Poetas

Poesía de Estados Unidos

Poemas de Marianne Moore

Marianne Moore (15 de noviembre de 1887 – 5 de febrero de 1972) fue una escritora y poeta modernista estadounidense.

El héroe

Donde nos apetece, vamos.
Donde el suelo es áspero; donde hay
malas hierbas altas como frijoles,
dientes hipodérmicos de serpiente, o
el viento trae la «voz espantaniños»
desde el descuidado tejo con
los semipreciosos ojos felinos del búho-
despierto, dormido, «orejas erectas erguidas en finas puntas»-,
en tales lugares el amor no florecerá.

No nos gustan ciertas cosas, y al héroe
tampoco; ni las lápidas extravagantes
ni la incertidumbre,
ir donde no se desea
ir; sufrir y no decirlo;
quedarse escuchando donde algo
se oculta. El héroe se encoge ante
lo que se precipita con aleteo amortiguado y un par
de ojos amarillos –de aquí para allá-

con un trino vibrante y acuoso, bajo,
alto, con gorjeos en basso falsetto
hasta que la piel se eriza.
Jacob agonizante preguntó
a José: ¿Quiénes son estos? y bendijo
a ambos hijos, más al más joven, irritando a José.
Y a su vez, José irritaba a otros.
Y también Cincinato, Regulo y algunos de nuestros
compatriotas, se han sentido, aunque piadosos,

como Pilgrim obligado a caminar despacio
para encontrar su pergamino, cansados pero esperanzados-
sin que la esperanza sea esperanza
hasta que toda base para la esperanza se ha
desvanecido; e indulgentes, considerando
el error de sus semejantes con los
sentimientos de una madre-
mujer o gata. El correcto Negro de levita
junto a la gruta

contesta a la intrépida turista que visita el lugar
y pregunta al hombre que la acompaña: qué es esto,
qué es aquello, dónde está Marta
enterrada; «el general Washington,
allí; su señora, aquí»; hablando como
si representara un papel, sin verla; con
sentido de la dignidad humana
y reverencia por el misterio, de pie como la sombra
del sauce.

Moisés no sería nieto del faraón.
No es lo que como
mi alimento natural,
dice el héroe. Él no sale
a ver paisajes, sino cristal
de roca para ver –el asombroso Greco
rebosante de luz interior- que
no ambiciona nada de lo que ha dejado. A este lo reconoceréis
como el héroe.

Cabeza de chorlito

Con inocentes ojos abiertos de pingüino,
tres grandes sinsontes inexpertos bajo
el sauce
permanecen en fila,
ala con ala, delicadamente solemnes,
hasta que ven
a su madre tan grande
como ellos trayendo
algo que parcialmente
alimentará a uno.

Hacia el agudo crujido intermitente
de carro con ballestas rotas, que
emiten los tres cuerpecitos sumisos
moteados de prímulas,
ella se dirige; y cuando
del pico
de uno, el escarabajo
aún vivo cae
al suelo, ella lo recoge y se lo
vuelve a dar.

Permanece en la sombra hasta que ellos se peinan
su denso plumaje filamentoso,
recubierto del pálido manto del sauce,
extienden la cola y
las alas, mostrando, uno a uno,
la sencilla
raya blanca que recorre la
cola y atraviesa
el ala por debajo, y el
acordeón

se vuelve a cerrar. ¿Qué delicioso trino,
de rápidos e imprevistos sones
aflautados brotando de la garganta
del astuto
pájaro adulto, llega del
lejano
aire tibio
otoñal antes
de que la prole estuviera aquí? Qué áspera
se ha vuelto la voz del pájaro.

Un gato moteado los observa,
arrastrándose lento hacia el pulcro
trío sobre el tronco del árbol.
Como no lo conocen
los tres le hacen sitio, inquietante
y nueva dificultad.
Una pata que pende, perdido
el control, se levanta
y encuentra la ramita sobre la
que planeaba colgarse. La
madre como una saeta, animada por lo que hiela
la sangre y recompensada por la esperanza-
de la lucha- puesto que nada llena
las chirriantes bocas
hambrientas, emprende un combate a muerte
y medio mata
con pico de bayoneta y
alas despiadadas al
gato intelectual
que r e p t a cauteloso.

Inglaterra

con sus riachuelos y pueblos con abadía o catedral,
con voces –quizá una voz, resonando en el crucero- la
sabiduría de lo útil y lo conveniente; e Italia
con sus equilibradas costas, logrando un epicureísmo
del que se ha extirpado la vulgaridad;

y Grecia con sus cabras y calabazas,
cuna de moderados espejismos; y Francia,
«crisálida de la mariposa nocturna»,
en cuyos productos el misterio de la construcción
te distrae del propósito inicial:
solidez medular; y Oriente con sus caracoles, su emocional

taquigrafía y cucarachas de jade, el cristal de roca y su imperturbabilidad,
todo con calidad de museo; y América donde
en el sur conducen el pequeño, viejo y desvencijado victoria,
y en el norte fuman puros en la calle;
donde no hay lectores de galeradas, ni gusanos de seda, ni digresiones;

la tierra del salvaje; sin césped ni vínculos, país sin lengua en el que las letras
no se escriben
en español, griego, latín o taquigrafía,
¡sino en simple americano que perros y gatos saben leer!
La letra a en salmo y calmo,
pronunciada con el sonido de la a en candil, es claramente perceptible,

pero ¿por qué este hecho debería explicar
continentes de malentendidos?
¿Se deduce de esto que por haber hongos venenosos
parecidos al champiñón, ambos son venenosos?
De la vivacidad que se puede confundir con apetito,
de la vehemencia que puede parecer atolondramiento
no puede concluirse nada.
Haber malinterpretado el asunto es confesar que no se ha investigado
lo suficiente.

La sublimada sabiduría china, el discernimiento egipcio,
el devastador torrente de emoción
condensado en los verbos de la lengua hebrea,
los libros del hombre capaz de decir:
«No envidio a nadie excepto a él, y sólo a él,
mejor pescador que yo»,
la flor y el fruto de todo lo que indicaba superioridad,
si no se encontraban casualmente en América,
¿hay que imaginar que no existen allí?
Jamás estuvieron confinados a una localidad.

El pez

vadea
el jade negro.
De los mejillones azul cuervo, uno sigue
moldeando dunas de ceniza;
abriendo y cerrándose a sí mismo como

un a-
banico roto.
Los percebes que forman una costra al margen
de las olas no pueden guardarse
ahí pues todos los haces sumergidos

del sol,
sueltos en hebras
de vidrio, avanzan con la agilidad de un foco
entre los resquicios de las grietas,
para adentro y hacia afuera, iluminando

así
el mar turquesa
de los cuerpos. El agua conduce una cuña
de acero contra el borde de acero
del risco, con lo cual siempre las estrellas,

con sus
granos rosados,
la medusa rociada en tinta, los cangrejos
como lirios tiernos, y los hongos
marinos, resbalan uno sobre el otro.

Están
todas las marcas
externas del maltrato presentes sobre esta
enorme estructura desafiante,
todas esas características físicas

del ac-
cidente: falta
de cornisa, muescas de dinamita, estrías,
y hachazos, estas cosas resaltan
sobre él; el costado del abismo está

bien muerto.
Una constante
evidencia ha probado que puede vivir
de lo que no puede revivir
su juventud. El mar en él se hace viejo.

Silencio

Mi padre solía decir:
–La gente superior no hace visitas largas.
No hace falta mostrarles la tumba de Longfellow,
ni las flores de vidrio en Harvard.
Son autosuficientes como el gato,
que se lleva a la presa a un lugar privado;
la cola del ratón colgando floja de la boca.
A veces disfrutan de la soledad
y pueden quedarse sin palabras
al escuchar palabras que disfruten.
El sentimiento más profundo emerge durante el silencio;
no en el silencio, sino en la prudencia. –
Y no era hipócrita al decir –Haz de mi casa tu posada–.
Una posada no es un domicilio.

El San Jerónimo

de Leonardo da Vinci y su león
en esa ermita
de muros derrocados,
comparten refugio para un sabio
-marco idóneo para el apasionado y lúcido
Jerónimo versado en el lenguaje-
y para un león pariente de aquel en cuya piel
no dejó huella el garrote de Hércules.

La bestia, recibida como un huésped,
aunque algunos monjes huyeran
-con su pata curada
que una espina del desierto había enrojecido-
guardaba el asno del monasterio…
que desapareció –según Jerónimo pensó-
devorado por el guardián. Así el huésped, como un asno,
sin ofrecer resistencia, fue encargado de transportar la leña;

pero, poco después, el león reconoció
al asno y entregó toda la caravana de camellos
de sus aterrorizados
ladrones al afligido
san Jerónimo. La bestia absuelta y
el santo quedaron de esa suerte hermanados;
y desde entonces su similar aspecto y comportamiento
estableció su parentesco leonino.

Pacífico, aunque apasionado
-porque de no ser ambas cosas,
¿cómo podría ser grande?-
Jerónimo –debilitado por las pruebas sufridas-
la cintura afilada comiera lo que comiera,
nos dejó la Vulgata. Bajo el signo de Leo,
la crecida del Nilo ponía fin a la hambruna, lo que hizo
de la boca del león un elemento apropiado para las fuentes,
un emblema que si no es universal
al menos no es oscuro.
Y aquí, aunque solo sea un esbozo, la astronomía
o los pálidos colores hacen que la dorada pareja
en el dibujo de Leonardo da Vinci parezca
bronceada por el sol. Resplandece, cuadro,
santo, animal; y tú, León Haile Selassie, con tu escolta
de leones símbolo de soberanía.