Poetas

Poesía de España

Poemas de María Victoria Atencia

María Victoria Atencia García, nacida el 28 de noviembre de 1931 en Málaga, emerge como una destacada poeta de la Generación del 50, fusionando magistralmente el clasicismo con la modernidad. Admiradora de Rilke, se erige como maestra del verso alejandrino, destacando por su estilo emotivo y expresivo.

Su vida y obra están íntimamente ligadas a Málaga, ciudad que la vio nacer y donde ha forjado una trayectoria poética en tres etapas distintivas. Desde su emotiva juventud hasta su obra más madura, como «El coleccionista» (1979), Atencia trasciende lo doméstico para explorar temas como la pintura y la música.

Contrajo matrimonio a los veinticuatro años con Rafael León Portillo, cronista oficial de Málaga y su guía editorial. Atencia, académica de diversas instituciones, como la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y las Reales Academias de Cádiz, Córdoba, Sevilla y San Fernando, se ha destacado tanto a nivel nacional como internacional.

Entre sus numerosos reconocimientos, destaca el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2014), convirtiéndose en la primera española en obtenerlo. Su contribución a la literatura y la cultura andaluza se refleja en distinciones como Hija Predilecta de Andalucía y el Centro Cultural Provincial que lleva su nombre.

Con una obra prolífica, Atencia ha publicado desde «Arte y parte» (1961) hasta «El umbral» (2011), obteniendo premios como el Andalucía de la Crítica y el Nacional de la Crítica. Su poesía, impregnada de sensibilidad y profunda conexión con la naturaleza, la sitúa como una figura indispensable en el panorama literario español del siglo XX y XXI.

Amor

Cuando todo se aquieta
en el silencio, vuelvo
al borde de la cuna
en que mi niño duerme
con ojos tan cerrados
que apenas si podría
entrar hasta su sueño
la moneda de un ángel.

Dejados al abrigo
de su ternura asoman
por la colcha en desorden,
muy cerca de sus manos,
los juguetes que tuvo
junto a sí todo el día,
ensayando un afecto
al que ya soy extraña.

Quien a mí estuvo unido
como carne en mi carne,
un poco más se aparta
cada instante que vive;
pero esa es mi tristeza
y mi alegría un tiempo,
porque se cierra el círculo
y él camina al amor.

Ghetto

Denso es el aire aquí. Y tibio. Lo respiro
entre casas que quiebran su fachada en el agua.
Un gato mansamente se me enreda en las piernas
y me retiene inmóvil delante de Yahveh.

Casa de Blanca

No llamaré a tus puertas, aldaba de noviembre:
el árbol de las venas bajo mi piel se pudre
y una astilla de palo el corazón me horada.
Porque tú no estás, Blanca, tu costurero antiguo
se olvida de los tules, y el Niño de Pasión
va llenando de llanto el cristal de La Granja.

Tiene el regazo frío tu silla de caoba,
tiene el mármol tu quieta dulzura persistida
y bajo tu mirada una paloma tiembla.
Perdidamente humana pude sentirme un día,
pero un mundo de sombras desvaídas me llama
y a un sueño interminable tu cama me convoca.

Los sábados

Los sábados teníamos de par en par los ojos
enseñando las luces doradas del domingo,
mientras iban las horas resbalando su carga
de ilusión en nosotras.

Sentadas en pupitres, en filas o en recreos,
pensábamos el día perfecto cada una
con un sol, sus películas y su adiós en la calle
al niño que llevaba nuestro nombre en su frente.

Volar era la clave escrita en nuestro ánimo.
Soñábamos con puertas y con la interminable
escalera que parte el monte en dos mitades,
donde un coche esperaba nuestra vuelta más rápida,
llevándose un viaje de alegría hacia el centro.

Mas pasaba el domingo, y con él los proyectos
de toda una semana extrañamente larga;
y el resultado era arrastrar la nostalgia
seis días como puños.

Marta y María

Una cosa, amor mío, me será imprescindible
para estar reclinada a tu vera en el suelo:
que mis ojos te miren y tu gracia me llene;
que tu mirada colme mi pecho de ternura
y enajenada toda no encuentre otro motivo
de muerte que tu ausencia.

Mas qué será de mí cuando tú te me vayas.
De poco o nada sirven, fuera de tus razones,
la casa y sus quehaceres, la cocina y el huerto.
Eres todo mi ocio:
qué importa que mi hermana o los demás murmuren,
si en mi defensa sales, ya que sólo amor cuenta.

Baño

Comienza a serme infiel
la piel de la garganta;
pero ahora que se pierden tras de mí las orillas,
tómame una vez más, mi desdeñoso amante,
mientras las algas ponen
un collar en mi cuello.

Rosa

En el joyero Tiffany’s se marchita una joven
rosa de Jericó.
Sólo al costado mismo de la muerte comienzan
su plenitud las rosas
tras la ruptura última del quicio de la sed.

Ternura

Quizás no sea ternura la palabra precisa
para este cierto modo compartido
de quedar en silencio ante lo bello exacto,
o de hablar yo muy poco y ser tú la belleza
misma, su emblema, aunque tan próxima y latiendo.
Y es también un destino unánime que vuelvan
a idéntico silencio -cuando llegue la hora
de la tregua indecible- mi palabra y tu zarpa.

Orilla

Para Manuel Alvar

Los postigos abiertos, ni siquiera yo misma
tras el sueño baldío, desalentada aguardo
su cumplida palabra en el mar del encuentro.
Cuando luego me llegue hasta su abrazo húmedo
proseguiré mi sueño en su lecho insondable;
en su pasión cobalto, índigo azul, recíproca.