Poetas

Poesía de España

Poemas de María de los Reyes Fuentes

María de los Reyes Fuentes Blanco (Sevilla, 15 de febrero de 1927 – Ibidem, 12 de febrero de 2010) fue una poeta española impulsora de la cultura literaria en la ciudad de Sevilla durante la década de los 50 del siglo XX.

Del río

El río es como un brazo de justicia
con su sentencia al fin: el tránsito, el ejemplo.

Y en todos los rincones de la tierra
brotan los ríos y los hombres, que fluyen, y discurren,
que abocan en su mar tan sentenciado,
definitiva fuente donde hundirse
con el desgarramiento de la huida.
Que el hombre, como el río, es un curso, una fuga,
un arrepentimiento, que primero avasalla
y se agazapa a veces, pero sigue adelante,
en la inútil carrera del minuto a minuto.

Los hombres o los ríos, disparados,
van hacia la constancia de un camino
que les lime las rocas
y les haga contornos de dulzura.
Se desvían sus fuerzas
y hacen marca distinta a la soñada,
la que pudo haber sido pero que se resiste
y allí en la resistencia abandonamos,
o golpeamos mucho,
como pasión segura de todas las razones,
o se deja lamida,
con nuestro gusto, así, para que sepa
al testimonio fiel de última instancia.

Y el río es como un trámite vigente,
y un hombre es como un río,
de la raíz del tiempo al polen más alado,
de raíz de raíces, de la sorpresa al mar.

Hay ríos muy pequeños y sin lucha,
que llevan la paciencia de enarbolar silencios
sin leyenda o razón que atribuirse.
Y hay ríos que son grandes,
como este que discurre a mi costado
y que lo sé común a tanta entraña,
con brazos extendidos de ambición o de ensueño,
con ansias de domar a las hirientes peñas,
con virtud de caricia si por el tierno valle,
bebiéndose el tesoro de toda Andalucía,
trazando la gran rúbrica por este Sur de España,
mientras que salta el aire de una sierra a otra sierra
pero él sigue y persigue por su fluida columna
que busca la sentencia del Océano,
la meta irremediable
de donde han de brotar, ay sí, las nuevas aguas,
porque el río delata su parecido al hombre,
Y se hace la justicia de su curso,
su curso por la tierra, por la historia,
y no hay mutilación que nos lo niegue.

Columnas rotas

Cuánto se ha roto, Dios.
Tú que lo sabes,
dime por qué se agrietan las columnas,
se pudren los cimientos,
se desploma el palacio
donde pusimos oro, plata, bronce,
cerámica, cristal, flores y fuentes,
con el primor, la entrega
de eternidades casi.

Cuánto se ha roto. Mira

por dónde los pedazos, ese polvo
que levantan las casas derribadas,
las carreras salvajes
de potros que se pierden a lo lejos,
por horizontes en que el viento llora
quién sabe qué desvíos.

Cuánto se ha roto, Tú.

Respóndeme qué pasa
si sólo quedan puentes destrozados,
descabaladas torres,
castillos en la hoguera de los sueños.

Por estas avenidas

donde pasaran toros, huracanes,
se erigieran estatuas
conmemorando esas
invasiones solemnes,
yo sobre las ruinas te pregunto
qué fue del templo aquél, de aquella roca
donde esculpí mi grito.

Flores tardías

Vienen sus llamas cuando ya no somos
materia combustible de esos fuegos.

Un viento las sacude, ya qué tarde

para descomponer la arquitectura
de piedra, en la que un día —cuanto tiempo—
convirtieron la dúctil, blanda casa
donde quisimos alojar su entonces
nada inflamable corazón llamando.

Frígidos seres, con angustia y solos,

nuestro calor pidiendo mas negándose
a compartir la pira, el holocausto
donde el amor se ofrece. Que tardaban
en irse, porque hacían como un curso
de precalentamiento en que iniciarse
hacia la hoguera, el rito de vivirse
con esa incandescencia en que nos vieron.

Siglos hará de que nos convertían

llamaradas en roca; qué dureza,
tras la ceniza, nuestro ser tomando.
Granito somos cuando reaparecen
reveladores de voraz incendio,
de la necesidad y la belleza
de arder como ya entonces nos quemamos.

Viejos planetas, sí, donde los soles

pasan lejanamente por nosotros,
nada podemos ofrecer ahora
tras la tardía fundición de quienes
inoportunamente nos descubren.