Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Marilyn Bobes

Marilyn Bobes. Licenciada en Historia por la Universidad de La Habana en 1978. Recibió en 2007 el Premio Nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro. Ha sido editora de Poesía en la Editorial Letras Cubanas y actualmente edita Narrativa en Ediciones Unión. De 1993 a 1997 fue Vicepresidenta de la Asociación de Escritores de Cuba. Ha recibido numerosos premios por su obra literaria, entre los que destacan el David de Poesía 1979; el Concurso Latinoamericano de cuentos Edmundo Valadés, del Instituto de Bellas Artes de Puebla, México, 1993; y los Casa de las Américas de 1995 (cuento) y 2005 (novela). Dentro de su vasta bibliografía destacan: La aguja en el pajar (poesía, Ediciones Unión, 1979); La aguja racional (antología personal de poesía, Ediciones Union,2011); Alguien tiene que llorar (cuentos, Casa de las Américas, Cuba, 1995; publicado también en Colombia, Argentina e Italia); Fiebre de invierno (Casa de las Américas, 2005; con ediciones en Puerto Rico e Italia); Mujer perjura (cuento, Ediciones Unión, 2009) y Los signos conjeturables (cuento, Ediciones Unión,2014). Cuentos suyos han sido traducidos al inglés, alemán, francés e italiano y figura en numerosas antologías de narrativa cubana, entre ellas: Estatuas de sal (panorama de la cuentística femenina cubana contemporánea, Ediciones Unión, 1998).

Los amores cobardes

Ah los amores
cobardes
Son
como las canciones finlandesas:
deben tener su encanto.
Amables
instruidos
a veces hasta conversan.
Reciben los miércoles
de 7 a 10
y descansan
los fines de semana.
Guardianes de la cordura
piensan que hacen el bien
y son inteligentes
porque son incapaces.
Ah los amores
cobardes
con su carga de bienes gananciales
y esposas indefensas.
Se asoman a los balcones de la vida
ven pasar a los locos y no saben.
Ah los amores
cobardes
que no llegan
a amores
que se quedan
que se quedan
definitivamente
allí.

Donde se cuenta hasta que apareciste

Por delicadeza,
permití que los pájaros helados
calentaran sus picos en mi lumbre,
horadaran los leños de la noche
e hirieran con sus cantos mi silencio.
Ellos mancharon con sus plumas
mis sábanas
y picoteando sobre la pureza
me volvieron ceniza,
por delicadeza.
Por delicadeza,
consentí ser la amante de los héroes.
Alimenté mentiras y carencias
en hoteles de paso;
amordacé mi corazón de niña
y fui mujer fatal
para que nunca parecieran culpables.
Ellos se fueron
con mis mejores máscaras
y sus esposas, muertas de tristeza,
me dieron mala fama,
por delicadeza.
Por delicadeza,
pude resucitar en mis papeles
aquellos pájaros helados.
A mis tristes y efímeros amantes
con sus tibias y frívolas esposas
los transformé en metáforas.
Esparcí mis cenizas.
Hice versos
sólo para conjurar mi mala fama.
Y hoy que no creo en la delicadeza
te me apareces tú
que eres más que la delicadeza.
Estoy enferma de delicadeza
y no perderé mi vida por delicadeza
conmigo misma.
Por delicadeza.

Parte de guerra

No se puede matar a una muchacha
y acomodarse luego en los abismos de la vida ordenada
para vivir impune frente al vértigo de su último aroma,
de una cita larga, obstinadamente imaginada.
Aunque su muerte diera la alegría a los seres perfectos
y, al pie de su recuerdo, el homicida
los más turbios secretos recabara:
no se puede matar a una muchacha
que florece en los sitios despoblados de una última tregua
y en deuda con su luz
fomenta el caos
abierto el corazón. Como aguardando.

Triste oficio

Poetisas, dijeron.
Serán tibias
y falsas
y pequeñas.
Aunque seres livianos,
no tomarán altura porque son imperfectas.
Pero si alguna toca en la palabra
como el burro en la flauta
postulemos que es mucho hombre esa mujer
y no
que es mucha mujer un ser humano.
(No una mujer nacida de la sombra
donde seremos siervos o señores.)
Y pensemos después cómo callarla.

Memorias del magnífico

Cuando tú eras magnífico
cientos de naves venían a estrellarse
en los desfiladeros de mi sombra.
Yo miraba en tus sueños
con la inquietud del náufrago
y jugaba a nombrarte monarca de las islas
mensajero del aire.
Cuando tú eras espléndido
mi cuerpo el cantil que frecuentabas
y yo una especie perseguida en vano
escuchaba en el viento encantadoras
músicas
levantaba mareas
y subía por la furia homicida de tus olas.
Sólo la claridad nos inundaba.
Ah, cuando tú eras magnífico.