Poetas

Poesía de España

Poemas de María Ángeles Maeso

María Ángeles Maeso Arribas, nacida en Valdanzo el 22 de junio de 1955, se erige como una destacada poeta y escritora española, reconocida por su poesía de profundo contenido social. Su trayectoria se ha tejido entre las letras y la docencia, una danza armoniosa entre la palabra escrita y la enseñanza. Graduada en Filología Hispánica, su destreza literaria se amalgama con un compromiso innato por los valores humanos.

Como profesora de Lengua y Literatura en educación secundaria, Maeso ha trascendido las aulas, compartiendo su pasión en talleres, especialmente dedicados a grupos marginados, siendo así una voz que resuena más allá del papel. Su incursión como crítica literaria, colaborando con instituciones como el Instituto Cervantes y medios como Reseña y Diagonal, demuestra su versatilidad y compromiso con el diálogo cultural.

La poesía de Maeso, marcada por un discurso ideológico, se erige como un testamento de su concepción intelectual del mundo circundante. Su obra inédita, «Algunas preguntas para la nieve«, revela una reflexión profunda sobre la capacidad del lenguaje para evitar el aislamiento en un mundo a menudo desquiciante.

Su contribución a la poesía escrita por mujeres no pasó desapercibida, siendo incluida en antologías específicas. La tercera edición de su poemario «Vamos, vemos» en 2017, con traducción al esperanto, destaca la resonancia internacional de su voz poética.

María Ángeles Maeso, además de su incursión en la narrativa, con títulos como «La voz de la Sirena» y «Perro«, ha dejado una huella indeleble en la poesía con obras como «Sin Regreso«, «Trazado de la Periferia» y «Vamos, vemos«, galardonada con el Premio de Poesía León Felipe.

Con su pluma, Maeso sigue pintando el amanecer de la conciencia social. Su más reciente antología, «Pintar el alba«, que abarca desde 1991 hasta 2022, consolida su posición como una voz necesaria en el panorama literario contemporáneo. Su obra trasciende el tiempo, resonando como un eco eterno en la sinfonía de la poesía comprometida.

Como gotas de sangre los frutos de las moreras..

Con qué cara llorar en el teatro
César Vallejo

Como gotas de sangre los frutos de las moreras
pesan
y las doblan hacia el cristal.

Es fruta en sazón oyendo pájaros
que a su vez oye disparos.

¿Es al muestrario de tus decepciones
donde cae un mirlo, blanco o negro,
cada dos o tres minutos?
Esos cortejos de bailarines
al tanto por ciento de un abismo.

¿En uno de cada cuántos brotes
atosiga un presagio de tijeras?
Esas yemas, ignoradas por la escarcha,
nominadas por el pulso eléctrico de los cintos.

Será porque ya ha llegado
el tiempo del orfelinato,
por lo que yo no puedo recordar
sin pértiga de salto a los espejos.

Será por tamaño olvido de almacén
entregado a los cuatro vientos,
por lo que una y otra vez insisto
si tanta destrucción no ha de alcanzarnos.

También me pregunto, cholo cesar,
si a estas alturas, tan repleta el alma
y los cultivos
de minas desperdigadas,
el asombro será lícito.

Como esos lugares de encuentro

Como esos lugares de encuentro
que ves en los aeropuertos,
¿ya eres, sin palomas, sólo-cuerpo-suelo
para que puedan celebrar su cita
la flor y las agujas?

¿Y el resto? ¿Y todo lo que dejabas
para después de la muerte?

Todo lo que daba vueltas,
como ese millón de refugiados
alrededor del lago Tanganika,
¿ya fue tocado,
hundido,
quemado,
descuartizado…?

Sé de una mariposa que, hora tras hora, se endurece…

Sé de una mariposa que, hora tras hora, se endurece
para fijar sus pies
sobre una flor de alambre.
La he visto
arrastrar sobres con radiografía
perseguida por remedios contra la calvicie.

Ya sabréis de alguno de esos sobres,
cuarenta kilos por uno noventa de estatura,
de la mano de su madre.

Yo le oí a ella decirle anoche:
—¿Y qué tal si nos vamos, tú y yo solos,
a las estrellas del campo
y terminamos con un chute a lo bestia?

Ah, la ilusión del fin, cuarzo
en el joyero ahumándose cuando el sobre respondió:
—Ay no mamá que la muerte duele tanto.

Y ahí siguen en lo suyo, ras-ras, fémur contra fémur,
mordiéndome las uñas yo por no terminar aquí,
con el polvo de la tiza acribillada,
en jaula de harina negra.

No es nadie

No es nadie. La plaza está vacía. Los otros, ¿quiénes, viejo, son los
otros?

No es nadie. Es el error metiendo ruido, lima que te lima al otro lado
de la puerta.

Tienes que agarrarte a él, tú que no quieres sólo la verdad,
toda la verdad, la verdad entera.

No es nadie. Es una mañana, cualquier mañana henchida y satisfecha
creyendo que sólo con ser luz a sí misma se basta.

Miente.

No es su nobleza la del cisne

Suaves vendas de marfil y verde hoja
las cortinas.
Ellas también.
Al igual que los jarrones y los libros
cuyo lomo incita a la caricia,
al igual que el abanico abierto en la pared.
También los muebles
y la máscara de paja.

Y hasta los peces del acuario
te saben mirar así,
como si fueran bustos de varones patrios,
estáticos caballos
montados por jinetes de baraja.