y sólo fue como
canción de época, como canción que dice
y repite hasta rayar el disco
que ésos fueron los días, que ésos fueron.
Y sangro y me doblo y me arqueo
y la reina permanece y parte,
igual al tren de antaño que verifica el recorrido
pero no sabemos en dónde ni hacia dónde.

La muchacha y el Danubio

Como rama al romperse en el invierno blanco,
corazón lloró a la estrella; triste era el olmo,
y hace muchos años; cuánta fuerza y fiereza
en la adolescencia sin dirección, quién se atrevería
a decir: «Por aquí pasó el vendaval»; Dios creció
las ramas y cortó las hojas para que supiéramos
de la felicidad, si la luz pasa. ¡Ah el Danubio!
Estrella lloraba el corazón. Ella era agua
que sabía a vino; donde llegaba se oía
la luz. Era la estrella en el invierno blanco.
Era blanca y hermosa como el pueblo donde nació.
Ella me queda, me vive en mí, me llama
como un remordimiento.

Mis hermanos se fueron poco a poco

Mis hermanos se fueron poco a poco:
se llevaron la casa, la mujer, la calle al hombro,
el oro más soñado y no la infancia.
¿Qué hacía yo, en tanto, qué diablos dió mi pluma?
Me puse a dibujar en los cuadernos
las mujeres más bellas de la tierra
que sólo lloraban en mis versos.
Mi vida fue en las letras, no en la vida.
Desconfié del amor, de la amistad, de la experiencia;
viví ciego entre idiotas e inocentes.
Mi sueño fue pasto de los perros,
mi ternura una llama como llaga

A falta de la vida la he inventado;
a falta de un padre he sido el hijo;
a falta del hijo soy la ruina.

Declaración de inicio

Cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento
útil de trabajo.
Pablo Neruda (Estocolmo, 1971)

Las páginas no sirven.
La poesía no cambia
sino la forma de una página, la emoción,
una meditación ya tan gastada.
Pero, en concreto, señores, nada cambia.
En concreto, cristianos,
no cambia una cruz a nuevos montes,
no arranca, alemanes,
la vergüenza de un tiempo y de su crisis,
no le quita, marxistas,
el pan de la boca al millonario.
La poesía no hace nada.
Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.

Una farsa sin mensaje

Qué patas, qué escamas, qué desastre.
Rubén Bonifaz Nuño «Albur de amor»

Delgada y tenue como hierba y ola
sus ojos de noche guardaban el misterio,
ya la verdad creía que todos, por su linda cara,
debían aguantarle todo por su linda cara.
Creía ser la reina, pedía ser la reina
-a veces lo logró entre bastidores-,
pero en el teatro o fuera de él
sólo admitía cumplidos
si lo decidía ella misma.
Trasfogaba su cuerpo una tierna dulzura,
solía encender la hoguera al llegar la noche,
pero al vislumbrar los pretendientes
sofocaba el fuego, y apenas si dejaba brasas
para el rey más tarde.
Bella como luna cortada en ferragosto,
bella como luna cortada a media luna,
su mirada guardaba misterios e ímpetu excitante
y anhelaba un reino más vasto que la noche.
Pero la noche más perfecta acaba.
Pero en la comedia más perfecta
hay de pronto contraluz, desliz palmario,
inadvertencia súbita. Una noche azul,
una noche de estrellas veraniega, una noche
de adiós sin golondrinas -sin frío, sin telón firme,
parada la tramoya, el entreacto a ciegas-,
un sandio inoportuno, un memo de esos
que asiste al espectáculo sólo
para aguar fiestas o dárselas de listo,
se levantó de la platea, marchó hacia el escenario,
y se dirigió a la reina sólo para decirle
que ya los pretendientes se habían ido,
y el rey era minúsculo.