Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Mario Romero

Mario Romero (Las Cejas, provincia de Tucumán, Argentina, 15 de febrero de 1943 – Tucumán, 28 de junio de 1998) fue un poeta, dramaturgo y traductor argentino. Desde 1980 hasta poco antes de su muerte vivió en Estocolmo, Suecia, donde había arribado como refugiado político. Ha sido traducido al inglés, francés, finlandés, italiano, portugués y sueco.

Profeta de lo nimio

Tu mente en una caja de fósforos húmedos
o la canción de una radio a pilas
o el silbido
sobre todo en los sitios baldíos:
arbolito de algarrobas
casita de madera
latas vacías
y bosta de cabras
tus predicciones son las lluvias y la llegada de los trenes en la lluvia
el ciego indicio de las borracheras alerta alerta
hacia sido nomás cierto la Malinche se fue
lo presagiaba un hilo de baba al atardecer
sus bombachas flameando en la soga del patio
olor a lavandina “El Paraíso” sal gruesa y un paquete de velas
y el profeta sin poder dormir entre las sábanas húmedas
los mariquitas del pueblo matándose de risa
viendo jugar al mocoso
hablando por un teléfono de tarros de salsa hilo de volantín roto
tirúltimo tirúltimo alto escuadrón cubro pecho y espalda.

Todo lo que vemos cuando estamos dormidos es
el sonido de la lluvia sobre el techo de cartón
mientras que lo que vemos cuando estamos despiertos
es una gallina blanca mojada.
El profeta de lo nimio está a punto de dormirse
ronda cerca de la casilla del ferrocarril
ocurre que el tonto del pueblo, el Morra, ha ido al monte a buscar unas vacas
y no vuelve y no volverá más y no volvió nunca
y la locomotora ha salido a pitiarlo de cerca:
nubecitas hervidas de vapor
el chisperío
maquinita negra
como siempre llueve y en los días de fiesta llueve
viendo jugar al truco a la taba o al monte
él se ha dormido
su única profecía es una entrega en capítulos de sueños:
el tema es la gallina blanca.

Discurso del ahorcado en el árbol del fondo

Lo que me molesta es lo de siempre,
el ruido del agua borboteando en su olla de hierro,
y hervir choclos todo el día,
como si fuese lo único que se puede hacer,
y zapallos y batatas.

Aunque los pájaros no picoteen los ojos de los ahorcados,
ella me descubrirá entre las ramas antes del mediodía
y cortará la soga con el mismo cuchillo con que corta los zapallos.

Galpón tiznado

En un galpón tiznado por el fuego
el niño de mameluco pone su mano al final de un rayo de sol
que entra por un agujero hecho con clavos
y mientras más avanza la mano, más se llena de sol como agua,
hasta subirse en una silla, asiento de cuero, puesta a propósito.

Y afuera hay una calle donde la gente habla,
pero él no ve nada porque el sol le da en todo el ojo.

La mujer que gira

La mujer que gira en la pista del circo,
asida de los cabellos, pendiente de una soga,
es una flor en cuyo vértigo
los pensamientos desaparecen.

La mujer que gira no existe mientras gira
como las aspas del cielo claro
en la carpa un poco sucia por el sol,
el aroma la distingue.

La mujer que gira tiene abismo
y en los recodos el sueño
y en el corazón el vacío brillante.

La mujer colgada de los pelos
es un círculo por donde
la tierra vuelve a su infinito.

Verdura

Del otro lado de las verduras está el ruidito de lo que no puede ser.
Es una zona donde siempre llueve, pero sin cesar, lo que vuelve
a la lluvia imperceptible.
Al lado de la puerta, aunque siempre de este lado, hay un estanque
con un pez muerto.
Ligerito, ligerito – dicen los pececitos que comen al pez muerto.
Pero, ¿quién come la noche?

El verdulero ha ido a buscar acelgas para la comida.
Se puede hablar (y caminar) sobre lo que se mira, sobre lo que no
se mira y sobre lo que nunca se verá.
Pero no se debe hablar todo el día adentro de un tarro, donde la voz
es un hueso: “verdura de la tempestad / de lejos parece un humo
y de cerca una sombra.”
El que se fue a La Nunca ha vuelto, anuncia el verdulero, el hombre
del arroyo, hueco como un caño plástico.